jueves, julio 16, 2009

"Honduras: una crisis y siete conclusiones"


POR:FERNANDO MIRES.


1.- El día 28 de junio del 2009 tuvo lugar en Honduras un golpe de Estado en contra del gobierno presidido por Manuel Zelaya Rosales.

Ejercicio inútil será demostrar que el golpe de Estado que llevó al poder a Roberto Micheletti no fue golpe de Estado. Si un Presidente es asaltado en su propia casa por un comando militar, amenazado de muerte, hecho prisionero, y enviado en un avión a otra nación, y luego se afirma por los defensores del acto que ese no fue un golpe de Estado, quiere decir simplemente que nunca ha habido un golpe de Estado, ni en Honduras ni en ninguna otra parte.

Los argumentos que niegan la existencia del golpe de Estado afirman que lo ocurrido fue una respuesta a las violaciones constitucionales cometidas por Zelaya. Aparte de que esa es una condición atenuante del hecho, no niega al hecho, de la misma manera que quien mata para salvar su vida no puede afirmar que el muerto está vivo. Por lo demás no hay ninguna relación automática entre violación constitucional y un golpe de Estado. Lo uno no lleva - ni jurídica ni políticamente- a lo otro. Mucho menos lleva a sacar a relucir el principio del derecho a rebelión.

La filosofía política consagra efectivamente el derecho a rebelión como un derecho de los pueblos, pero no del Ejército. La historia está llena de ejemplos de pueblos que se han levantado, incluso en armas, en contra de tiranías, levantamientos que han obligado al Ejército, o a una parte del Ejército, a ponerse al lado de la insurgencia popular. En estos casos el pueblo ha hecho uso de su soberanía. Ahí reside el legítimo derecho a la rebelión. No fue el caso de Honduras. El golpe fue el resultado de una conjura que tuvo lugar entre gallos y medianoche, conjura que no puede recabar para sí –a menos que lo enredemos todo- la calidad de una insurrección popular. Las buenas causas –en este caso, denunciar las arbitrariedades de Zelaya- no pueden ser defendidas con interpretaciones forzadas.

2. El golpe de Estado que tuvo lugar en Honduras pese a que forma parte de la continuidad política de esa nación fue un acto definitivamente extemporáneo lo que quiere decir que si bien el golpe corresponde a condiciones de lugar se aleja radicalmente de las condiciones de tiempo en que fue realizado.

El golpe de Estado ha sido uno de los métodos preferenciales utilizados en Honduras para resolver conflictos al interior de la clase política. En cierto modo es parte de la tradición política de la nación. El del 2009 sigue la línea de procedimientos similares que han tenido lugar a lo largo de la historia del país.

Si en nuestro tiempo hubiera marxistas creativos como los hubo en el pasado –los de hoy no poseen el más mínimo grado de abstracción- ellos habrían dicho que aquello que tuvo lugar en Honduras fue un conflicto al interior de la clase dominante. Y quizás no habrían estado demasiado equivocados. Mientras Zelaya representa a la oligarquía terrateniente, Micheletti, por formación y cultura, representa a las nuevas burguesías empresariales, sobre todo la de los centros más dinámicos que tienen sus bastiones en ciudades como San Pedro Sula.

La paradoja hondureña es que mientras el caudillo oligarca se sirve de un lenguaje de izquierda, el representante del empresariado liberal se sirve de un lenguaje conservador. Mientras el oligarca es apoyado por socialistas, el progresista es apoyado por la Iglesia. En fin, la clase política hondureña está sumida en las querellas del siglo XlX sin darse cuenta que ya estamos en el XXl.

Sin embargo, la interpretación marxista del conflicto hondureño es sólo una parte de la verdad. Detrás de ese conflicto se encierra uno mucho más profundo, uno que no sólo es hondureño sino latinoamericano. Se trata de un conflicto entre dos culturas políticas. Por una parte, el caudillismo tradicional, autoritario y oligárquico que adueñado del Estado logra organizar y movilizar a sectores agrarios y suburbanos. Esa es la fuerza “melista”. Por otra parte, sectores urbanos, empresarios, profesionales, capas medias, sindicatos, redes civiles y estudiantes, es decir, todo aquello que conforma la sociedad política en su doble sentido: citadino y ciudadano. Ahí reside la fuerza de la oposición a Zelaya.

3. La organización llamada a mediar y buscar soluciones, la OEA, no sólo no medió sino que agravó el conflicto. Dos razones explican la falta de sensibilidad de tan importante organismo. La primera es que la OEA utilizó el golpe para ajustar cuentas con su pasado y sentar, de modo simbólico, un hecho histórico precedente. La segunda es que la OEA ha sido prácticamente “tomada” por el ALBA.

Casi no hay institución más desprestigiada que la OEA. En el pasado reciente sirvió de albergue a las más diversas dictaduras poniéndose, además, al servicio de la geopolítica norteamericana. De tal modo que cuando ocurrió el golpe de Honduras, su Secretario General creyó llegada la hora de la gran reivindicación en donde él se vería elevado a una dimensión histórica. No lo pudo hacer peor. Primero, no advirtió que ese golpe contenía dispositivos para la solución del conflicto (no surgió ninguna dictadura militar y el nuevo gobernante mostró desde un comienzo su predisposición a negociar). Segundo, en lugar de decidir de acuerdo a los estatutos de la OEA, se puso al servicio de una mayoría ocasional organizada en el ALBA. De tal modo que cuando Insulza llegó a Honduras profiriendo amenazas, lo hizo en la condición de ministro de relaciones exteriores de Venezuela, cargo para el cual nadie lo eligió.

Tal vez el Secretario General imaginó que era el momento de trazar una línea bajo el lema “el pasado no se repetirá nunca más”, de modo que Micheletti, cuya hoja democrática es más limpia que la de varios gobernantes latinoamericanos, pasó a convertirse en el chivo expiatorio que debería pagar por los crímenes de todas las dictaduras militares que habían existido en América Latina. Cálculo errado, el de Insulza. Por un lado, el pasado nunca se ha repetido en ninguna parte. Por otro, los problemas que amenazan a las nuevas democracias latinoamericanas no provienen de mini-golpes como el ocurrido en Honduras, sino de formas más sofisticadas de acción. Una de esas formas son los “golpes desde el Estado”, tanto o más peligrosos que los “golpes de Estado”. Otra, es la utilización de la OEA por gobiernos autoritarios, como son aquellos organizados en el ALBA.

4. ALBA no es una organización económica regional. Tampoco es una alianza de países en torno a intereses comunes. ALBA es una organización de carácter ideológico y militar cuyas ramificaciones van más lejos que los gobiernos que la componen. En el fondo se trata de un aparato internacional puesto al servicio del gobierno venezolano en el marco de un proyecto de expansión ideológica y territorial de la mal llamada “revolución bolivariana”.

ALBA que originariamente surgió como una unión comercial, ha pasado a convertirse en la internacional del chavismo organizado. Aparentemente se trata de una asociación de países. En realidad se trata de un organismo expansionista destinado a promover un modelo de gobierno autoritario (los chavistas lo llaman, revolución) en diferentes países de la región.

Para entender el significado del ALBA es preciso conocer su estructura. En cierto modo se trata de una fotocopia borrosa y en tamaño muy reducido de lo que fue el imperio soviético. En el centro tenemos un núcleo duro formado por Cuba y Venezuela. Enseguida una periferia formada por países satélites. Tales países son extremadamente dependientes de Venezuela, y lo son económica, ideológica y militarmente. Hasta tal punto se encuentran subordinados los países del ALBA a Venezuela, que los presidentes de sus países ya ni ocultan pronunciar las mismas frases de Chávez como si fueran propias (“nuestra revolución es pacífica pero armada”: Rafael Correa)Más allá de los satélites están las zonas de influencia formada por gobiernos simpatizantes. Las ramificaciones del ALBA se extienden, además, a diferentes organismos e instituciones, desde guerrillas terroristas, pasando por organizaciones no gubernamentales ( las “casas del ALBA” entre otras), hasta llegar a universidades e incluso editoriales. A partir de ese contexto, se entiende porque a Chávez y al ALBA les importa un bledo la democracia en Honduras. Lo único que les importa es la pérdida de una ficha en el juego por el poder continental.

Con el golpe de Honduras, Chávez ha perdido una ficha importante pero no estratégica. De la misma manera que la URSS perdió durante su historia algunas fichas (China, Yugoslavia, Albania, Rumania) Chávez también puede perder algunas, así como ganar otras. Con la pérdida de Honduras, el ALBA se resiente, pero no se deteriora. En otras palabras: la única pieza insustituible del micro-imperio chavista es Venezuela.

El ALBA es en el fondo más venezolana que las arepas. Y si algún lector de algún país satélite se siente ofendido, pido que haga la siguiente operación aritmética: saque a todos los países satélites del ALBA y verá como el ALBA seguirá existiendo. Saque a Venezuela del ALBA y se termina el ALBA. Como dijo un dirigente campesino hondureño: “Chávez, es el sol de nuestra revolución” Y, a su modo, tiene razón: sin sol no hay satélites. Chávez lo sabe más que nadie. Estoy seguro que si le dieran a elegir entre perder tres satélites, o perder las próximas elecciones parlamentarias en Venezuela, elegiría sin titubear lo primero. Las tiene muy dura, la oposición venezolana. El 2010 se jugará en Venezuela el destino político de América Latina.

5. Aquello que la OEA y muchos observadores internacionales no han podido captar, es que el principal peligro para el desarrollo democrático latinoamericano no se encuentra en mini-golpes tradicionales como el que ocurrió en Honduras, sino en la creciente tendencia destinada a producir “golpes desde el Estado”. El arquetipo más significativo de los “golpes desde el Estado” es la propia Venezuela chavista. ¿Qué es un “golpe desde el Estado”?A diferencias de un golpe de Estado que carece de legitimidad de origen, el golpe desde el Estado se sirve de la legitimidad de origen para desmantelar las instituciones públicas y ponerlas bajo el servicio de un gobierno. El gobierno utiliza así el principio de no intervención consagrado por la ONU para llevar a cabo, progresivamente, los mismos objetivos que realiza un golpe de Estado, pero en plazos más largos. En pocas palabras: se trata de la toma del Estado por un determinado gobierno.Los golpes desde el Estado no son por cierto nuevos: tuvieron lugar en Europa durante los años treinta del siglo pasado. Pero en el siglo XXl han sido perfeccionados y llevados a cabo de modo sistemático no sólo en América Latina sino también en otras naciones del globo (Bielorrusia; Irán). Igual que un golpe de Estado “clásico”, los post-modernos golpes desde el Estado pretenden militarizar no sólo al Estado sino también a la sociedad civil. La diferencia es que mientras en los primeros el Ejército irrumpe violentamente, en los segundos es introducido paulatinamente, hasta que llega el momento en que, como ocurre en la Venezuela actual, los puestos claves son ocupados por personeros militares.La primera condición para realizar un golpe desde el Estado es, por lo tanto, lograr el apoyo incondicional de las fuerzas armadas, el que se consigue descabezando a los cuadros potencialmente hostiles, comprando lealtades y dispensando beneficios. Paralelamente el gobierno trabaja en la formación de milicias y grupos de choque, hasta que llega el momento en que existen dos ejércitos paralelos: uno regular; el otro irregular. Así, a través de los golpes desde el Estado, los militares encuentran la posibilidad de alcanzar el poder de un modo menos espectacular pero más efectivo que en el pasado. Si antes gritaban: “Patria, religión y familia” hoy no les incomoda gritar “Patria o muerte”. Lo importante es gustar de las mieles del poder, sean estas anticomunistas o comunistas.

Los pasos que siguen son muy conocidos: estatización de los centros estratégicos de producción, monopolización del aparato financiero, verticalización y militarización de las organizaciones sociales, concentración de los poderes públicos en una sola persona, creación de un Partido Único de Estado (que menos que un partido es un frente de masas del gobierno), utilización estratégica de los mecanismos electorales, celebración de elecciones cuando y donde las posibilidades de ganar son seguras, y no realización cuando existen posibilidades de perder. Y si todo eso falla, queda el recurso de la falsificación de votos como ocurrió en Nicaragua y más recientemente en Irán, o definitivamente, el desconocimiento de los resultados electorales como ocurre hoy día en Caracas (Alcaldía Mayor).

Lamentablemente las instituciones internacionales –y eso es lo que ha sido desnudado en América Latina gracias a la crisis de Honduras- sólo disponen de dispositivos contra las dictaduras de origen. La población que sufre bajo las dictaduras de ejercicio se encuentra, en cambio, absolutamente desprotegida. De ahí la enorme importancia de las opiniones de Hillary Clinton en la entrevista que concedió a Globovisión el 8 de Julio. A través de sus cuidadosas y suaves palabras, la oposición democrática venezolana supo ese día que, pese a la venal justicia que impera en su nación, pese incluso a la OEA, ya no está tan sola como antes.

6. El nuevo gobierno norteamericano ha restablecido el primado de la política en las relaciones internacionales. Como política sin dialogo no es posible, Obama ha abierto un espacio de dialogo al que invita a participar a los enemigos tradicionales de EE UU. Dicha oferta ha descompuesto el discurso de esos enemigos, programados para una política de confrontación, mas no para el dialogo político. Uno de los sectores internacionales más afectados por el cambio del paradigma estadounidense ha sido el chavismo, sector que encuentra serias dificultades para reactivar el antimperialismo primitivo que utilizó en contra del gobierno de Bush. Obama los tiene locos.

La verdad es que el gobierno de Bush -en toda la larga y compleja historia de las relaciones entre EE UU y América Latina- ha sido el que menos ha intervenido en la política latinoamericana. No hubo agresiones, no hubo invasiones, no hubo siquiera amenazas. En cierto modo puede decirse que Bush ignoró a América Latina. Sin embargo, y esta es la ironía, ningún gobierno norteamericano ha sido tan atacado desde América Latina como el de Bush. Las razones son simples.

Al privilegiar el enfrentamiento militar en otras regiones, el gobierno Bush debilitó el liderazgo que los EE UU requieren ejercer en el Occidente político. De este modo se convirtió en blanco fácil de los ataques de gobiernos y movimientos antinorteamericanos del planeta; que son muchos.

Debilitado políticamente el gobierno norteamericano, Chávez descubrió que Bush era la persona que le permitiría perfilarse como hiperlíder antimperialista continental. Así se convirtió en el anti-Bush. Ello le permitió dotar al ALBA de una ideología que mientras más rudimentaria, más efectista podía ser. Del mismo modo, bajo el pretexto de combatir al “imperio”, estableció relaciones estrechas con los gobiernos más tiránicos del mundo y, por si fuera poco, saturó a Venezuela y a sus aliados con chatarra militar rusa.

Hoy, en cambio, tanto Chávez como los presidentes albistas están desconcertados. Han sido llamados por “el imperio” a discutir políticamente y eso es precisamente lo que ellos no saben hacer. En síntesis, Obama les ha cambiado el libreto antiguo por otro que desconocen totalmente.

Naturalmente la vía política elegida por Obama no es ni será fácil; ni en Honduras ni en el resto del mundo. No sólo los fundamentalistas de “izquierda” sino también los de “ultraderecha” lo ven ya como un enemigo mortal. Y ello es y será así en América Latina, en Europa y, sobre todo, en el Medio Oriente. De este modo, mientras Chávez y Morales intentan demostrar que Obama no es más que “el nuevo rostro del imperio”, los fundamentalistas de derecha lo acusan de no haberse puesto de inmediato al lado de los golpistas de Honduras.

El golpe en Honduras fue un verdadero “test”. Al observar algunas reacciones de la oposición venezolana ha quedado claro, por lo menos al autor de estas líneas, que no basta estar en contra de Chávez para ser democrático. A la inversa, puedo imaginar que no todos quienes en un momento decidieron seguir a Chávez están a favor de la implantación de una dictadura como la que ya ha instaurado el líder y quienes lo rodean. Quiero decir: todavía hay espacios para nuevas constelaciones políticas. El gobierno de Obama las alienta y favorece. Esperemos: la historia es una caja de sorpresas.

7. Como consecuencia del golpe del 28 de junio se han configurado en Honduras dos movimientos políticos que en estos momentos compiten entre sí. Uno es el movimiento populista radical ya formado por el gobierno de Zelaya. El otro es un movimiento cívico nacional que hoy se manifiesta en contra de la intromisión abierta de Chávez y Ortega en los destinos del país. De la confrontación entre esos dos movimientos, y no sólo de las negociaciones a puerta cerrada, dependerá el curso de los acontecimientos próximos.

El gobierno de Zelaya abrió espacios de participación a sectores –sobre todo agrarios- que antes de su mandato sólo se hacían presentes de modo esporádico. Fue así como Zelaya construyó un movimiento pro-gubernamental, evidentemente popular, que iba mucho más allá del partido liberal. Bajo esas condiciones era de esperar que ese movimiento organizado saliera en defensa del depuesto presidente. Y desde el punto de vista de sus miembros, con toda la razón del mundo. Para ellos no es broma que de un día a otro les quiten el presidente, símbolo de supuestos o reales avances sociales. Para estos sectores, como para muchos otros que existen en América Latina, las conquistas sociales son mucho más importantes que las libertades políticas. Incluso ven las unas como una dicotomía con respecto a las otras. Todavía no entienden aquello que Obama quiso explicar en Ghana: “la primera condición para alcanzar un desarrollo económico y social” –dijo- “es tener un buen gobierno”. Y un buen gobierno es, en primera línea, aquel que no quiere eternizarse en el poder.

Quienes, a su vez, defienden las libertades políticas, no siempre han entendido que si no son abiertas posibilidades para una mayor participación social, las democracias serán entidades débiles: botines de guerra de demagogos enloquecidos por el poder. El punto arquimédico que une la libertad política con las necesidades sociales, no ha sido encontrado todavía, ni en Honduras ni en muchos países de la región.

Interesante es destacar que de un modo paralelo al movimiento a favor del presidente depuesto, ha aparecido en Honduras un nuevo movimiento político de carácter cívico y nacional, con fuerte impronta popular, movimiento que reacciona en primera línea en contra de la intervención externa, no ya en este caso, de la norteamericana, como ocurría en el pasado, sino de la chavista. En cierto modo, ese movimiento cívico fue provocado por el mismo Chávez y por su segundón Ortega.Los insultos de Chávez a los políticos hondureños pasaron esta vez todos los límites, y las amenazas relativas a una intervención militar en Honduras fueron tan descabelladas, que incluso sectores proclives a Zelaya han reaccionado en contra de Chávez. Así se explica que la voz más respetada de la nación: la del cardenal Oscar Rodríguez, pidió explícitamente a Chávez: “no meter más sus manos en Honduras”. Todo las señales indican entonces que, con Zelaya o sin Zelaya, el futuro gobierno de Honduras deberá desmarcarse de Chávez y del ALBA.



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