
Actualmente en Venezuela las distintas fuerzas políticas que integran y conforman la diversa oposición venezolana, se enfrentan a serios desafíos y dilemas, que las colocan al borde de escenarios muy peligrosos, al abordar sus tareas democráticas, intentando encarar las constantes provocaciones, atropellos y violaciones que sufren ante la escalada represiva y totalitaria que ha emprendido el gobierno de Hugo Chávez contra cualquier síntoma de disidencia democrática. Frente a tan controversiales circunstancias es preciso realizar algunas reflexiones.
La oposición venezolana debería unificarse en torno a un plan de organización y actuación política básico, que le garantice coherencia y una sólida imagen de uniformidad frente al país.
Es esencial y conveniente, que la llamada mesa de la unidad le muestre ya los dientes al régimen, basta de carantoñas. Basta de emplear un lenguaje ambiguo. Se requiere que el liderazgo de la diversa y plural oposición venezolana, seleccionado urgentemente por el equipo nacional que opera en la mesa de la unidad democrática, sea plenamente asumido y encarnado por alguno de sus mejores representantes, para darle definitivamente imagen y rostro a la mayoritaria oposición nacional, para así lograr eficazmente transmitir coherente y organizadamente los mensajes y la acción política que el país necesita y espera. Es perentorio que la oposición elija en su seno un liderazgo colectivo, pero con un rostro visible, que asuma su vocería oficialmente, evitando la dispersión de esfuerzos y las ambiguedades.
Consideramos que no es apropiado, ni adecuado continuar empleando un lenguaje edulcorado, ambiguo, blandengue frente a los constantes y permanentes excesos, atropellos y violaciones a la Constitución y las leyes que comete el gobierno.
Hemos escuchado atentamente, las respetables expresiones de varios destacados dirigentes considerados como líderes opositores nacionales, realizando convocatorias a marchar el próximo sábado hacia la sede nacional de la Fiscalía General de la República, encontrando que se caracterizan por el uso de un lenguaje muy ambiguo, que nos parece edulcorado, frágil, temeroso, timorato frente a las actitudes despiadadas e inmisericordes del régimen y sus sumisos colaboradores institucionales. Continúan convocando en un tono conciliador y de reconciliación; se llama a la población a marchar pacíficamente ante la cruda y seria amenaza de la despiadada e ilimitada represión gubernamental, frente a las evidentes y cada vez más recurrentes violaciones de la Constitución y las leyes de la república; ante el desmantelamiento de las instituciones y la destrucción del estado de derecho se insiste tercamente en hacerle pedidos, solicitudes y llamados de conciencia a la Fiscal General de la República, al poder judicial y legislativo, cuando es un hecho público, que están controlados e influenciados cínicamente por Chávez desde el ejecutivo; se dirigen conmovedores exhortos al ciudadano Presidente de la república, para que dizque respete los derechos de “su pueblo” (¿cual pueblo ?), casi suplicándosele que rectifique; todo lo cual nos parece a estas alturas del partido, de una suprema ingenuidad, dándonos la impresión de que estamos ante una interminable tele novela entregada por capítulos.
Creemos seriamente que tal lenguaje es inocuo, por ser usado ante un gobierno incorregible y determinado a ejecutar sus planes totalitarios, que ha mostrado absolutamente sus fauces represivas, persiguiendo y apresando a destacados dirigentes disidentes. La oposición venezolana debería entonces asumir frente al país desde ya, que nos encontramos en una fase muy diferente de la lucha política, porque obviamente esta ya ha dejado de ser democrática, porque ha sido el gobierno y su régimen oprobioso quien ha violado las reglas del juego, colocándonos deliberadamente y calculadamente en el indeseable pero real terreno de la confrontación fraticida, que puede conducirnos al callejón sin salida de la inestabilidad y la anarquía, que nadie desea, pero que Chávez muy convenientemente propicia, auspicia, y provoca para mantenernos divididos e intentar atornillarse en el poder.
Ante estos graves y serios desafíos, creemos que ha llegado la hora de cambiar de actitud y de lenguaje; cambiar el discurso opositor empleado hasta ahora, por las diversas y disímiles fuerzas que integran la oposición venezolana. Ya no deberían continuar convocando al país a “marchar” (quienes marchan son los militares), ese lenguaje debe ser suplido por uno más adecuado, conveniente y contundente, así de simple. Debe convocarse es a manifestar en la calle a protestar contra las violaciones de nuestros derechos, como un pueblo con tradición democrática. Deben es exigirse se garantise el ejercicio pleno de los derechos, jamás pedirse; los derechos no se mendigan, no se piden, no se solicitan, sencillamente se ejercen y punto. Si debemos ir a la calle, no será a marchar, debemos es ir resueltos a manifestar energicamenente no a hacer ejercicio o bailoterapia, debemos ir a la calle a protestar con vigor, exigiendo el cumplimiento de la Constitución y las leyes; y a reclamar se restituya la situación infringida y por la cual manifestamos nuestro desacuerdo de inmediato, so pena de actuar con mayor rigor. No debemos seguir pidiéndole a la Fiscal, ni a ningún ente o poder público del estado, a los que califican de “sumisos y secuestrados” por el gobierno, para que rectifique, (es un contrasentido, una ambigüedad que el pueblo no comprende) sino exigirles enérgicamente que cumplan con sus deberes y obligaciones, so pena de hacerles pagar sus acciones y omisiones contra el pueblo venezolano, mediante acusaciones formales ante la justicia, buscando castigarlos más temprano que tarde justamente. Hay que hacer sentir al régimen y sus funcionarios sumisos, la potencial real amenaza del ácido que derramará el pueblo, de su pesadísimo desprecio y escarnio, que el señalamiento del duro dedo acusador de la opinión pública nacional y mundial los perseguirá hasta el fin de sus días; hacerles saber y comprender que algún día recaerá severamente sobre ellos por causa de sus desmedidos actos, excesos y atropellos.
La oposición venezolana debe protestar, manifestar cívicamente, pacíficamente es verdad, pero saber hacerlo gallardamente, muy enérgicamente, masivamente, clamorosamente e indoblegablemente, lo cual no supone recurrir a la violencia, la guarimba, ni al indeseable expediente del golpe de estado, la confrontación, ni la guerra fraticida; pero si amenazando con ejercer su derecho a la auténtica y legítima desobediencia civil, potencialmente amenazando con ejecutar una descomunal insurrección popular, que haga imposible la continuidad de la normalidad democrática, si el gobierno insiste en violar flagrantemente sus derechos; y dejando muy en claro, que esas acciones de protesta masivas, no son fríos aislados desvaríos de una masa amorfa de antisociales, sino la creciente mayoritaria expresión auténtica del sentimiento sincero y eficaz del pueblo venezolano, en pleno ejercicio de su legítimo derecho a expresar su disentimiento, su desacuerdo, su rechazo, de las políticas del régimen, mediante la manifestación de la protesta masiva civilizada.
Así que, pensamos que ya no es la hora de hacer prudentes y equilibradas solicitudes, ni pedidos de rectificación al gobierno, sino que es la hora de plantarse masivamente, valientemente, firmes en las calles, frente a las amenazas del oprobioso régimen, exigiéndole que cumpla con la Constitución y las leyes de la república, so pena de extender gradualmente, una creciente e interminable protesta cívica mayoritaria y masiva, ejerciendo presión popular, que hagan inviable e imposible la normalidad y estabilidad democrática; advirtiéndole, que o respeta los derechos de todos los venezolanos consagrados en la Constitución y las leyes de la república cumpliéndolas y haciéndolas cumplir, tal y como está obligado, o no habrá jamás estabilidad, ni normalidad, ni tranquilidad, ni paz, ni tregua ni armisticio posible que valga, y que no podrá volver a ejercer el poder político legalmente, sin sentir cada día la creciente amenaza que generaría un clima insurreccional civil permanente, porque no habrá fuerza represiva capaz de contener la rabia, hasta ahora contenida del glorioso pueblo venezolano, que está siendo víctima de la recurrente violación y atropello de sus derechos por parte de un gobierno antidemocrático, dictatorial y tiránico, que podría degenerar en una lamentable tragedia para todos los venezolanos, por causa de la ciega y desmedida ambición de poder de un desfasado y equivocado individuo, ensimismado en su proyecto político totalitario, autocrático y decadente, en desmedro de la mayoría que aspira y desea vivir para siempre en democracia y libertad.
Es la hora de la calle, el momento crucial de exigirle al gobierno que cumpla con sus obligaciones constitucionales, es un tiempo crítico, arribamos a un peligroso punto de quiebre y de no retorno, la situación es crucial, es el instante de exigirle al régimen con absoluta convicción y fortaleza: O hay país estable y normal para todos sus hijos o no habrá tampoco país estable y normal para nadie.
La normalidad debe derivarse de un consenso, del dialogo político fructífero civilizado entre diversas tendencias del pensamiento; el pensamiento único y la sociedad uniforme no es posible lograrla en paz; sólo la guerra y la muerte de los hermanos distintos logran imponer a sangre y fuego sociedades falsamente uniformes, dominadas; porque en el fondo jamás logran serlo, sólo son sociedades enfermas, adormecidas por el miedo y el odio, a través de la fuerza de las armas, pero nunca de sus convicciones. Por eso, es hoy día tan indispensable sostener y expresar la fuerza de nuestras convicciones democráticas como sociedad civilizada, así como mantener la actitud decidida y firme para defender dignamente nuestras legítimas aspiraciones de vivir en democracia y en paz, tales ideales deberían inspirarnos y movilizarnos a la mayoría, si es que deseamos mantener vigentes nuestros derechos conquistados. Debemos defenderlos, pero ejerciéndolos en la calle, junto a la mayoría de nuestros conciudadanos, cueste lo que cueste. La convocatoria no debería ser entonces a marchar, sino a protestar enérgicamente, gallardamente y masivamente en la calle contra la violación de nuestros derechos, y amenazando al régimen con extenderla gradualmente indefinidamente si no cumple sus deberes.