"El
des-milagro económico era mal soportado por los brasileños, el
des-milagro futbolístico pude ser letal para la presidencia de Dilma.
Veremos".
POR:JORGE ZEPEDA PATTERSON.
Invertir políticamente en el fútbol equivale a meter los ahorros en
un desarrollo inmobiliario: puede multiplicar tu capital de manera
ingente o esfumarlo en un instante (o varios instantes, los que le tomó a
Alemania meter los primeros cuatro goles: 26 minutos exactamente).
El problema no es que Brasil haya perdido, sino que lo haya hecho de
manera tan humillante en su propia casa luego de una deslavada
participación en el Mundial. El 7-1 es la peor derrota brasileña en los
107 partidos disputados en copas mundialistas a lo largo de 84 años. El maracanazo
de 1950 fue traumático por la sorpresiva final ante Uruguay, perdida
por 2-1, pues venía de vencer a España 6-1 y a Suecia 7-1. Los
brasileños nunca pudieron asimilar que una copa celebrada en casa se les
escapara de las manos cuando la sentían prácticamente asegurada.
Lo que sucedió este martes en el estadio Minerao es distinto. El 7-1
no será asumido como una anomalía futbolística o un capricho de los
astros, sino como la confirmación de un estado de cosas, de un fin de
ciclo. Desde luego no es la primera vez que el equipo brasileño
desilusiona a su público luego de un deslucido desempeño en un Mundial.
En los dos últimos había sido eliminado en cuartos de final. Pero
siempre quedaba la sensación de que la camiseta verde-amarela había sido
la representante del jogo bonito. Se asumía que en ocasiones
el buen manejo de la pelota no bastaba para superar a un equipo canchero
y práctico, y no siempre la defensa estaba a la altura de sus
espectaculares delanteros. Pero de una forma u otra, el prestigio
brasileño nunca quedaba mal parado del todo. Jugadas prodigiosas y
errores del portero eran parte de la magia desplegada por un futbol que
rechazaba la mecanización y premiaba la inspiración.
El problema para Brasil es que llegó a su Mundial con argumentos
futbolísticos agotados. Salvo Neymar ninguno de sus delanteros tendría
la calidad para alinear en los equipos de antaño y sus creativos de
media cancha se encuentran a años luz de Xavi, Pirlo, Iniesta, Mesut
Ozil, Luka Modric o Sneijder. Más allá de chispazos inconsistentes, el
equipo fue incapaz de mantener una circulación creativa y fluida de la
pelota. En otras palabras, el jogo bonito fue aportado por
colombianos y alemanes, no brasileños. Ante el sinsabor de la derrota
los aficionados no pueden en esta ocasión consolarse con la idea de que
su equipo aportó la belleza a lo largo del torneo.
Si el descalabro deportivo es en sí mismo una tragedia, las
implicaciones políticas pueden ser catastróficas. Brasil obtuvo en 2007
la aprobación de la FIFA para organizar el mundial de 2014. Eran tiempos
en que el mundo hablaba del milagro brasileño y se le comparaba con
China; su economía crecía a tasas de 5 y 6 por ciento anual y Lula da
Silva era percibido como la nueva estrella del firmamento político
internacional. En ese contexto, la organización del Mundial fue asumido
por el gobierno como la consagración de la marca Brasil. La construcción
de los estadios, la infraestructura urbana y la prosperidad del país
amazónico serían exhibidas al mundo, de una sola vez y para siempre,
como muestra de que Brasil había dejado atrás el subdesarrollo y se
había convertido en la nueva potencia internacional.
Siete años después lo que iba a ser un motivo de orgullo se convirtió
en escaparate de vergüenzas. Ni siquiera Sudáfrica en 2010 exhibió tal
ineficiencia para cumplir con los compromisos asumidos. En el camino la
economía se desinfló y las viejas asignaturas pendientes (pobreza y
desigualdad, principalmente) regresaron al primer plano acrecentadas por
las expectativas incumplidas. Dilma Rousseff llegó al Mundial de
hurtadillas, literalmente, esperando que al menos el triunfo de la
selección extendiera la tregua en las protestas por el descontento
popular.
La apuesta política por el futbol resultó de alto riesgo, pero al
final fue a lo único a lo que Rousseff pudo encomendarse. Los once mil
millones de dólares invertidos en la fiesta tan duramente criticados
habrían sido legitimados en el ánimo popular con una victoria de la
selección. Como en toda apuesta de alto riesgo, los dividendos del
triunfo eran tan categóricos como las consecuencias que acarrea la
derrota. El problema es que las autoridades nunca imaginaron un
descalabro deportivo de tal magnitud. El futbol es una religión en
Brasil, ahora se convertirá en política. Una variable de consecuencias
imponderables que no se encuentra en los manuales de teoría política. El
des-milagro económico era mal soportado por los brasileños, el
des-milagro futbolístico pude ser letal para la presidencia de Dilma.
Veremos.
Fuente:http://internacional.elpais.com/internacional/2014/07/09/actualidad/1404933618_886321.html
El 7-1 sume a Brasil en la depresión
El país vive como una humillación la histórica goleada en el Mundial de fútbol.
En la cafetería de la esquina de un barrio corriente de São Paulo
cercana a la parada de metro de Pinheiros, un policía cabizbajo sentado
en la barra charlaba con un jubilado aún más cabizbajo bajo la mirada de
un camarero silencioso y todavía más deprimido. Entonces el jubilado,
dio un manotazo al bollo y masculló, para que le oyera el policía:
Brasil se ha despertado incrédulo, triste, noqueado, inmerso aún en la niebla tóxica de la pesadilla del 7-1, en sus funestas consecuencias. Un comentarista radiofónico muy madrugador de la emisora CBN hablaba de la falta de táctica futbolística del equipo de Scolari.
Pero un segundo comentarista, media hora después, aludió a que la
aplastante derrota, según él, despertará otra vez el complejo de
inferioridad del brasileño y le devuelve ya por lo pronto a una realidad
llena de problemas de la que ha escapado durante el mes largo que ha
durado la selección en el Mundial.
En la misma noche de la goleada hubo incidentes, en São Paulo, Río y otras grandes ciudades
brasileñas, que más respondían a un vandalismo incontrolado que a un
movimiento organizado de protestas: peleas, incendios de autobuses,
saqueos de tiendas…. El amanecer trajo una calma triste y compungida,
como la que se respiraba en la cafetería del policía y el jubilado. Las
camisetas amarillas desparecieron de golpe. Todos los que la lucían
orgullosamente el día anterior las guardaron en casa.
La mayoría de los periódicos (sus portadas aparecen llenas de “humillación”, “vejamen”, “vergüenza”),
especula con la posible influencia que puede tener este marcador
increíble en las próximas elecciones de octubre. Todos los expertos
coinciden en recordar que nunca el resultado del Mundial ha influido en
las urnas, y eso que los campeonatos del Mundo coinciden, desde 1994,
cada cuatro años, con las elecciones generales brasileñas. Pero esos
mismos expertos también recuerdan que nunca Brasil ha sufrido una
derrota tan aplastante, tan demoledora, con un potencial simbólico
comparable –tal vez mayor- a la del Maracaná en 1950. “Sólo hemos
superado el trauma de 1950 con otro mayor”, resumía un seguidor de
Facebook. Lo del trauma no es una frase hecha: los periódicos aportan
consejos de psiquiatras y psicólogos para que la goleada no afecte
demasiado a los niños.
Tampoco se sabe aún hasta qué punto la derrota alentará de nuevo las
protestas y manifestaciones que quedaron narcotizadas en cuanto la
pelota comenzó a rodar y que, hace un año, sacudieron el país entero
pidiendo menos gastos en estadios de fútbol, y más en servicios públicos
para tener mejores transportes, mejores escuelas y mejores hospitales.
Según la prensa brasileña, los asesores de la presidenta Dilma Rousseff y
los miembros de su Gobierno están atónitos, a la expectativa, sin saber
cómo irá a reaccionar el electorado
ante este aluvión de goles y de decepción, si se traducirá en una
sequía de votos en unos comicios que ya de por sí se presentan muy
disputados. Por lo pronto, la presidenta ya envió, a través de su cuenta de twitter, un mensaje de ánimo: “Estoy muy triste por la derrota. Pero no nos podemos abatir. Brasil, levántate, sacúdete el polvo y ponte en pie de nuevo.”
“Que no haya dudas. Esto influirá en los sondeos y Dilma Rousseff bajará. La gente ahora la toma con el entrenador Scolari,
pero pronto transferirá esa frustración a Rousseff”, asegura el
sociólogo especialista en deportes Flavio de Campos. Este experto
recuerda que durante el partido, el público pasó, casi sin solución de
continuidad, de insultar al criticado delantero Fred a dirigirse a la
presidenta. Y añade una particularidad del pueblo brasileño que hoy se
muestra en carne viva: la identificación de la esencia del país con el
fútbol. “Siempre esperamos que los futbolistas de la selección encarnen
la fuerza, la virtud y la creatividad que no encontramos en otros
espacios sociales”.
Tal vez por eso, según algunos, la derrota histórica que ha infligido
Alemania a Brasil sirva de vacuna, de curativo. Así lo asegura el
editorial de A Folha de S. Paulo : “El partido tal vez implique
que se acabe con una época en la que país y estadio, hinchada y pueblo y
nación y selección han sido vistos como la misma cosa (…) Tal vez se
pueda decir ahora que Brasil es mayor que su fútbol”.
En una carta al director del mismo periódico, Albino Marcones, de São
Paulo es más tajante: “Se acabó la euforia. Vamos a cuidar de la
economía, a hacer que este país vuelva a andar. Basta de emoción. Vamos a
arreglar la inflación. Despierta a la realidad, Brasil”.
A Dilma se le acabó la samba
POR:DANIEL LANSBERG RODRÍGUEZ
Se alega que durante la segunda Copa Mundial de la FIFA llevada
a cabo en la Italia fascista de 1934- Benito Mussolini amenazó a la
selección italiana con la muerte si estos no lograban ganar el
campeonato en su casa. En esa ocasión la Gli Azzurri resultó victoriosa, ganando el torneo y esquivando de esa manera la ira letal de Il Duce.
Ahora, que sepamos, Dilma Rousseff jamás llegó a "motivar" a la selección actual brasileña de igual manera. Aunque humillados y despechados tras un colapso 7-1 contra Alemania en un juego semifinal que seguramente pasará a la infamia nacional, los jugadores -entre ellos David Luiz quien no aguantaba las lágrimas después de la derrota- se quedarán con sus vidas, aunque, por lo visto, la longevidad del gobierno de Dilma es mucho menos segura.
Como era de esperar en un país donde el fútbol es religión, los años electorales en Brasil coinciden con los de la Copa Mundial, de esa manera lo que ocurre en la cancha suele tener consecuencias concretas para el destino político de la nación. El expresidente Fernando Henrique Cardoso ha afirmado públicamente que la euforia de victoria brasileña en el Mundial de 1994, fue lo que hizo posible su elección a la presidencia, y el arranque de sus reformas económicas ese mismo año.
Para Dilma, y su Partido de los Trabajadores, el destino político estaba entretejido inexorablemente con los resultados de la copa. Los últimos años han sido difíciles para la mandataria, su país sufre cada vez más de graves problemas de desigualdad, corrupción, pereza burocrática y hampa, mientras que el crecimiento económico ha ido cayendo. Disturbios y protestas se han vuelto cada vez más parte del panorama político del país, entre ellos varias protestas masivas contra los altos gastos como anfitriones de la copa -un monto que se aproxima a los 12 millardos de dólares.
Aun así, al comenzar esta misma semana parecía que Dilma sería vindicada. Durante las últimas semanas ha habido múltiples indicadores de que el estado de ánimo del país estaba mejorando, al igual que el apoyo en las encuestas para Rousseff.
Si la selección de Brasil, los favoritos del torneo, hubieran logrado ganar, eso le habría proporcionado una considerable ventaja política al PT en las próximas elecciones. Si el país hubiese al menos realizado una salida digna en las rondas finales, igual hubiera sido una vindicación (si no un triunfo) para el partido, por haber organizado y defendido lo que resultó ser uno de los mundiales más exitosos de los últimos años, generando altos niveles de pasión e interés internacional y unos cuantos juegos memorables...
Pero una derrota tan humillante como ésta le ha claramente recordado a una gran cantidad de votantes brasileños el por qué estaban molestos por el tema de la Copa del Mundo en primer lugar, y por qué estaban tan profundamente frustrados con Dilma. Después del quinto gol para Alemania (en apenas media hora), y aún mucho antes del medio tiempo, multitudes de fanáticos locales decepcionados ya habían abandonado sus asientos. Entre los que permanecían, se podía escuchar que corrían insultos y obscenidades, algunos en contra de los jugadores, pero la mayoría hacia su excelenissima senhora presidenta da republica.
Quien siembra vientos, recoge tempestades y durante los últimos años los que mandan en Brasil, se han mostrado a ser, ante todo, un grupo altamente pragmático -saltando de ventajismo a ventajismo con poca atención a los principios fundamentales y el liderazgo de verdad. Durante la crisis reciente en Venezuela, Rousseff -quien como víctima de violencia autoritaria en su juventud bien sabía la urgencia del tema- prefirió priorizar la harmonía interna del PT con su ala más izquierdista de sus partidarios, tocando de esa manera el harpa mientras que Venezuela quedaba en cenizas.
Ahora, delante de un fracaso tan histórico, bien veremos para qué les servirá eso. Llámenlo karma, justicia divina, o coincidencia, queda claro que, por el momento, la sambita se le acabó al gobierno de Brasil -y se lo merecen.
Ahora, que sepamos, Dilma Rousseff jamás llegó a "motivar" a la selección actual brasileña de igual manera. Aunque humillados y despechados tras un colapso 7-1 contra Alemania en un juego semifinal que seguramente pasará a la infamia nacional, los jugadores -entre ellos David Luiz quien no aguantaba las lágrimas después de la derrota- se quedarán con sus vidas, aunque, por lo visto, la longevidad del gobierno de Dilma es mucho menos segura.
Como era de esperar en un país donde el fútbol es religión, los años electorales en Brasil coinciden con los de la Copa Mundial, de esa manera lo que ocurre en la cancha suele tener consecuencias concretas para el destino político de la nación. El expresidente Fernando Henrique Cardoso ha afirmado públicamente que la euforia de victoria brasileña en el Mundial de 1994, fue lo que hizo posible su elección a la presidencia, y el arranque de sus reformas económicas ese mismo año.
Para Dilma, y su Partido de los Trabajadores, el destino político estaba entretejido inexorablemente con los resultados de la copa. Los últimos años han sido difíciles para la mandataria, su país sufre cada vez más de graves problemas de desigualdad, corrupción, pereza burocrática y hampa, mientras que el crecimiento económico ha ido cayendo. Disturbios y protestas se han vuelto cada vez más parte del panorama político del país, entre ellos varias protestas masivas contra los altos gastos como anfitriones de la copa -un monto que se aproxima a los 12 millardos de dólares.
Aun así, al comenzar esta misma semana parecía que Dilma sería vindicada. Durante las últimas semanas ha habido múltiples indicadores de que el estado de ánimo del país estaba mejorando, al igual que el apoyo en las encuestas para Rousseff.
Si la selección de Brasil, los favoritos del torneo, hubieran logrado ganar, eso le habría proporcionado una considerable ventaja política al PT en las próximas elecciones. Si el país hubiese al menos realizado una salida digna en las rondas finales, igual hubiera sido una vindicación (si no un triunfo) para el partido, por haber organizado y defendido lo que resultó ser uno de los mundiales más exitosos de los últimos años, generando altos niveles de pasión e interés internacional y unos cuantos juegos memorables...
Pero una derrota tan humillante como ésta le ha claramente recordado a una gran cantidad de votantes brasileños el por qué estaban molestos por el tema de la Copa del Mundo en primer lugar, y por qué estaban tan profundamente frustrados con Dilma. Después del quinto gol para Alemania (en apenas media hora), y aún mucho antes del medio tiempo, multitudes de fanáticos locales decepcionados ya habían abandonado sus asientos. Entre los que permanecían, se podía escuchar que corrían insultos y obscenidades, algunos en contra de los jugadores, pero la mayoría hacia su excelenissima senhora presidenta da republica.
Quien siembra vientos, recoge tempestades y durante los últimos años los que mandan en Brasil, se han mostrado a ser, ante todo, un grupo altamente pragmático -saltando de ventajismo a ventajismo con poca atención a los principios fundamentales y el liderazgo de verdad. Durante la crisis reciente en Venezuela, Rousseff -quien como víctima de violencia autoritaria en su juventud bien sabía la urgencia del tema- prefirió priorizar la harmonía interna del PT con su ala más izquierdista de sus partidarios, tocando de esa manera el harpa mientras que Venezuela quedaba en cenizas.
Ahora, delante de un fracaso tan histórico, bien veremos para qué les servirá eso. Llámenlo karma, justicia divina, o coincidencia, queda claro que, por el momento, la sambita se le acabó al gobierno de Brasil -y se lo merecen.
@DLansberg
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