POR:HEINZ DIETERICH.
1. Crisis terminal
La crisis económica de Venezuela se ha convertido en una crisis
política terminal para el gobierno de Maduro. Maduro perderá las
elecciones parlamentarias de este año y saldrá a más tardar en 2016 del
poder, sea por referéndum revocatorio, renuncia o intervención militar.
Es prácticamente imposible que el oficialismo revierta este escenario.
Con el 75% de la población en contra del gobierno de Maduro; con China
negándose a inyectar más liquidez a una política económica idiota y
suicida; con una oposición unificada para las elecciones parlamentarias y
la cobardía sin límites de los gobernadores y líderes del PSUV para
cambiar el rumbo del país, el oficialismo ha perdido todo poder de
negociación para salvarse. La troika Maduro-Cabello-Arreaza se mantiene
sobre mentiras y bayonetas. Pero, las mentiras (“guerra económica”) ya
sólo convencen al 20% de la población y el tiempo de las bayonetas se
acaba. En menos de dos años, una troika de ineptos y prepotentes ha
despilfarrado la herencia de lucha popular de generaciones;
desprestigiado la alternativa del Socialismo del Siglo 21 y creado las
condiciones para la reconquista del poder por la oligarquía y el
imperialismo.
2. Economía política del debacle
La crisis terminal es resultado del fallido intento de la Nueva Clase
Política “bolivariana”, de monopolizar el poder político monopolizando
el plusproducto petrolero. En un raro momento de verdad, el Gobernador
del estado Anzoátegui, Aristóbulo Istúriz, reconoció públicamente
(14.7.2014) esa estratagema: “El control de cambio en Venezuela no es
una medida económica…, es una medida política. Porque si nosotros
quitamos el control de cambio, ustedes sacan los dólares y nos tumban.
Mientras gobernemos tendremos que tener control de cambio. […] Y
tendremos que amoldarnos, con control de cambio, a manejar la economía”.
Dirigir un país a través del control del plusproducto –medida
recomendada por Fidel a Chávez— es una política correcta. De hecho,
todas las clases dominantes del mundo lo hacen. Pero, hay que saber
hacerlo. Y ahí, la troika tenía todo resuelto. Delante de sus narices,
Evo Morales, Rafael Correa, Lula y Daniel Ortega, aplicaban exitosamente
el know how del desarrollismo criollo viable en América
Latina. Simplemente, tenían que entender y asimilar la dialéctica de
este desarrollismo. Pero, su incultura, arrogancia e ideología
delusional (delusional thinking) lo impidieron y llevaron la
economía nacional al actual panorama desolador. Las cifras del PIB, del
déficit fiscal, de la inflación, de las reservas internacionales, de la
sobrevaluación, etc., describen el panorama con precisión; mientras que
el precio bajo del petróleo y la incapacidad de someter mercantilmente a
Arabia Saudita, Irak y Qatar, aborta las esperanzas de una pronta
recuperación.
3. Se asoma el Leviatán
En su sobreestimación infantil del poder del Estado frente a la sociedad, y su hybrisgeneralizada,
la nomenclatura del PSUV convirtió la crisis económica en crisis
política. Su receta de autodestrucción consta de tres elementos: a) no
hacer las reformas necesarias cuando tenía el poder de negociación
necesario, después de la elección de Maduro; b) no entender que su
mentira de “guerra económica” tenía un ciclo de manipulación efectiva
limitado, como toda propaganda; c) al obligar al ciudadano a presentar
documentos de identidad, registrarse, someterse a controles biométricos,
conculcarle sus derechos civiles y constitucionales (prohibición de
pernoctar fuera de supermercados) etc. —y toda esta parafernalia para
comprar un kilo de papas (sic)— lo humillan, muestran que su modelo económico es inviable y exhiben la cara de Leviatán del Estado (policiaco).
4. La negación de China
El gobierno chino ha tenido tres fases en su trato con la troika. Cuando –por default—
la troika llegó al Palacio de Miraflores, Beijing creyó en los reportes
triunfalistas de los burócratas de su embajada, de que todo iba viento
en popa. Cuando los índices de disfuncionalidad de la troika se hicieron
más evidentes, Beijing aceptó que había una alta probabilidad, de que
fracasara. Pero, para proteger sus inversiones de alrededor de 50 mil
millones de dólares, por razones de Estado y geopolítica, decidió seguir
apoyando, para evitar el peligro de un gobierno de derecha pro-gringa.
Sin embargo, con el fracaso de la desesperada e improvisada visita de
Maduro a China, Rusia y los países de Medio Oriente, quedó claro que
Beijing ha abandonado la esperanza de que la troika pueda salvarse. Le
negó a Maduro la liquidez necesaria ($16 mrd) para mantener su reality show” de “socialismo” hasta las elecciones. Para Beijing, la troika ya ha entrado en un de facto default político-económico. Es una conclusión nada dramática ni sorprendente. Simplemente reconoce una verdad objetiva que en lo económico ya había sido evidenciada por múltiples instituciones financieras del Capital.
5. Las mayorías se van – el fin del Chavismo
La sentencia al colapso de la troika está escrita en la evaluación de
su gestión en las últimas encuestas nacionales. El 84% de la población
considera la situación del país mala o muy mala; el 74% piensa que la
gestión de Maduro es mala; el 72% no creen “nada” de las declaraciones
del Presidente sobre la economía; el 70% no quiere que siga más allá del
2016; el 86% lo considera responsable de las colas; la presencia de los
militares en el gobierno es considerado malo por un 70% y el 75% cree
que la situación económica es ahora peor o mucho peor que hace un año.
Maduro es, hoy día, un general sin tropas. Pero, peor, sin espacios
de maniobra: el 80% de los encuestados está en contra de una devaluación
del bolívar; el 70% en contra del aumento de la gasolina; el 85%
rechaza las expropiaciones como mecanismo para resolver la crisis y más
del 90% considera indispensable un acuerdo entre el sector público y el
privado para enfrentar la crisis.
6. La Batalla decisiva y el colapso de la 5ta República
La troika y su sumisa nomenclatura entran ahora a la batalla decisiva
por el poder. Pero, comandan una fuerza fantasma. No tienen programa,
ni cuerpo dirigente, ni narrativa o mística de guerra, ni tropas (apoyo
popular/clase media), ni dinero. Es decir, carecen de los recursos
básicos para vencer. Y, aunque en la guerra se cuentan los muertos
después de la batalla, es obvio, que el destino de la batalla está
sellado.
Ante esta situación, al 40% de los ciudadanos que no quieren votar ni
por la troika moribunda, ni por la derecha unificada de Capriles-
Fcón-López, les queda un solo camino de acción, para garantizar su
futuro y el de la Patria. A semejanza de Grecia y España (Syriza,
Podemos), formar un nuevo partido político de centro(-izquierda) que
acaba con el estéril bipartidismo venezolano.
Fuente:http://barometropolitico.com/2015/07/31/2015-ultimo-ano-de-gobierno-chavista-por-heinz-dieterich/
6 comentarios:
“Resistir” por Laureano Márquez
Quien escribe siempre fue bruto en materia de economía. No entiendo la naturaleza de los procesos macroeconómicos, ni eso que llaman los equilibrios de las cuentas nacionales. Sin embargo, no hace falta ser un Nobel de economía para darse cuenta de que al país no le espera otra cosa sino hundimiento para los próximos tiempos. Hasta ahora la destrucción de Venezuela ha sido un magnífico negocio para muchos. Para los que ya eran multimillonarios, porque han sacado excelentes dividendos. Para los que no tenían dinero pero consiguieron poder, también. Estos últimos han amasado nuevas espectaculares fortunas mal habidas que retumban en Andorra, Suiza y otros paraísos fiscales. Los sectores medios han contado con ventajas como el cupo de CADIVI, uno de los mejores negocios improductivos de la historia, porque te permite ganar dinero al tiempo que viajas (algo que para el resto de la humanidad supone un gasto inevitable). También para los menos favorecidos han surgido originales oportunidades de lucrar, como el “bachaqueo”, por ejemplo, que produce ingresos que nunca se podrían conseguir con un salario, por muy decente que este sea. Hay cosas en Venezuela que si se arreglaran -como el tema de la producción y suministro de alimentos sin regulaciones absurdas- ello significaría la quiebra de mucha gente que ya vive de eso. Una administración pública honesta destruiría demasiados negocios. Una economía que dependa de la eficiencia productiva y no del beneficio extraordinario que produce el desbarajuste cambiario, sería una calamidad para algunos que ya no saben trabajar decentemente.
Sin embargo, al margen de lo señalado, la Venezuela de este tiempo, como suele acontecer en los periodos de anarquía y caos, se acerca a un momento en el cual la situación no será conveniente para nadie. Los dólares se acabaran, la presión de la deuda nos llegará, no habrá productos que bachaquear, ni combustible que vender al otro lado de la frontera. Cuando ese momento llegue, el país sin duda cambiará, no nos quedará otro camino que el trabajo, en todos los sentidos de la palabra: trabajar y pasar trabajo, que parece que es la única manera que tienen las naciones de progresar y entender. Pasaremos trabajo porque las medidas que se tendrán que tomar serán necesariamente muy duras, como consecuencia de tantos años de desidia, pero aprenderemos la lección de los antiguos griegos: solo se progresa de verdad cuando la polis es floreciente.
“Resistir” por Laureano Márquez
Entonces, como diría Lenin, “¿qué hacer?” frente a lo que viene. Lo primero meter la cabeza entre las piernas y colocarse en posición de impacto para capear el temporal de calamidades que se avecinan. Es esencial tratar de sobrevivir, al hampa, a la cárcel, a la escasez a las inhabilitaciones y al sinnúmero de dificultades que ya los expertos vislumbran. Frente a esto, los venezolanos de bien, es decir, la mayoría, solo tienen las dos opciones que son las que en la práctica han venido tomando en los últimos tiempos: emigrar o tratar de resistir desde la certeza de que es inevitable que esto cambie cuando las contradicciones sean insalvables. El país está lleno de gente que resiste: empresarios que producen a pérdida para no cerrar sus industrias, agricultores que insisten en sembrar arroz en Portuguesa, profesores universitarios que continúan dando clases con un sueldo de menos de 50 dólares, periodistas que dan la cara por la libertad de expresión, médicos que salvan vidas con las uñas, estudiantes que se forman en la excelencia y una infinidad de etcéteras tan diversos como la complejidad del país. Irse también es una manera de resistir, sobrevivir y preparase es también hacer patria. Vivir fuera, en la hostilidad del mundo desarrollado, en esa selva que es para uno el imperio de la ley, no es nada sencillo.
La resistencia tiene que ser activa, cada uno de nosotros tiene que contribuir con su talento, inteligencia e integridad a que una Venezuela como la que imaginamos y soñamos se haga realidad algún día. Este tiempo nos convoca de manera personal, nuestra responsabilidad es impostergable, individual e intransferible, como el voto. Con lo único con lo que contamos para edificar el país que merecemos es nuestra materia gris, por eso aún hay esperanza, porque la inteligencia abunda en Venezuela, aunque esté en este tiempo acorralada, agazapada, subestimada. Con esa inteligencia debemos afrontar lo que nos viene cuando la factura de la historia nos alcance, porque como dirá Luis Vicente León en su artículo del próximo domingo, es preciso “entender que no habrá salida fácil y que independientemente de quien sea el culpable, todos sin excepción vamos a pagar por él”
“La casa grande” por Leonardo Padrón
Desde hace meses no dejo de recibir invitaciones a charlas, conversatorios y tertulias que gravitan alrededor del mismo tema: las razones para seguir apostando por el país, para quedarse y lidiar, para no irnos en desbandada. No es un tema fácil. Es complejo por inédito, por extraño a nuestro hábito, por subjetivo y personal. Es un tema espinoso por el espinoso país que hoy vivimos. Por el caos que nos rodea. Por la violencia de la marea que golpea nuestras certidumbres y ataduras.
Ahora bien, ocurre que habitualmente uno no anda explicando las razones que tiene para no irse de su casa. Uno, simplemente, está, permanece, hace hogar en ella. Construye familia. Teje su día a día. Come allí, duerme en ella, la pasea descalzo, se demora en sus ventanas, erige su biblioteca, pone su música, domestica su almohada, conoce sus ruidos y caprichos. Es el lugar donde pugnas con tus gripes, tus despechos o tus resacas. El espacio donde ocurren tus epifanías y descalabros. Donde más has celebrado la navidad, los pequeños triunfos y cada nuevo centímetro de altura de tus hijos.
Mi casa, si me pongo específico, limita al norte con la fiesta que es el Caribe, al sur con la selva fantástica de Brasil, al oeste con kilómetros de vallenato, cumbia y hermandad y al este con la vastedad del Atlántico y ese litigio histórico, otra vez de moda, que es Guyana. Mi casa tiene el techo azul casi todo el año. Mi casa es un clima de mangas cortas y risa fácil. Mi casa tiene un catálogo de playas irrepetibles. Y si la camino a fondo me topo con la belleza de sus abismos de agua, con la neblina a caballo de sus páramos, con sus árboles redondos, con su sol de tamarindo y papelón. Mi casa tiene 30 millones de habitantes. Tiene un océano de mujeres hermosas, nocturnas y sensuales. Mi casa es una geografía vehemente y delirante. La han llamado Tierra de Gracia, Pequeña Venecia, Norte del Sur, El Dorado, Crisol de Razas, Paraíso Perdido. En mi casa se baila en todas las esquinas, se toma cerveza sin piedad, se coleccionan abrazos, se hace el amor en cada vestíbulo, y se hace el humor hasta el amanecer.
En mi casa está mi infancia, mi ventana y mi lámpara, mi postre favorito, mi carro, mi lista de amigos, mi cine recurrente, mi ruta de librerías, mi estadio de beisbol, mi zona de costumbre y apegos. El sol nace y se pone en mi casa.
Resulta que mi razón de ser, lo que me explica y define, limita por todas partes con mi casa. Este es el domicilio de mis entusiasmos y obsesiones.
Tengo una vida entera en ella. Y una vida entera es mucho tiempo. Es todo el tiempo. Una vida amueblada por mis años, mis logros y mis mejores fracasos.
Y sucede que a pesar de todo eso, tengo que explicar por qué no me quiero ir de mi casa.
***
Generalmente, cuando no llega el agua a mi casa averiguo, pregunto, resuelvo, compro, instalo un tanque.Cuando aparecen filtraciones busco, llamo, persigo al plomero. Cuando la basura se acumula en el depósito reclamo, toco la puerta, hablo con la junta de condominio. Cuando se agrietan sus paredes, cuando se colma de insectos, cuando la cubre el polvo, cuando se trastornan sus aparatos, cuando la polilla ataca, en todos esos casos, no suelo irme, no desisto, no salto por la ventana. Sencillamente, me ocupo. La lleno de atenciones. Busco prodigios que la sanen.
“La casa grande” por Leonardo Padrón
Sí, en estos tiempos las goteras se han vuelto absurdas, el techo se ha corrompido, el agua sale negra, la luz es escasa, el tronar de las armas eclipsa el bullicio de las guacamayas, la nevera se ha llenado de vacío y nostalgia, a los insectos se le han sumado alimañas impensables. Mi casa es hoy un tesoro arruinado, malbaratado, saqueado. Pero es mi casa. Me cuesta no atenderla. No procurar remedios. No aportar la cal de mis opiniones, la despensa de mis esmeros, el martillo de mi insistencia y su tanto de ética, perspectiva y confianza.
Mi casa está rota. Y yo me sumo a la reparación. No al adiós. Irme es un verbo posible. Tengo derecho a hacerlo. A veces me intoxico de ganas. Pero entiendo que en cualquier otro confín seré un extranjero. Un emigrante. Un nómada accidental.
Es una opción válida, legítima. En ciertos casos, emocionante, y en otros, atemorizante. Es irresponsable juzgar a quien se va. Irse posee el calibre de las desgarraduras. El exilio es una palabra llena de piedras. Quien parte intenta llevarse el peso existencial de la casa. Busca sostenerla desde la distancia. Toda mudanza es incertidumbre y desvelo. Es una acrobacia espiritual.
Hay vecinos que se han ido, otros que están haciendo maletas, ensayando un nuevo idioma, aprendiendo a usar un GPS. Mis hijos se despiden de sus mejores amigos. Mi pareja se despide de sus mejores amigos. Mis mejores amigos se despiden de sus enemigos.
Le pregunto a mi hija de 13 años por qué no se iría del país. Me suelta una ráfaga de sustantivos: la gente, el clima, el idioma, la comida, el paisaje, los amigos. Y agrega algo inesperado: “Me gustaría estar cuando se arreglen las cosas y ver el cambio”.
***
Hace poco leí en el blog de alguien un concepto interesante. Decía Daniel Pratt: “migrar es aceptar que tu lugar y tú no pueden continuar juntos, rendirse, asumir que no hay manera de arreglarlo. Tienes que divorciarte, perder, naufragar (…) Desde el momento que partes eres extranjero siempre, hasta en tu propio país”.
Y, vamos a estar claros, hay mil razones para irse, y quizás solo diez para quedarse. Pero esas diez razones pueden justificar tu vida.
En estos tiempos los venezolanos estamos viviendo una experiencia inédita. En esta época de ideologías y militancias extremas, el desencanto ha hecho que el país esté advirtiendo el mayor de los éxodos de su historia. Me he topado con la conmovedora circunstancia de ver a una madre hacer todo lo posible por separar a su hijo de ella. Apurándolo para que se vaya a estudiar a Calgary. Lejísimo. Para salvarlo. Para saberlo seguro.
Y, ciertamente, las migraciones son tan antiguas como la especie humana. No debería alarmarnos tanto. Cada ser humano está obligado a vivir sus propios renacimientos.
Pero la casa no puede quedarse sola. Necesita la atención de sus propietarios. Este extrañamiento, este estupor colectivo, nos hace comprometernos aún más con el momento histórico que estamos viviendo.
***
¿Es este el fin del país? No. Los países no concluyen. Es este un episodio severo. Amargo. Ruinoso. Se habla de la inflación más alta del mundo. De la escasez más pavorosa que hemos vivido. Del corrimiento del sistema de valores. De una violencia sórdida y copiosa que ha convertido al mapa entero en sangre y luto. Así de grave está la casa, así de extrema la inundación. Sí, hacemos agua por todas partes. Los pronósticos del tiempo anuncian sólo noticias oscuras. Entonces, ¿desertamos?, ¿desmantelamos lo que queda? Es una opción, pero ¿realmente queremos renunciar a nuestra casa?
Si esta es la piedra fundacional de nuestros días, ¿qué estamos haciendo para detener su ruina? ¿Basta con el largo quejido que hoy somos? Si no nos involucramos, toca renunciar, incluso estando adentro. Dejar que otros impongan la ruta de nuestros afanes.
Es fácil ser ciudadano de un país cuando el viento es benigno, cuando el subsuelo es oro, cuando el peatón ejerce la alegría como contraseña, cuando la comida abunda, cuando el mar es amable y no hay marea alta en el horizonte.
“La casa grande” por Leonardo Padrón
Pero también hay que ser ciudadano cuando el país está enfermo, acosado por la indolencia, atascado en un pantano de errores, cuando es víctima de sus propias contradicciones. El país, nuestra casa mayor, nos necesita en su adversidad, en sus fiebres, en la penuria y la borrasca. Querer a alguien es también lidiar con su infortunio. Si tu pareja se enferma de cáncer, ¿la abandonas?, si tu mejor amigo cae preso, ¿renuncias a visitarlo?; si tu hijo sucumbe a las drogas, ¿le das la espalda?, si tu madre comienza a sufrir de Alzheimer, ¿le sueltas la mano y dejas que camine sola hacia la locura? Supongo que no. Pasa igual con el país. Si los que aquí insistimos no nos comprometemos en buscarle cura a sus desvaríos, en otorgarle coherencia y sensatez, entonces no vale la pena quedarnos.
Los optimistas (dicen que es una raza en extinción en el territorio nacional) saben que toda crisis genera una mina de posibilidades. Repito a Francois Guizot en su afirmación de que los optimistas son quienes transforman al mundo. La lección ante nuestros errores acumulados ha sido amarga. Pero es hora de responder. De apostar duro. De vivir cada día como construcción. De devolverle a esta tierra de gracia todo lo que nos ha dado, empezando por el derecho a existir y crecer en su aire, en su luz, en su maravilla, maravilla que vamos a devolverle con nuestras ganas de seguir perteneciendo a un gentilicio, de seguir viviendo en la casa grande de nuestra existencia.
Nicolás Maduro intensifica la guerra contra el sector alimentario
El presidente venezolano expropia un gran centro de distribución
Alfredo Meza Caracas
Nada desvía al presidente Nicolás Maduro de su empeño por convertir a Venezuela en un remedo de los países comunistas de la Guerra Fría. Su Gobierno decidió el pasado miércoles tomar un terreno en La Yaguara, una zona industrial de Caracas, para construir viviendas populares. El espacio sirve de centro de distribución de las empresas Pepsi Cola de Venezuela, Cargill y Alimentos Polar.
La mañana del jueves los consejos comunales, organizaciones de base del chavismo, celebraban la decisión. Los empleados de las compañías afectadas protestaban antes de que la Guardia Nacional tomara las instalaciones. “Trabajo sí, expropiación no”, gritaban como consigna. El pasado 26 de marzo Maduro se había comprometido con la comunidad de Antímano, de tradición chavista, a construir viviendas para 140 familias, recordó el opositor diario El Nacional.
El Gobierno decidió tomar un terreno en una zona industrial de Caracas, para construir viviendas populares
El noble propósito del chavismo de intentar saldar la deuda social y destinar los mejores terrenos de la capital venezolana para la gente está colisionando con la urgencia de garantizar el despacho de productos básicos en la peor crisis de abastecimiento de los últimos tiempos. La decisión manda una pésima señal a las empresas que aún producen en Venezuela y revive al monstruo de las expropiaciones por utilidad pública, un recurso muy utilizado por Hugo Chávez, pero al que casi nunca ha apelado el Gobierno de Maduro.
Empresas Polar, principal productor de insumos de la canasta básica, emitió un comunicado en el que denuncia que el despacho de los productos de sus filiales Pepsi Cola y Alimentos Polar se ha interrumpido. Desde ese centro de distribución salían cada mes 12.000 toneladas de alimentos y seis millones de litros de bebidas a 19 municipios del área metropolitana de Caracas y los vecinos Estados de Vargas y Miranda. También hay riesgo de pérdida de empleos en un país con un alto índice de emprendimiento y con pocas plazas vacantes por la falta de inversión privada. La compañía asegura que la situación afecta a 477 trabajadores de Pepsi Cola Venezuela y 138 de Alimentos Polar, y que la operación del centro de distribución genera 1.400 empleos indirectos. Cargill, que produce aceites, harinas y pastas, emplea a unas 170 personas.
La decisión revela hasta qué punto Maduro está dispuesto a llegar para concretar el proyecto de país que dejó escrito Chávez: una intervención del Estado en todos los órdenes de la vida nacional y un modelo económico que pone obstáculos de toda clase al empresariado. Los economistas relacionados con la oposición han advertido de la imposibilidad de suplir con importaciones oficiales todo lo que el sector privado producía o traía desde el exterior. Según ellos, el régimen se niega a tomar medidas que reanimen el aparato productivo y detengan el camino hacia la hiperinflación. El 6 de diciembre, fecha prevista para las elecciones parlamentarias, tienen el reto de mantener el control del Poder Legislativo.
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