POR:TULIO HERNÁNDEZ.
I. Escribimos, en estas mismas páginas, que el revocatorio era el fin
de una era. Si se realizaba, porque implicaría la derrota de Maduro y
su necesario desplazamiento, y el del chavismo, del poder. Si no se
realizaba, si el gobierno lo impedía y la crisis se acentuaba, porque la
única manera de garantizar la gobernabilidad del país sería abandonando
la máscara democrática y asumiéndose de modo abierto y definitivo como
gobierno de facto.
Con las operaciones políticas de esta semana,
la transferencia de todo el poder al general Padrino López –su toma de
posesión–, todo parece indicar que el segundo escenario se está
consumando. Que no hubo necesidad de un autogolpe. Y que el gobierno de
facto se realiza a la manera de una transición con apariencias de
legalidad.
II. La realidad colocó al chavismo en el aprieto de
gobernar con la camisa de fuerza de la democracia y no con las
“comodidades” de un gobierno de facto, como el que abortaron en 1992 y
el que intentarían de nuevo, esta vez a sangre y fuego mayor, en el año
2002. Desde entonces, no mostrarse como dictadura, pero ejercer el poder
como si lo fuera, ha sido su arte mejor aprendido.
El chavismo se
presentó a las elecciones de 1998 a sabiendas de que Irene Sáez
dominaba plenamente en las encuestas. Participar en las elecciones les
permitía aceitar la maquinaria y camuflar el trabajo subversivo en los
cuarteles y la consolidación de los grupos de civiles armados para la
revuelta del 2002.
Pero la historia se revirtió. Luego del apoyo
de COPEI, la candidatura de Sáez se desmoronó y Chávez convertido en un
fenómeno de masas, en el hombre que re-encantaría la política que el
bipartidismo había convertido en gran desilusión, ganó las elecciones.
III.
A pesar de la estrategia de destrucción de la institucionalidad
preexistente y de la construcción de un aparato paralelo –Misiones,
nueva red de universidades públicas, milicia, grupos paramilitares de
intimidación– el chavismo no logró crear una nueva institucionalidad ni
un modelo económico que medianamente funcionara.
Es decir, no
pudieron hacer la revolución anunciada. No hubo socialismo del siglo
XXI. Sólo hubo una continuación, multiplicada, del rentismo petrolero,
un ataque feroz a las empresas privadas y una batería de medidas
económicas estatistas que destruyó buena parte del aparato productivo y
empobreció al país. Pero siguió funcionando la propiedad privada, la
economía de mercado, y no una economía centralizada y plenamente
estatizada la usanza comunista.
La muerte de Hugo Chávez dejó al movimiento sin jefatura y en la presidencia de la República a una figura gris, torpe, sin autocritas
suficiente sobre sus compañeros de ruta, que ha conducido el proceso
deterioro tanto de la nación como de su proyecto político con cada vez
menos apoyo popular.
IV. Entonces comenzó la etapa más represiva
del gobierno chavista. Tres de los jefes de los cuatro grandes partidos
políticos de la oposición están presos. Diecisiete activistas de
Voluntad Popular y cerca de 70 más de otros movimientos, también. Cerca
de un centenar venezolanos han sido asesinados en actividades políticas
opositoras. Miles y miles han pasado por la prisión aunque sea por un
día. Ciudades como San Cristóbal, Mérida, Cumaná, Tucupita han sido
militarizadas y vivido toques de queda, incluso sobrevuelo de aviones de
guerra, tratando de contener la protesta popular. Pero nada la ha
acallado. La gente sigue en la calle y las protestas y saqueos se
multiplican.
Empujados por esa realidad, ha llegado, parece, la
acción final. Postergar la caída. Impedir el revocatorio y prepararse a
asumir con “disciplina”, con las fuerzas represivas aceitadas y una
jefatura militar y única, los costos políticos de la decisión. Venezuela
estrena un nuevo modelo. Ahora sí gobierno de facto, pero sin golpe
militar. En tiempos de carestía de papel sanitario la Constitución ha
encontrado su destino final en un pozo séptico. Todo indica que habrá
que hacer resistencia de otra manera.
Fuente: http://www.el-nacional.com/opinion/Gobierno-facto-golpe_0_884311669.html
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