lunes, octubre 26, 2009

"Unidad perfecta y tarjeta única (I)"

POR:ARMANDO DURÁN.

El pasado 16 de octubre, en estas mismas páginas, Manuel Felipe Sierra se hacía una pregunta perturbadora: “¿Es posible lograr la _unidad perfecta de la disidencia democrática?”. Luego añadía que “frente al chavismo, el acto electoral debe entenderse como un eslabón de una cadena que exige una lucha más prolongada”.

Algunos días más tarde, en su programa Aló, Ciudadano, Leopoldo Castillo profundizaba en el tema. Según Castillo, el verdadero sentido de la unidad opositora habría que buscarlo en la intención que se persiga con ella. Algo así como preguntarse si la dichosa unidad perfecta posee una cualidad absoluta en sí misma, o si su verdadera virtud radica en que sus objetivos trasciendan la esfera de lo meramente electoral. En otras palabras, y esa es la esencia del problema, ¿para qué queremos esa unidad? ¿Para qué? En definitiva, nos advierte Castillo, de la hondura y los alcances de sus motivos político, ético y existencial emergerá su valor final.
La dirigencia de la oposición, lamentablemente, sigue confundiendo el rábano con las hojas. De acuerdo con sus discursos y sus acciones, parece que quieren hacernos creer que la solución de la crisis nacional depende, primero, del método que se utilice para seleccionar a los candidatos de la disidencia. ¡Por favor! Y en segundo lugar, según Leopoldo López, de la agenda legislativa que elabore la oposición para enderezar los entuertos derivados de la incapacidad gerencial del régimen. Precisamente para ponerse a bien con las tinieblas de la mala conciencia, muchos recurren a esta visión absurda y bobalicona de la realidad política venezolana, mentiras blancas, las llamó Teodoro Petkoff en su momento, como cuando hace pocos días un hombre tan serio y razonable como Gustavo Tarre Briceño le declaró a Leopoldo Castillo, con impactante certeza confesional, que si en efecto la oposición lograba esa unidad perfecta, podría obtener hasta 120 escaños en la próxima Asamblea Nacional y, desde allí, con la fuerza democrática que confiere esa inmensa mayoría, lograr al fin meter en cintura a Chávez y reencauzar al país por el sendero del desarrollo y la felicidad.

Mentira podrida.

Como señalaba el propio Sierra este último viernes, “la estrategia opositora sigue adoleciendo de una insuficiente percepción sobre la naturaleza del régimen… El tema electoral se aborda todavía desde una perspectiva convencional”. Hasta tal extremo, diría yo, que uno podría terminar pensando que aquí, en esta Venezuela adolorida tras diez años y tantos de autocracia militar, fanfarrona, falaz, vulgar y chapucera, en realidad no ha pasado nada.
Lo cierto es, sin embargo, que sí han pasado cosas, y muchas.
¿Acaso resulta accidental que Chávez y sus adulantes hayan tenido la audacia de elevar a la categoría de fecha patria aquel infausto 4 de Febrero, ramplona y además fracasada intentona cuartelaria por apoderarse del poder político a punta de pistola? ¿Acaso no son esos mismos golpistas violentos de entonces, Chávez, Diosdado Cabello y Jesse Chacón en primerísima fila, quienes ahora acusan a sus adversarios de ser golpistas y violentos? ¿Acaso podemos pasar por alto la experiencia adquirida con las trampas y los engaños ejecutados sin ningún pudor por el oficialismo en cada una de las farsas electorales organizadas por el CNE para mayor y exclusiva gloria de Chávez? ¿O acaso, a la hora crucial de asumir la responsabilidad de estas próximas elecciones, no cuentan el grosero desprecio del régimen por la dignidad humana, el desastre absoluto y sin remedio a corto plazo de los sistemas de educación y salud, el abandono más que culposo de los servicios de electricidad, agua y vivienda, de vialidad e infraestructura, de la producción agrícola e industrial, de las industrias básicas de Guayana y hasta de nuestra actividad petrolera? Sin la menor duda, hay que ir a votar, pero con unidad perfecta y tarjeta única, y rechazando de plano los cantos de sirena de los espíritus complacientes que aún corroen las entrañas de la oposición.

Ir a votar, por supuesto, pero con la exigencia muy firme de que para ganar son imprescindibles la unidad perfecta y la tarjeta única, en ningún caso impuestas desde arriba, y a sabiendas de que la naturaleza del régimen es totalitaria, sin esos “casi” cómplices a los que hace una semana se refería brillantemente Milagros Socorro, y que nunca se ha comportado, ni se comportará jamás, democráticamente.
Lo cual nos lleva a una nueva y dramática interrogante. ¿La dirigencia opositora tradicional estará a la altura de esta compleja circunstancia?


1 comentario:

Prometeo dijo...

La democracia en estos tiempos se ha convertido en una herramienta más de los que tienen agendas diferentes a las que pregonan.

Adelante y éxito.