POR: ARCANGEL VULCANO.
El desventurado naufrago Capitán Garfio, víctima de sus errores, torpezas, devaneos y excentricidades, apenas logra mantenerse erguido temerosamente con el agua al cuello, sobre las turbulentas aguas del caribe; luego de contemplar incrédulo y exhausto, como su averiado buque seudo revolucionario se fue a pique, al haberlo mantenido a la deriva, sin rumbo seguro y cierto, estrellándolo erráticamente contra los filosos arrecifes.
El calamitoso pirata, con su garfio oxidado, la pata de palo podrida y su espada extraviada definitivamente en el fondo del océano, yace ahora muy quebrantado y deprimido; penosamente apenas flota sobre las tenebrosas aguas, infestadas de mortales escualos, dotados de amenazantes fauces, de allí que se encuentra petrificado de pánico, descompuesto, con el estomago corroído por causa de los inmisericordes efectos del tiempo, el salitre y la desgastante naturaleza, se encuentra muy mal herido, con la humanidad magullada, desfigurado al ser presa de los mortales elementos, como consecuencia del lacerante y candente sol a la espalda, acechado por multiplicidad de especies marinas, pero temiendo principalmente al gran tiburón blanco, a quien presiente, que en cualquier instante podría venir por él. Ahora acrecentados sus temores al contemplar teñidas las aguas de rojo escarlata, proveniente de la sangre derramada por las heridas de guerra de algunos de sus camaradas y socios de fechorías, quienes frente a sus ojos, a pesar de sus impotentes súplicas fueron engullidos vivos sin misericordia por el gigantesco e insaciable escualo mayor.
El patético Capitán Garfio, sufre de paralizantes calambres, deshidratado, ahora no sólo teme terminar devorado vivo por el norteño Tiburón, está muy atormentado, porque sabe que se aproxima su triste final, porque ve en el cercano horizonte levantarse una horripilante sombra, por causa de una gigantesca y pavorosa ola, producida por un escalofriante tsunami, que acabará con todos sus excesos. Lo ve venir desesperado e impotente. Por ello, el bandolero apela a todos sus conocidos truculentos artilugios, patalea, chapotea, finge, se aferra a viejos salvavidas, grita a todo pulmón, pretendiendo atraer algún auxilio: ¡Tsunami, Tsunami!, sus desgastados números de circo solo los aplauden focas atraídas por su fétido olor a pescado podrido, pero sabe que su fin está cercano, porque el destructivo tsunami, trágicamente para él como pirata náufrago, ahora si le causará su fin, el de todos sus cómplices y secuaces. Los arrastrará para siempre asfixiados al fondo del mar, porque el tsunami que se aproxima será demoledor e inevitable.
1 comentario:
Usted como siempre haciendo genial uso de las parabolas y figuras literarias.
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