POR:ARGELIA RÍOS.
El “hombre nuevo”, sumido en la pobreza y en la conformidad, es el fin último de este arrebatón.
Poco a poco, Venezuela se nos convierte en una inmensa prisión. El estado general de sospecha -del que habló hace años Eliécer Otayza- ha adquirido una nueva escala. Ahora todos somos culpables: a los ojos de la nomenklatura, la sociedad entera es una galería de convictos sometidos a la severidad del correccional. Desconocemos con precisión el delito que se nos imputa, pero sabemos bien, que todo está dispuesto para el ajusticiamiento. Una humilde aspiración de ascenso representa una grave afrenta al poder. El régimen ha decidido reformarnos, por las malas, asumiendo que somos una nación integrada por ciudadanos ideológicamente deformados.
Las decisiones en materia cambiaria buscan propósitos importantes: todos ellos poseen un contenido práctico y simbólico, que suma a la implantación atropellada del “modelo cubano”… Pero el más grave de todos esos objetivos no es otro que el de procurar redefinir nuestras esencias. El “hombre nuevo”, sumido en la pobreza y en la conformidad, es el fin último de este arrebatón con el que sólo se garantiza la ruina económica y moral de los venezolanos. Todo el sistema para el acceso a divisas extranjeras ha sido concebido para expropiarnos en cámara lenta: para despojarnos de nuestros bienes, sin que haya de por medio el anuncio explícito que tantos ingenuos han esperado con indulgencia.En esta prisión nuestra -donde se respira el aire de un inflexible régimen de prohibiciones- se nos desvalijan nuestros logros personales. El Gobierno culpabiliza a los ciudadanos por haber alcanzado posesiones inaceptables “más allá de lo permitido” por el “modelo”. Nos castiga con erosivas barreras cambiarias que, vistas en el contexto del todo, constituyen una disfrazada confiscación general de lo que poseemos o deseamos poseer… Somos reos del novedoso y tramposo concepto de “propiedad familiar”, con el cual se restringen nuestras posesiones a los límites del “singular”: “una casita, un carrito, una neverita”, conforme lo ha descrito el jefe de la revolución.
Las medidas cambiarias significan una nueva devaluación del pobre Bolívar-Fuerte. Suponen, también, la derogación absoluta de la convertibilidad de la moneda y, lo más grave, -aquello que ha pasado desapercibido- un decomiso indirecto de todo cuanto hemos conquistado con esfuerzo. Un solo aspecto “positivo” puede resaltarse: aquellos que han pensado en el exilio y no tomaron sus previsiones, ya no podrán hacerlo contando con la venta de sus propiedades. El ínfimo límite impuesto señala que -al menos legalmente, sin recurrir a los caminos negros- sólo pudieran irse con una mano adelante y otra atrás. Un motivo para quedarse y luchar de verdad.
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