Fue emocionante escuchar ese día 18 de Febrero las palabras de Leopoldo López al entregarse a las guardias pretorianas del régimen post-chavista. Fue también emocionante el despliegue de la multitud, todos unidos frente a la protesta legítima en contra de un gobierno cuyo ideal dictatorial es rechazado por la mayoría de los venezolanos, incluyendo a no pocos chavistas.

Las calles venezolanas no solo han dejado claras las diferencias que separan a la oposición, sino también los objetivos que la unen: un deseo de mayor libertad, un rechazo a la violencia y al militarismo, una negativa a dejarse manejar por la dictadura cubana, una protesta en contra del monopolio que ejerce el estado sobre prensa y televisión, una ira no contenida en contra de las odiosas calumnias que hacen uso Cabello y su subordinado Maduro, un llamado abierto en contra de la destrucción de la sociedad por medio de maleantes oficiales e inoficiales, en fin, un grito democrático a favor de una Venezuela libre y soberana.

Vendrán nuevos días de acuerdos y desacuerdos entre López y Capriles y tal vez entre otros que también esperan su oportunidad “histórica”. Los políticos, todos sin excepción, son animales de poder y es bueno que así sea. Pero también es cierto que en medio de las diferencias habidas y por haber, la calle está señalando algunas sendas que todavía falta caminar. No son tan cortas ni tan pocas.

Emocionante, pero también inteligente fue el discurso de Leopoldo López antes de ser trasladado a las prisiones secretas del gobierno. En momentos tan difíciles supo corregir algunas eventuales (y comprensibles) intemperancias y sin mea culpas, como hay que hacer en la lucha política, mostró algunas vías. Por de pronto no habló de una “salida” como alternativa inmediata. Acentuó, para que no haya dudas, que la lucha ha de ser pacífica y no violenta, rechazando de modo implícito cualquier atajo golpista.

La verdad es que Leopoldo contradijo de raíz a quienes interpretaron su llamado a las calles como una incitación a la violencia frontal y a una negación radical de las vías electorales.

No hay, seamos sinceros, una sola palabra escrita o hablada por Leopoldo, tampoco por María Corina, llamando a la violencia. Ninguno de ellos ha siquiera sugerido la posibilidad de un golpe militar. Y, no por último, ninguno de los dos se ha pronunciado alguna vez en contra de las elecciones, como quisieron interpretar algunas fracciones anti-políticas de la oposición: me refiero a esa invertebrada ultraderecha que más que sumar siempre termina por restar.

Quiero decir: quienes desde la oposición planteaban la alternativa calle o elecciones, en nombre de Leopoldo López, lo hacían, objetivamente, en contra de Leopoldo López. Mucho más lo contradicen quienes llaman al enfrentamiento suicida en contra de los destacamentos armados del gobierno. Para comprobar lo dicho, léase y óigase el discurso de Leopoldo antes de entregar su cuerpo a las rabiosas tropas del régimen.

Los limitados de siempre, los que imaginan que basta la aplicación del artículo 350/CBV para deshacerse de cualquier gobierno, más allá de toda correlación social, militar y política, no tienen nada que ver con López y mucho menos con Capriles. En cierto modo casi no tienen nada que ver con la oposición de Venezuela.

De la misma manera, eso hay que reiterarlo, jamás se ha escuchado un solo llamado de Henrique Capriles a no protestar ni mucho menos a no hacer uso de las calles. Capriles sólo se ha pronunciado en contra del inmediatismo, del voluntarismo y del vanguardismo, tres enfermedades que en el pasado fueron propias a la izquierda latinoamericana y que hoy vuelven a aparecer con toda crudeza en el seno de la oposición venezolana.

En cierto modo hay una complementaridad necesaria entre López y Capriles. Mientras el primero apela al corazón emocionado y ardiente de sus seguidores, otorgando a las luchas políticas un sentido heroico del cual estas no pueden prescindir, Capriles dirige su mirada a la señora -chavista o no- que hace cola para comprar papel higiénico, pan, aceite; o al hombre que cuenta sus monedas para mantener a la familia, o a la simple gente pobre de los campos y de los cerros.

Leopoldo anima a la fuerza constante y bulliciosa de la oposición. Henrique se dirige a los indecisos, a la mayoría silenciosa, a los desilusionados de un régimen en el cual una vez con buena fe creyeron. Leopoldo enciende y cohesiona. Henrique escucha e intenta sumar. Los dos son muy diferentes. Pero ninguno puede prescindir del otro. Más aún, de la suerte del uno depende la del otro.

En cualquier caso los dos han demostrado aprender de sus errores y, sobre todo, a corregir a tiempo. Llegará el día en el cual a los estudiantes y capas medias libertarias se unirá la gente de los cerros. La impaciencia que requiere el deseo de libertad y la paciencia que necesita la vida política encontrarán un punto común de llegada. Venezuela será entonces no un país utópico ni mucho menos la cuna de otra revolución imaginaria. Venezuela solo será lo que la mayoría de los venezolanos desean: un país democrático normal.

La oposición venezolana en las calles ya ha señalado a sus dirigentes cuales son las tareas más inmediatas. La primera, la más urgente, es la liberación de Leopoldo López y de todos los presos políticos. La segunda, el desarme de los siniestros grupos fascistas de choque, los llamados colectivos. La tercera, la devolución de medios de expresión arrebatados a esa mitad creciente que constituye la oposición al régimen. Para cumplir esas tareas, lopistas y caprilistas deberán marchar juntos. Cada día tiene sus plagas.

PS. Hay algunos, no solo chavistas, quienes a falta de argumentos han intentado desvalorizar mis opiniones sobre el caso venezolano aludiendo a mi condición de “chileno” o al hecho de residir en un país europeo. A ellos debo comunicar que además de escribir sobre Venezuela lo he hecho en contra de los gobiernos de Rusia, de Ucrania, de Cuba, de Siria, de Egipto y de muchos otros. En ninguno de esos países he residido. Considero mi derecho elemental y soberano opinar sobre todos los países en donde las libertades políticas son sistematicamente violadas. Uno de esos países es sin duda Venezuela.