"El dilema entre calle o voto es, desde
el hueso hasta la médula, falso.La calle precisa del voto y el voto de
la calle".
“Sin elecciones, la protesta popular está destinada a estrellarse con el
aparato represivo del régimen. Pero sin un gran movimiento de protesta
popular, las elecciones están destinadas a perderse”.
POR:FERNANDO MIRES.
Nadie ni nada lo oculta, la oposición
venezolana está dividida. Aunque más difícil será saber los términos
exactos de la división.
¿Está dividida en dos programas
diferentes? Imposible, porque hasta ahora el único es el de la MUD,
programa que hasta ahora nadie ha cuestionado, quizás porque casi nadie
lo ha leído.
¿Está dividida en torno a dos o tres o
más líderes? Si es así, sería ridículo puesto que los líderes se definen
en primarias pre-presidenciales; y de eso estamos todavía muy lejos.
¿Está dividida gracias a “La Salida”?
Quizás, pero “La Salida” terminó y hay que dar vuelta la página. Los
temas de hoy son diferentes. El pasado pertenece a la historia, no a la
política.
¿Está dividida entre constitucionalistas y parlamentaristas? El mismo López
ha declarado que su llamado a reunir firmas para la –por ahora–
irrealizable Asamblea Constituyente, no está planteado en contra de las
elecciones parlamentarias. El Congreso Ciudadano de M. C. Machado
tampoco ha levantado una plataforma anti-electoral ni ha pronunciado un
sí o un no claro con respecto al ofrecimiento constitucionalista de
López.
¿Está dividida entre electoralistas y
abstencionistas? Es probable. Pero hasta ahora no se conoce una sola
declaración de ningún opositor de relieve –dejemos a columnistas
irresponsables a un lado– en contra de las elecciones parlamentarias. Ni
M. C. Machado ni L. López se han pronunciado de modo explícito (repito,
hasta ahora) en contra de la vía electoral y a favor de una vía
insurreccional que no pase por elecciones.
Una versión intermedia a la que
supuestamente se da entre electoralistas y abstencionistas surge entre
quienes dicen aceptar las elecciones, pero solo como una entre diversas
formas de lucha. Sin embargo, nunca nadie ha escuchado a Capriles o a Chúo Torrealba
pronunciarse en contra de huelgas, bloqueos de caminos, demostraciones
estudiantiles, rayados de paredes y “otras formas de lucha”. Todo lo
contrario.
¿O esa división tiene lugar entre
quienes se muestran abiertos al diálogo con el gobierno y quienes se
cierran a todo tipo de diálogo? Por momentos pareciera que así es. No
obstante, si tenemos en cuenta que los principales enemigos del diálogo
están en el gobierno, el problema aparece resuelto por sí solo. Y aunque
así no fuera, negarse al diálogo por principios, es negarse a hacer
política. De ahí que la disyuntiva no debería ser diálogo sí o diálogo
no, sino las condiciones, contenidos y objetivos de un eventual diálogo.
Para poner un ejemplo, realizar un diálogo sin exigir la liberación de
los presos políticos, solo llevaría a profundizar las divisiones
internas en la oposición. Mas vale no intentarlo. Pero negar por
principio todo diálogo si el gobierno da muestras de ceder en torno a
ese o en otros puntos, sería una aberración.
No obstante, plantear un diálogo cuando
se avecina un momento electoral, no parece ser algo muy inteligente. Ni
en las democracias más perfectas las fuerzas contendientes dialogan
durante un periodo pre-electoral. El verdadero diálogo político es
siempre post-electoral. En un momento habrá que hacerlo. Pero ese
momento al parecer no ha llegado.
En fin, sabemos que la oposición está
dividida, pero nadie conoce muy bien los exactos términos de la
división. De pronto se tiene la impresión de que lo que tiene lugar no
es una división, sino una lucha cerrada por la hegemonía. A veces esa
lucha se dirige en contra de la MUD. Pero como quienes la encabezan
están dentro de la MUD, es posible concluir que, quienes están en contra
de la MUD dentro de la MUD aspiran a controlar la MUD y, si eso no es
posible, formar otra MUD, sea desde la MUD, sea desde fuera de la MUD.
En fin, casi una locura
Lo que sí parece ser evidente es que
ante la ausencia de perspectivas y ante la imposibilidad de encontrar
una alternativa inmediata, algunos han optado por sustituir al enemigo
principal por el enemigo secundario.
La conocida tesis de René Girard con
respecto a esa arcaica tentación humana que lleva a la creación de
chivos expiatorios –o sustitutivos– sobre los cuales depositamos
agresiones contenidas, tendría en Venezuela un punto de comprobación.
Pero la tesis de Girard es antropológica y ahora estamos hablando de
política.
En términos políticos cabe esperar que
la cercanía con respecto a las elecciones parlamentarias logrará
distender algunos antagonismos internos. No olvidemos que hay una línea
constante en (no solo) la política venezolana. Es la siguiente: Mientras
más lejos se ven los eventos electorales, las diferencias internas
tienden a proliferar. Al revés: mientras más cerca, la tendencia es a
cerrar filas. En cierto modo las elecciones tienen un efecto político
disciplinario. Muestran en toda su plenitud donde está el enemigo de
verdad.
Naturalmente, frente a un régimen que
controla todos los poderes, la televisión, casi toda la prensa, el
aparato represivo, los para-militares, los tribunales electorales y que,
por si fuera poco, comete fraudes en los centros de votación, hay
grupos que opinan que la batalla está perdida de antemano y que solo una
movilización general en las calles puede cuestionar al gobierno en su
“esencia dictatorial”. Desde el punto de vista de una lógica puramente
formal no faltan argumentos a favor de ese postulado. ¿Para qué gastar
esfuerzos en una lucha electoral destinada al fracaso?
No insistiremos esta vez en decir
verdades elementales. No diremos que una batalla no se pierde o gana
hasta que se da. No diremos que uno vota no porque va a ganar sino
porque es un deber ciudadano. No diremos que uno no vota a favor o en
contra de alguien sino a favor o en contra de sí mismo. No diremos lo
evidente, que mientras más gente vota, más difícil será hacer un gran
fraude. No diremos eso ni muchas otras cosas más. Vamos a suponer, por
el contrario y por un momento, que los derrotistas, abstencionistas y
salidistas, tienen toda la razón del mundo (evidentemente, no creo eso).
¿Es ese un motivo para rechazar la alternativa electoral? De ninguna
manera. Las elecciones no son solo un medio para alcanzar el poder. Son
también un fin en sí.
¿Las elecciones son un fin en sí? ¿No es
acaso el objetivo de cada elección derrotar al enemigo? Por supuesto,
nadie va a una elección para perder. Pero al mismo tiempo, en cada
elección, aún perdiendo, pueden ser obtenidas ganancias. Entre otras, la
tan ansiada movilización en las calles. Basta solo hacerse una sencilla
pregunta: ¿Cuándo las movilizaciones callejeras son más masivas, más
entusiastas, más combativas? ¿En periodos electorales o en periodos no
electorales? La respuesta es obvia. Cada elección, sobre todo cuando se
da entre dos fuerzas antagónicas, es una posibilidad para que la gente
–no solo los muchachos– salga de sus casas, discuta entre sí y entre en
abierta comunicación política con el entorno.
¿Y si esa oposición está dividida como
cree estar la venezolana? Con mayor razón todavía. Los momentos previos a
la elección son una oportunidad fabulosa para que las diversas
fracciones que conforman un bloque discutan públicamente sus
diferencias. No olvidemos en ese punto que el nombramiento de algunos
candidatos deberá ser resultado de elecciones primarias. Por lo mismo, a
través de la contienda de esos candidatos primarios la oposición se
verá obligada a discutir consigo misma. Cuando los candidatos sean
nombrados no desaparecerán por cierto las diferencias, pero sí, podrán
ser mantenidas a un nivel político.
La MUD, no hay que olvidarlo, no es un
partido ni mucho menos una asociación de amigos personales. La MUD es un
frente constituido por la alianza de diferentes partidos algunos de los
cuales, en una democracia de verdad, serían adversarios. Solo porque
hoy todos tienen al frente a una adversidad superior están obligados a
permanecer unidos.
Luego, las elecciones primarias –hay que
subrayarlo– no son secundarias. Mucho menos lo son dentro de una
oposición plural como es la venezolana. Pues a través de las primarias
la oposición puede conocer lo que antes de ellas era un misterio: su
correlación interna de fuerzas, es decir, su verdadero carácter. Es por
eso que aquí se afirma que las primarias no son solo un medio, son
también un fin en sí.
Las primarias también son elecciones. En
consecuencia, si lo vemos desde ese punto de vista, las primarias –en
momentos de no unidad– pueden llegar a ser más decisivas que las propias
parlamentarias. Aunque, obvio, sin parlamentarias no puede haber
primarias.
La celebración de primarias permite a la
oposición pensarse a sí misma. De este modo las diferencias pueden ser
dirimidas mucho mejor que en oscuros contertulios. A través de la lucha
en primarias, la oposición se abre hacia el “espacio luminoso de lo
público” (Arendt). O dicho casi igual: es el momento en el cual las
conspiraciones se transforman en discusiones.
Con las primarias a su favor los
candidatos entran a la palestra pública fortalecidos con esa legitimidad
que solo los votos internos otorgan, a combatir en contra del enemigo
exterior, el principal. Por lo mismo, no hay mejor chance para
conquistar la mayoría externa si ya se cuenta con la mayoría interna. Y
esa es precisamente una segunda razón que hace de cada proceso electoral
no solo un medio sino también un fin en sí: Cada elección es una
escuela para la formación de líderes políticos.
Los líderes políticos no se prueban en
gestos apoteósicos sino en la capacidad de comunicar mensajes públicos.
Ellos, a través de sus campañas, serán los encargados de dar forma
política al malestar generalizado y desmitificar el discurso oficialista
en cada pueblo y ciudad donde se presenten. Ellos deberán demostrar que
ni la carestía ni la escasez son maldiciones del imperio, sino
productos netos de un gobierno que tiene como lugar de residencia un
pasado mágico que nunca existió y como objetivo un futuro luminoso que
nunca llegará. Ellos deberán exigir la liberación de todos los presos
políticos, la supresión de los grupos para-militares, el cumplimiento de
los derechos humanos. Ellos, en fin, serán quienes deberán convertir a
las elecciones en una fuerza social subversiva, pero sin que dejen de
ser elecciones.
El dilema entre calle o voto es, desde
el hueso hasta la médula, falso. La calle precisa del voto y el voto de
la calle. ¿Habrá entonces que repetir la frase?: “Sin elecciones, la
protesta popular está destinada a estrellarse con el aparato represivo
del régimen. Pero sin un gran movimiento de protesta popular, las
elecciones están destinadas a perderse”.
Fuente:http://prodavinci.com/blogs/los-falsos-dilemas-de-la-oposicion-venezolana-por-fernando-mires/