martes, julio 19, 2011

"La democracia en la encrucijada"("...Nos aproximamos al borde del abismo. ¿Nos despeñaremos? Solo Dios lo sabe...")


POR:ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA.

La eventual desaparición del deus ex machina del totalitarismo castro comunista en Venezuela abre un paréntesis en las certidumbres que dominaban el panorama hasta el 10 de junio pasado. Vuelven a tener relevancia las dos afirmaciones categoriales de Carl Schmitt, expresadas en su obra fundamental, El Concepto de lo Político: la política es el enfrentamiento amigo-enemigo. Soberano es quien resuelve el estado de excepción. Parece llegada la hora de que ambos principios se manifiesten en toda su cruda verdad. Nos aproximamos al borde del abismo. ¿Nos despeñaremos? Solo Dios lo sabe.

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Venezuela, no me cansaré de repetirlo, se encuentra sumida desde el asalto al Poder por el teniente coronel Hugo Chávez y el golpismo militarista venezolano, en un clásico estado de excepción. Vale decir, viviendo la pérdida del anclaje jurídico que garantizaba su estabilidad institucional, sometida a un poder arbitrario y en grave riesgo de avanzar hacia un ordenamiento totalitario de su sistema de dominación. La soberanía y el Estado de Derecho que se instaurara en el país a raíz de la caída de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez y encontrara su ordenamiento jurídico en la Constitución de 1961 bajo un Pacto de Gobernabilidad, un régimen de consensos y un sistema político bipartidista, ha perdido toda vigencia, sin haber sido reemplazada por otro orden soberano. Un estado de inestabilidad estructural de tal naturaleza, que pierde sus instancias normativas sin acertar a dar con otro alternativo en que afianzarse, no puede mantenerse por largo tiempo sin el uso de la violencia y el terror de parte de quienes controlan provisionalmente los instrumentos del Poder. Y que mientras no encuentre un actor sobre determinante y un nuevo factor soberano que le pongan fin, dejará abiertas las puertas a la incertidumbre existencial. Será una sociedad en permanente estado de excepción, como la Alemania nazi entre 1933 y 1945.

La decisión del régimen imperante de apostar al acorralamiento de las fuerzas opositoras e ir montando progresivamente sus instrumentos de dominación de acuerdo a las clásicas maniobras fascistas, se ve impedido de alcanzar su propósito estratégico por la conciencia democrática de las mayorías, los medios de comunicación que aún le son afines, las iglesias, la empresa privada, las academias y universidades, en suma: la aún dominante Hegemonía ideológica, cultural, económica y política de la que fuera nuestra sociedad democrática. Por ello, no ha terminado por aplastar los factores que sostienen las bases democráticas de nuestra vida social. Razones de índole internacional lo compelen, asimismo, al respeto aparente de los mecanismos democráticos, particularmente, de la resolución electoral de los conflictos de acuerdo al almanaque constitucional. Para lo cual el régimen ha dispuesto de dos grandes instrumentos: el control omnímodo de todas las instituciones del Estado, particularmente de las Fuerzas Armadas, el sistema judicial, PDVSA y sus fuentes de financiamiento, mientras articula el llamado Poder Popular, de una parte; y el ascendiente de un poder personal, caudillesco, carismático y determinante en la figura del jefe de Estado y presidente de la república, por la otra.

Las fuerzas del castro comunismo expresadas en el chavismo venezolano no se han detenido un solo instante en su esfuerzo por imponer un régimen totalitario. Tras doce años de esfuerzos, la crisis terminal a la que ha arrastrado al país se le ha vuelto en contra, obstaculizando la liquidación de la resistencia democrática, hasta llegar a un virtual impasse que pone en serio peligro su sobrevivencia. A la cual un hecho inesperado ha venido a poner al borde del abismo: una supuesta enfermedad de graves consecuencias que pone en peligro la vida del único factor verdaderamente sustantivo de la autocracia gobernante.

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Independientemente de la veracidad y naturaleza del cáncer que sufre el teniente coronel Hugo Chávez, del cual aún no existe un informe médico profesionalmente sustentado, lo cual legitima las dudas respecto de su alcance y autenticidad, lo cierto es que el país ha sufrido un vuelco trascendental desde que se conociera de la operación a la que habría sido sometido en La Habana el 10 de junio pasado. Su efecto más notable habría sido la agudización de las contradicciones internas en el seno de la cúpula gobernante. Y la irrupción de la dramática conciencia de la precariedad del régimen, basado fundamentalmente en el carisma del presidente de la república. Quien, de acuerdo a informes confiables, sufriría de un cáncer terminal.

La absoluta carencia de una institucionalidad estatal y política capaz de sostener al régimen, ha puesto de manifiesto su dependencia respecto de la figura presidencial, ha desatado toda suerte de rumores respecto de las contradicciones entre los distintos factores que componen la alianza política de gobierno y ha interrumpido el proceso electoral en que se encontraba empeñado el presidente de la república. Pero ha venido asimismo a alterar los esfuerzos unitarios adelantados por la oposición, sostenidos en gran medida por la unanimidad en torno al supremo objetivo de enfrentar al único candidato del chavismo con opciones de victoria, el propio Hugo Chávez.

Inesperadamente, un factor absolutamente imponderable como la afección del jefe del proceso ha terminado por alterar radicalmente los supuestos políticos de las dos grandes fracciones nacionales enfrentadas. Desatando en uno y otro sector nuevas configuraciones en función de las nuevas circunstancias. La parálisis del proceso electoral oficialista es manifiesta y la indefinición respecto de la eventual candidatura de su principal figura un dato inevitable. De modo que en el interior del estado de excepción imperante se ha abierto una suerte de transición hacia lo desconocido cuyo desenlace aún es imprevisible.

En cuanto a la oposición, la eventual retirada del presidente de la república de la contienda electoral, al alterar los presupuestos del enfrentamiento central, ha alterado asimismo las decisiones y expectativas de los diversos actores. Un manto de incertidumbre ha caído no sólo sobre los distintos candidatos en liza y el eventual respaldo de diversos partidos, sino sobre el proceso electoral mismo. Sería altamente irresponsable no incorporar a los cálculos estratégicos la eventualidad de un agravamiento de la salud presidencial, incluso de su deceso, y la consiguiente precipitación de los acontecimientos. Lo cual nos lleva a considerar el agravamiento de la naturaleza excepcional de la situación por que atraviesa Venezuela y a preguntarnos por sus eventuales desenlaces. A interrogarnos incluso sobre el perfil de un eventual gobierno de emergencia nacional y las reservas estratégicas con que contamos.

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En un artículo anterior, LA HORA FINAL, sostuvimos la tesis de que tras la súbita e inesperada operación quirúrgica a que fuera sometido el presidente de la república en La Habana el 10 de junio pasado, el país había sufrido un giro de 180º. Caracterizado por el eclipse de la figura presidencial y un inevitable reacomodo del escenario político, independientemente del desenlace del supuesto cáncer de colon que padece.

Es inevitable considerar este nuevo factor, pues reaparece en la escena de los probables desenlaces la precipitación de una crisis de gobernabilidad, la tentación del atajo de fuerza para quienes resienten el duro golpe de la neutralización de su principal factor de Poder y la radicalización de las tendencias castro comunistas que hacen vida en el seno del gobierno. La incapacidad física del único candidato con relativas opciones de triunfo para llevar adelante una campaña extremadamente exigente y agotadora, podría interponerse entre el régimen y las fuerzas opositoras. Aquellas podrían considerar la militarización plena y progresiva del poder, mientras éstas verían frustrados sus deseos de ponerle fin al gobierno imperante mediante mecanismos electorales, pacíficos, constitucionales. Su desiderátum.

Sea como fuere, estamos ante la paralización de facto del esfuerzo electoral del oficialismo y la oposición. Un elemento absolutamente inesperado, irreversible y de consecuencias imponderables viene a trastocar los esfuerzos de unos y otros y a abrir un interregno de insospechadas consecuencias. Mientras el oficialismo no atina a dar con el eventual sustituto en caso de la total neutralización del caudillo – radio o quimioterapia mediante – la oposición parece trabada por indecisiones existenciales. Ni UNT, ni AD, ni COPEI, ni Proyecto Venezuela parecen encontrarse en capacidad de cortar el nudo gordiano de sus candidaturas. La esperada entrada de la diputada María Corina Machado en la contienda electoral, e incluso el regreso de Manuel Rosales o el fin de la inhabilitación de Leopoldo López tampoco introducen elementos sustantivos que apunten a una clarificación de la compleja situación suscitada. Esta es de índole existencial, no candidatural.

El país se ve empujado así y a redropelo de la voluntad de los actores políticos a la imperiosa necesidad de definir su futuro, resolver su excepcionalidad y asentar una nueva soberanía, democrática y constitucional o dictatorial y totalitaria. La indefinición en que se arrastra desde hace 12 largos y tortuosos años no puede ser soslayada mediante enmascaramientos seudo constitucionales. En juego está el Poder. En juego está la soberanía. Su resolución no puede ser dilatada indefinidamente sin provocar el absoluto desquiciamiento de la república.

La oposición ha esperado resolver el impasse por vía electoral. A pesar y en contra de las claras amenazas de sectores radicales del estado Mayor, como el general Rangel Silva. Que al señalar el rechazo a entregar el gobierno si el oficialismo fuera derrotado electoralmente, expresa, sin duda, un sentimiento dominante en el seno de dicha cúpula militar. La eventual desaparición del deus ex machina del totalitarismo castro comunista en Venezuela abre un paréntesis en las certidumbres que dominaban el panorama hasta el 10 de junio pasado. Vuelven a tener relevancia las dos afirmaciones categoriales de Carl Schmitt, expresadas en su obra fundamental, El Concepto de lo Político: la política es el enfrentamiento amigo-enemigo. Soberano es quien resuelve el estado de excepción. Parece llegada la hora de que ambos principios se manifiesten en toda su cruda verdad. Nos aproximamos al borde del abismo. ¿Nos despeñaremos? Sólo Dios lo sabe.

E-mail: sanchezgarciacaracas@gmail.com

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Fuente:http://www.noticierodigital.com/2011/07/la-democracia-en-la-encrucijada/

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