POR:TRINO MÁRQUEZ.
Uno de los argumentos más socorridos de los opositores negados a
votar en las próximas elecciones, consiste en señalar que tal
participación legitimará la dictadura de Nicolás Maduro. Se trata de un
mito, que como suele ocurrir, ha adquirido una fortaleza más firme que
el mármol.
El régimen instaurado en Venezuela no
es una democracia imperfecta a la cual pueda pedírsele condiciones
óptimas para realizar elecciones libres y competitivas. Es una dictadura
de nuevo tipo, una neodictadura, obligada por la nueva legalidad
internacional a convocar elecciones periódicamente. De ella sólo
podremos salir con una férrea, espartana, organización que incluya el
ámbito electoral en primerísimo lugar. No hay espacio para paros
insurreccionales, huelgas generales indefinidas o una actividad
subversiva sostenida. La CTV no existe. La clase trabajadora y la clase
media se han ido extinguiendo. Los partidos y los dirigentes opositores
fundamentales han sido eclipsados porque están presos o desterrados.
Sólo queda un terreno que le resulta incómodo al gobierno: las
elecciones. Este representa el escenario en el cual puede
desenmascararse de forma eficaz y minuciosa el desastre creado por el
oficialismo, y develar su naturaleza represiva y cleptómana frente a la
opinión nacional y la comunidad internacional.
La MUD cayó en la provocación montada en República Dominicana por el
eje La Habana-Caracas. Sin entender que se trataba de un artificio para
que la oposición no acudiera a los comicios presidenciales, los
dirigentes optaron por complacer al régimen. La dirigencia opositora no
comprendió que la fuerza civil que los ciudadanos poseemos podrá sacar
del poder a la dictadura, sólo mediante un evento electoral al que
acudamos con una organización hermética, que coloque en una disyuntiva a
la FAN y obligue a la comunidad internacional a pasar de las promesas y
amenazas, a los hechos concretos. Lo demás es fantasía.
La participación en las elecciones del 20-M no habría legitimado al
régimen. Este gobierno muestra dos rasgos esenciales. Es incalumniable e
inlegitimable. Lo primero, porque no hay nada malo, perverso o dañino
que se diga de él, que eventualmente no pueda ser cierto. Lo segundo,
porque resulta imposible legitimar un gobierno que ha destruido a la
nación. Bajo ninguna circunstancia gobierno democrático alguno
reconocerá a Maduro como mandatario legítimo, sabiendo que en Venezuela
todos los poderes públicos están bajo el yugo del autócrata que derrochó
la riqueza petrolera, desviándola hacia Cuba, sus socios
latinoamericanos y los bolsillos de los amigotes del régimen,
enriquecidos de forma obscena a expensas de la miseria de los
venezolanos. Quebró a Pdvsa. Acabó con la salud pública y la educación.
Desató el único proceso hiperinflacionario de América Latina en los
últimos treinta años. Elevó la pobreza hasta 87%. Demolió la
infraestructura. Dejó al país sin agua ni luz. Provocó la única diáspora
conocida desde la existencia de Venezuela como país, causando severas
dificultades en las demás naciones de la región. Acabó con la
independencia y equilibrio entre los poderes, es decir, decapitó la
República. Un gobierno y un mandatario con esas características no
pueden legitimarse en unas elecciones que el mundo entero sabe que no
son libres, participe o no la oposición.
Invocar los esfuerzos que realiza la comunidad internacional para
resolver el problema venezolano, no resulta convincente. Es falso que
nuestros amigos del exterior no hubieran entendido, ni aceptado, que
asistiéramos a la consulta de mayo porque lo habrían interpretado como
un gesto de inconsecuencia de nuestra parte. De haber sido bien
explicada, la decisión habría sido entendida como una acción táctica en
defensa propia, de sobrevivencia lógica y necesaria. La comunidad
internacional no está integrada por marcianos, ni ángeles, sino por
políticos experimentados que en sus respectivos países les toca lidiar
con personajes y cuadros muy complicados.
Cuando la oposición chilena fue al referendo convocado por la
dictadura de Pinochet en 1988, se planteó el mismo debate. Los grupos
extremistas internos y foráneos sostenían que acudir en las condiciones
impuestas por el tirano, era legitimarlo. Privó la sensatez y sabiduría
de Ricardo Lagos y Patricio Aylwin, entre otros dirigentes, quienes
venciendo las resistencias, lograron imponer su criterio de asistir,
incluso en la atmósfera tan pesada creada por el dictador. La oposición
ganó la apuesta, a pesar del enorme prestigio de Pinochet en amplios
sectores de las clases medias y populares, por la estabilidad política y
el crecimiento económico logrados. Si hubiese perdido la consulta, la
oposición, a pesar de la catástrofe que hubiese significado para la
democracia chilena y continental, no habría sido tachada de vendida o
colaboracionista. Habría tenido que prepararse para nuevas y más duras
batallas electorales, pues ya los métodos insurreccionales habían
fracasado. La comunidad internacional habría comprendió esa realidad.
Considero un error político no votar por Falcón, en nombre de la
pretendida ´legitimación´, en las elecciones del 20-M. Si usted cree
tener razones para abstenerse, piense en una distinta, pero recuerde que
los únicos éxitos resonantes alcanzados por la oposición en medio de
esta dictadura, cada vez más represiva, corrupta e inepta, han sido
electorales: en 2007, 2015, elecciones de gobernadores y alcaldes en
estados y municipios importantes. Lo demás han sido quimeras y fracasos,
algunos de ellos desgarradores.
@trinomarquezc
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