Temblor de manos y de voz que fue presidido por un recuento de cómo el imperialismo norteamericano con conspiraciones que iban, desde atentados e invasiones, hasta la siembra de enfermedades y desastres naturales, destruyó a la Unión Soviética y al comunismo y concluyó con el típico: “Vienen por mi… pues, no se extrañen que sea con la excusa del narcolavado que busquen destruirme, a mi y a mi revolución, en un juicio donde me acusen y condenen por ser uno de los capos del narcotráfico aquí y en todo el continente”
En otras palabras: que Noriega podía llegar al extremo de implantar una dictadura marxista y totalitaria, destruir la economía y la política panameñas, de arrasar con la sociedad civil y los principios ciudadanos, si era que no lo dejaban disfrutar del goce, jugar con el juguete de gobernar él y sus descendientes hasta que Dios decidiera otra cosa.
Pero no solo era cuestión de palabras y deseos, de discursear y declarar, sino que Noriega aparecía en cadenas incontables e infinitas de la radio y televisión, rodeado de ministros y generales, de revolucionarios de dentro y de afuera, en mitines, marchas y caravanas, donde arengaba a los suyos y a las multitudes a no cejar un segundo, ni un milímetro en la decisión de hacer morder el polvo de la derrota al archienemigo de Panamá, Latinoamérica y la humanidad: el imperialismo yanqui.
Me acuerdo que se hizo típico –y hasta popular- en aquellos días, prender la televisión y encontrarse con el general Noriega en zafarrancho de combate, en una marcha, un mitin, un desfile, una reunión social, y hasta en un consejo de ministros, blandiendo un machete, agitándolo en el aire y gritando: “Así como he militado en la causa de la revolución, de la nación y del pueblo desde mi más tierna infancia, no dudaré en entregar mi vida, en enfrentar la muerte, por Panamá, Latinoamérica y los que más sufren”
Lo que contaban los archivos de inteligencia de Estados Unidos, México, Cuba, Colombia, Israel y Francia, sin embargo, del general Noriega era otra cosa, pues, había sido un cumplido agente de la CIA casi “desde que tuvo uso de razón” y “desde su más tierna infancia”, colaborador conspicuo como oficial de la Guardia Nacional Panameña de la fatídica Escuela de Las América, y partícipe en represiones, persecuciones y violaciones de los derechos humanos de revolucionarios y nacionalistas, no solo en Panamá, sino en países de Centroamérica y el Caribe.
Y dispuesto a dar órdenes de disparar, torturar, encarcelar y exiliar a los panameños que se oponían a sus designios, a su empeño en ser el primer presidente vitalicio y dinástico de América latina… después de Fidel Castro.
Pero había más, mucho más: los datos de más reciente data de aquellos tiempos, los que se referían a los últimos años del general Torrijos y a los tiempos en que su sucesor había ascendido a la presidencia, hablaban de un general, Noriega, con relaciones intensas con el cártel de Medellín y el cártel de Cali, cuyos cabecillas, Pablo Escobar y Rodríguez Orejuela, se encontraban frecuentemente con el general, visitaban Panamá y usaban su territorio como aliviadero de las flotas que viajaban al norte transportando cocaína.
O sea, todo un personaje fundador y pionero de la narcopolítica, de aquella que no tiene empacho en aliarse con las fuerzas más negras y abominables de la corrupción y la disolvencia, con tal de que el caudillo, de que el redentor, de que el comandante en jefe brille en su gloria por los siglos de los siglos y de los siglos, amén.
De modo que otra razón para que Noriega arreciera en su predica revolucionaria y antiimperalista y amenazara y desafiara a los Estados Unidos y a su presidente, Ronald Reagan, a que viniera por él, a que invadieran Panamá, si querían precipitar al imperio por el abismo de la humillación y la ruina.Y la invasión norteamericana llegó (creo que el 20 de diciembre de 1989), y en menos de lo que canta un gallo, Panamá conoció la presencia de los marines, y de los aviones Stealth 116 y de los helicópteros Apache; y el ejército de Noriega, y sus milicianos y reservistas no se vieron por ninguna parte, y del mismo no se supo sino cuando fue capturado, llevado a los Estados Unidos, juzgado y condenado a 29 años de cárcel por “narcotraficante y lavador de dinero proveniente del narcotráfico”.
El general, Noriega, ha conocido, por cierto, cierta prensa en las últimas semanas, o meses, y es que, cumplido el término de su condena en septiembre del 2007, tuvo que esperar 3 años por una solicitud de extradición “por narcotráfico” del gobierno de Francia, concedida en abril del 2010.
Y debe ser contemplando el retrato de un Noriega envejecido, vencido y destruido por los años, las rejas y la loca ambición -que ha circulado profusamente en estos días-, que Chávez debe haberse preguntado no una, sino mil veces: “¡Dios mío, ¿seré yo? En algunos años ¿seré yo?”
Pero aterrizando en el juicio de Miami, la detención de los 14 venezolanos, y los autos que hasta ahora ha llevado a cabo la jueza, Joan Lenard, me salta la pregunta: ¿Tiene Chávez razones por qué preocuparse, debe de verdad esperar que vengan por él, y que en cuestión de meses, una decisión de la justicia norteamericana lo requiera para llevarlo a una corte como a un Noriega cualquiera?
Creo que en base a lo que está autos no, y de las informaciones periodísticas tampoco, y que salvo que el juicio tome un giro inesperado y dramático -de acuerdo a una lógica muy usual en la justicia gringa-, el presidente revolucionario y socialista, puede dormir tranquilo.
Y ese giro “inesperado y dramático” puede venir por el lado de que, estando Estados Unidos en estos momentos full de refugiados venezolanos que hasta hace muy poco fueron sus socios y protegidos en el sistema financiero (banqueros, corredores de bolsa y aseguradores), y de repente fueron convertidos en sus enemigos, y se les ha expoliado bienes, fortuna, país y honra, ¿no se presentarán a testimoniar en el juicio que lleva la juez Lenard, no irán a contarle lo poco cuidadosa que es la revolución bolivariana y su jefe a la hora de toparse y relacionarse con bienes, andanzas, y correrías de gente mal viviente y mal habida? Aun más -y esto si es hilar fino- la feroz arremetida actual contra casas de bolsa y banqueros de la banca alternativa ¿no buscará querellarse contra un sector de venezolanos que tienen mucho que contar, y al cual debe calificarse de “bandidos, hampones y especuladores” antes de que empiecen a recordar historias de cómo sumas gigantescas de dólares negros entran al torrente circulatorio de la base monetaria venezolana y salen limpios de polvo y paja?
Pero, insistimos, no son certezas, sino teorías, presunciones, que en todo caso ayudan a explicar hasta dónde puede llegar la extrema ambición de poder, por cuantos laberintos y vericuetos puede perderse, con tal de hacerse con una presidencia vitalicia y de una dinastía con descendencia consanguínea y todo.
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