Por: Fernando Mires
Fue emocionante escuchar ese día 18 de Febrero las palabras de
Leopoldo López al entregarse a las guardias pretorianas del régimen
post-chavista. Fue también emocionante el despliegue de la multitud,
todos unidos frente a la protesta legítima en contra de un gobierno cuyo
ideal dictatorial es rechazado por la mayoría de los venezolanos,
incluyendo a no pocos chavistas.
Las calles venezolanas no solo han dejado claras las diferencias que
separan a la oposición, sino también los objetivos que la unen: un deseo
de mayor libertad, un rechazo a la violencia y al militarismo, una
negativa a dejarse manejar por la dictadura cubana, una protesta en
contra del monopolio que ejerce el estado sobre prensa y televisión, una
ira no contenida en contra de las odiosas calumnias que hacen uso
Cabello y su subordinado Maduro, un llamado abierto en contra de la
destrucción de la sociedad por medio de maleantes oficiales e
inoficiales, en fin, un grito democrático a favor de una Venezuela libre
y soberana.
Vendrán nuevos días de acuerdos y desacuerdos entre López y Capriles y
tal vez entre otros que también esperan su oportunidad “histórica”. Los
políticos, todos sin excepción, son animales de poder y es bueno que
así sea. Pero también es cierto que en medio de las diferencias habidas y
por haber, la calle está señalando algunas sendas que todavía falta
caminar. No son tan cortas ni tan pocas.
Emocionante, pero también inteligente fue el discurso de Leopoldo
López antes de ser trasladado a las prisiones secretas del gobierno. En
momentos tan difíciles supo corregir algunas eventuales (y
comprensibles) intemperancias y sin mea culpas, como hay que hacer en la
lucha política, mostró algunas vías. Por de pronto no habló de una
“salida” como alternativa inmediata. Acentuó, para que no haya dudas,
que la lucha ha de ser pacífica y no violenta, rechazando de modo
implícito cualquier atajo golpista.
La verdad es que Leopoldo contradijo de raíz a quienes interpretaron
su llamado a las calles como una incitación a la violencia frontal y a
una negación radical de las vías electorales.
No hay, seamos sinceros, una sola palabra escrita o hablada por
Leopoldo, tampoco por María Corina, llamando a la violencia. Ninguno de
ellos ha siquiera sugerido la posibilidad de un golpe militar. Y, no por
último, ninguno de los dos se ha pronunciado alguna vez en contra de
las elecciones, como quisieron interpretar algunas fracciones
anti-políticas de la oposición: me refiero a esa invertebrada
ultraderecha que más que sumar siempre termina por restar.
Quiero decir: quienes desde la oposición planteaban la alternativa
calle o elecciones, en nombre de Leopoldo López, lo hacían,
objetivamente, en contra de Leopoldo López. Mucho más lo contradicen
quienes llaman al enfrentamiento suicida en contra de los destacamentos
armados del gobierno. Para comprobar lo dicho, léase y óigase el
discurso de Leopoldo antes de entregar su cuerpo a las rabiosas tropas
del régimen.
Los limitados de siempre, los que imaginan que basta la aplicación del artículo 350/CBV para deshacerse de cualquier gobierno, más allá de toda correlación social, militar y política, no tienen nada que ver con López y mucho menos con Capriles. En cierto modo casi no tienen nada que ver con la oposición de Venezuela.
De la misma manera, eso hay que reiterarlo, jamás se ha escuchado un
solo llamado de Henrique Capriles a no protestar ni mucho menos a no
hacer uso de las calles. Capriles sólo se ha pronunciado en contra del
inmediatismo, del voluntarismo y del vanguardismo, tres enfermedades que
en el pasado fueron propias a la izquierda latinoamericana y que hoy
vuelven a aparecer con toda crudeza en el seno de la oposición
venezolana.
En cierto modo hay una complementaridad necesaria entre López y Capriles. Mientras el primero apela al corazón emocionado y ardiente de sus seguidores, otorgando a las luchas políticas un sentido heroico del cual estas no pueden prescindir, Capriles dirige su mirada a la señora -chavista o no- que hace cola para comprar papel higiénico, pan, aceite; o al hombre que cuenta sus monedas para mantener a la familia, o a la simple gente pobre de los campos y de los cerros.
Leopoldo anima a la fuerza constante y bulliciosa de la oposición.
Henrique se dirige a los indecisos, a la mayoría silenciosa, a los
desilusionados de un régimen en el cual una vez con buena fe creyeron.
Leopoldo enciende y cohesiona. Henrique escucha e intenta sumar. Los dos
son muy diferentes. Pero ninguno puede prescindir del otro. Más aún, de
la suerte del uno depende la del otro.
En cualquier caso los dos han demostrado aprender de sus errores y,
sobre todo, a corregir a tiempo. Llegará el día en el cual a los
estudiantes y capas medias libertarias se unirá la gente de los cerros.
La impaciencia que requiere el deseo de libertad y la paciencia que
necesita la vida política encontrarán un punto común de llegada.
Venezuela será entonces no un país utópico ni mucho menos la cuna de
otra revolución imaginaria. Venezuela solo será lo que la mayoría de los
venezolanos desean: un país democrático normal.
La oposición venezolana en las calles ya ha señalado a sus dirigentes
cuales son las tareas más inmediatas. La primera, la más urgente, es la
liberación de Leopoldo López y de todos los presos políticos. La
segunda, el desarme de los siniestros grupos fascistas de choque, los
llamados colectivos. La tercera, la devolución de medios de expresión
arrebatados a esa mitad creciente que constituye la oposición al
régimen. Para cumplir esas tareas, lopistas y caprilistas deberán
marchar juntos. Cada día tiene sus plagas.
PS. Hay algunos, no solo chavistas, quienes a falta de argumentos han
intentado desvalorizar mis opiniones sobre el caso venezolano aludiendo
a mi condición de “chileno” o al hecho de residir en un país europeo. A
ellos debo comunicar que además de escribir sobre Venezuela lo he hecho
en contra de los gobiernos de Rusia, de Ucrania, de Cuba, de Siria, de
Egipto y de muchos otros. En ninguno de esos países he residido.
Considero mi derecho elemental y soberano opinar sobre todos los países
en donde las libertades políticas son sistematicamente violadas. Uno de
esos países es sin duda Venezuela.
Fuente: http://polisfmires.blogspot.com
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