POR:VLADIMIRO MUJICA.
Existen muchas evidencias históricas de
cómo movimientos de inspiración fascista, de derecha o de izquierda,
promovieron el desorden, la violencia y el caos como una manera de
hacerse con el poder. Los ejemplos de Hitler en Alemania y de Mussolini
en Italia son probablemente los más obvios, pero casos similares se han
presentado también en el resto del mundo. La receta es relativamente
sencilla desde el punto de vista conceptual, pero sus efectos son
potencialmente letales. Se trata, en esencia, de jugar con el miedo de
la gente y de crear la sensación de que solamente un gobierno fuerte
puede poner freno a una situación de violencia y desorden, creada
precisamente por quienes se presentan como una alternativa salvadora
frente a una población atemorizada.
Una variante del juego del caos ha sido
practicada abiertamente en Cuba y Centroamérica, y ahora en Venezuela.
En esta versión es el Estado el que estimula, de manera abierta o
encubierta, manifestaciones de anomia y caos como formas de avanzar el
control social. Se trata, en la práctica, de promover acciones y
controles desquiciantes que enervan de manera continua a la población y
generan un estado de angustia y ansiedad cotidianas que transforman la
vida de la gente en un ejercicio agotador de supervivencia. El resultado
final que se pretende es que la población termine por ocuparse
solamente de subsistir y abandone la resistencia al control social.
La estrategia de inducir el caos en la situación venezolana se torna
aún más compleja para el gobierno porque pretende ejecutarla desde una
posición de relativa debilidad política ante la cercanía de unas
elecciones que el chavismo da por perdidas. Ello ha determinado el
endurecimiento de la conducta del gobierno en todos los flancos y la
aparición de manifestaciones abiertamente desesperadas. Por ejemplo, la
errática conducta en el plano internacional ha ido aislando en cada vez
mayor medida al chavismo en un terreno otrora controlado por una
operación de desinformación y de chantaje petrolero cuidadosamente
articulada. El gobierno venezolano es percibido en cada vez mayor medida
como un régimen paria y violador de los derechos humanos. El
espectáculo de oleadas de parlamentarios y ex presidentes de países
amigos condenando sin reparos la detención arbitraria de López, Ledezma y
de otros importantes dirigentes políticos, activistas ciudadanos,
obreros y estudiantes, ha pulverizado la imagen del régimen chavista en
prácticamente todos los escenarios diplomáticos del mundo. La infame
doctrina del “injerencismo” defendida denostadamente por la Cancillería
venezolana ya no tiene ninguna credibilidad y cada vez se impone con más
fuerza la noción de que los derechos humanos, la democracia y la
libertad no tienen fronteras y que cuando son vulnerados, como en
Venezuela, es deber de los pueblos y gobiernos civilizados y
democráticos del mundo opinar y actuar dentro del marco del Derecho
Internacional.
En otra dirección, la creación de las llamadas “Zonas de Paz” fue tan
ilegal y violatoria de la Constitución y las leyes venezolanas como lo
es la detención arbitraria, los allanamientos y la terrible violencia de
lo que pretende ser el correctivo del gobierno. De hecho, uno casi
podría afirmar que simplemente se pasó de una versión de la OLP en las
Zonas de Paz, la Organización de Ladrones Protegidos, a la otra más
aceptada oficialmente de Operación de Liberación del Pueblo, ambas con
las mismas siglas, dos caras de la misma moneda con diferente
significado. Que sea este el momento en que el gobierno pretenda
reprimir a sangre y fuego a una delincuencia que su propia acción u
omisión contribuyó a crear, no es sino otro episodio de la
desinformación característica del juego del caos. Lo mismo puede
afirmarse del manejo del desabastecimiento y la crisis económica: se la
crea durante años de desaciertos y corrupción, los mismos que ahora
supuestamente se pretende corregir con una nueva ola de abusos y
expropiaciones.
Pero hay otra dimensión de toda esta tragedia que se cierne sobre
Venezuela que no puede ser desestimada y que también se deriva de la
peligrosa estrategia que adelanta el gobierno. Se trata de que la
desesperación de la gente y los episodios incontrolados de violencia y
saqueo de los que hemos sido testigos en estos meses, tienen el
potencial de generar una reacción en cadena que se le puede escapar de
las manos al represivo gobierno de nuestro país. La resistencia
democrática claramente no tiene ningún interés ni vocación en provocar
un estallido social incontrolado. Ello solamente abriría la puerta a más
violencia y a poner en riesgo la consulta electoral del próximo
diciembre.
La estrategia del caos puede terminar por volverse contra sus
creadores, y el gobierno venezolano, acorralado en el perverso juego por
mantenerse a todo evento en el poder, puede descubrir que la paciencia y
el miedo de la gente tienen un límite. Una frontera muy tenue separa el
que salgamos de este desastre por medios democráticos o que el drama
que ya vive nuestro país dé paso a una tragedia humanitaria de hambre y
violencia. A evitar que esto último ocurra debemos contribuir todos los
demócratas y amantes de la libertad, no importa donde estemos ni que
nacionalidad tengamos.
Fuente:http://www.noticierodigital.com/2015/08/el-peligroso-juego-del-caos/
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