
POR:PEDRO LASTRA.
La historia es tan insólita como nuestro universo: de donde menos se piensa, salta la liebre. ¿Quién hubiera creído que una simple declaración de un mayor general, hasta entonces sólo conocido como el correveidile de Rodríguez Chacín y Hugo Chávez en el comercio de armas con las FARC, y con las que creía salvarse el pellejo ante los peligros mortales que le acechan desde que Walid Makled lo señalizara como uno de sus Kingpin – el Rey Pillo que de las comiquitas ha saltado a la nomenclatura de la DEA para designar a las piezas claves en el tráfico de drogas – iba a terminar empujando algunos metros más a su comandante en jefe hacia el abismo que le espera?


La segunda lectura es más sofisticada. Con el antecedente del fusilamiento de uno de los Hnos. de la Guardia y del general Arnaldo Ochoa Sánchez en la memoria, mandados a fusilar sin más trámite en 1989 por Fidel Castro para sacarse de encima las graves acusaciones de estar incurso en la red del narcotráfico, Rangel Silva y sus conjurados en el crimen hecho público por Makled, habrían advertido la posibilidad cierta de que Chávez repitiera el expediente de Fidel Castro, usándolos como chivos expiatorios y condenándolos – por ahora – a gordas condenas de cárcel en juicios sumarios. Siguiendo este guión, los 15 generales de Walid Makled habrían adelantado la jugada y comprometido en ella al propio Hugo Chávez, pillado a milímetros de la almohadilla.
Me inclino por la primera interpretación, que calza a la perfección con la necesidad de radicalizar, única salida que le va quedando al descentrado teniente coronel, ya literalmente al borde del abismo. Si usted, querido lector, cree que los escándalos se acabaron, está profundamente equivocado. En Venezuela, según una dialéctica de la corrupción instaurada durante la Cuarta República, todo nuevo escándalo es mayor que el anterior y automáticamente menor que el que le sigue. Cuando el del Metro – con sus 35 detenidos – medio tapó el de los alimentos y medicinas podridas y éste el de los apagones y aquel el de los cortes de agua y todos los de la terrorífica inseguridad, la carestía de la vida y el desempleo, sale este inefable mayor general a destapar la caja de Pandora de nuestros más resguardados secretos: los que avergüenzan a nuestra más importante y trascendente institución republicana, las fuerzas armadas.
El golpe del 4F y la larga y tortuosa conspiración, con sus secuelas de cómplices y utilitis entre generales, ministros de defensa y otras yerbas de tanques y ametralladoras, ha puesto de manifiesto la putrefacción del principal sostén del teniente coronel, convertida en mala hora en su privilegiado partido político. Y ha empequeñecido hasta la nanotecnología a la rebelión del 11 de abril, que una campaña mediática financiada con miles y miles de millones de dólares desde las salas situacionales de Miraflores y algunos estudios piratas hollywoodenses pretendió usar como tapadera del golpismo chavista. Hoy por hoy y luego de destapada la olla del 4F, ¿quién se acuerda del 11 de abril?

El primer hito de esta historia putrefacta de tanques, aviones, barcos y cocaína lo puso Walid Makled. El segundo, Henry Rangel Silva. El tercero y por ahora definitivo, lo acaba de poner el General Santiago Peñaloza. Cuya carta abierta al presidente Hugo Rafael Chávez Frías es un documento histórico que vuelve a poner a valientes y cobardes, a traidores y leales, en sus justos pedestales. La caja de Pandora está abierta. ¿Quién, cómo y cuándo la cerrará?
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