POR:MARIANELA SALAZAR.
A medida que la nación se derrumba y avanza la crisis económica signada por la cruel devaluación, sin posibilidad ni capacidad de ahorro y con un sistema financiero a punto de ser estatizado, los miedos se han convertido en tortura cotidiana para el venezolano.
La gente abriga temores agobiantes que condicionan los estados de ánimo. El primero e indiscutible es el miedo a perder la vida debido a los altos niveles de inseguridad, el otro es la angustia de perder el empleo, lo cual conduce a aceptar salarios indignos que no alcanzan para comprar completos los productos de la canasta básica, pagar gastos fijos y honrar compromisos contraídos, especialmente con hipotecas o pólizas de seguros. A pesar de los decretos presidenciales de inamovilidad no hay estabilidad laboral ni siquiera en la administración pública; los empresarios no pueden aumentar sus nóminas, los pequeños y medianos comerciantes se sienten atracados por el Estado, representado por el voraz organismo de recaudación, Seniat, que impone multas leoninas y obliga a los propietarios a cerrar contra su voluntad empresas, negocios y afines.Los proveedores que en sus inventarios tienen mercancía también están desesperados, tienen sus deudas en dólares y no pueden obtenerlos, sus clientes quiebran, emigran del país o no les pagan. En un país con las actividades económicas constreñidas donde se instaura una dictadura comunista que se adueña de las propiedades y las libertades no hay perspectiva posible, los emprendedores hacen maletas para instalarse fuera del país. Una tragedia. Los que se quedan y guapean cubren la falta de ingresos intentado obtener otros trabajos a costa de sacrificar la calidad de vida, en algunos casos sobreviven a fuerza de matar tigres, algo que se ha vuelto imposible hasta para los que ejercen la economía informal y están acostumbrados a subsistir y lidiar con esa especie en extinción.
La gente abriga temores agobiantes que condicionan los estados de ánimo. El primero e indiscutible es el miedo a perder la vida debido a los altos niveles de inseguridad, el otro es la angustia de perder el empleo, lo cual conduce a aceptar salarios indignos que no alcanzan para comprar completos los productos de la canasta básica, pagar gastos fijos y honrar compromisos contraídos, especialmente con hipotecas o pólizas de seguros. A pesar de los decretos presidenciales de inamovilidad no hay estabilidad laboral ni siquiera en la administración pública; los empresarios no pueden aumentar sus nóminas, los pequeños y medianos comerciantes se sienten atracados por el Estado, representado por el voraz organismo de recaudación, Seniat, que impone multas leoninas y obliga a los propietarios a cerrar contra su voluntad empresas, negocios y afines.Los proveedores que en sus inventarios tienen mercancía también están desesperados, tienen sus deudas en dólares y no pueden obtenerlos, sus clientes quiebran, emigran del país o no les pagan. En un país con las actividades económicas constreñidas donde se instaura una dictadura comunista que se adueña de las propiedades y las libertades no hay perspectiva posible, los emprendedores hacen maletas para instalarse fuera del país. Una tragedia. Los que se quedan y guapean cubren la falta de ingresos intentado obtener otros trabajos a costa de sacrificar la calidad de vida, en algunos casos sobreviven a fuerza de matar tigres, algo que se ha vuelto imposible hasta para los que ejercen la economía informal y están acostumbrados a subsistir y lidiar con esa especie en extinción.
Los pronósticos catastróficos se están cumpliendo y lo peor es que podemos hacer poco para librarnos de esta situación porque estamos metidos dentro del engranaje y nadie puede salvarse solo. El “sálvese quien pueda” es un aviso que en las circunstancias actuales no tiene ningún valor. Es el efecto de la revolución, de esta guerra a muerte contra el aparato productivo. Los que no participamos del festín bolivariano nos estamos pegando contra el suelo, tenemos que salvarnos todos antes de ahogarnos y que el país con sus medios de comunicación y sus empresas generadoras de empleo se hunda y no llegue al 26 de septiembre.
“No conforme”. El gobierno de Chávez no sólo es un desastre para administrar las riquezas generadas por el petróleo, es despilfarrador, mejor dicho, ladrón, una palabra que lo dice todo sin rodeos.La revelación de toneladas de alimentos podridos, producto de los guisos triangulados con Cuba, que con poca vergüenza y mucho cinismo, el ministro Ramírez, sentencia como alimentos que “se encuentran no conformes” es uno de esos trucos eufemísticos inventado para sembrar confusión, desaparecer el delito, a sus responsables y silenciar el escándalo.
Tic tac
La ONG estadounidense Heritage organiza un evento internacional para denunciar la modalidad de represión chavista que criminaliza a familiares por los presuntos delitos cometidos por opositores. No solo es el caso de Guillermo Zuloaga, cuyo hijo fue incluido en el expediente, igual sucede con los hijos, hermanos y sobrinos de Nelson Mezerhane. La misma retaliación es aplicada a los hermanos del ex zar de Mercal, Fernández Barrueco, y al hijo de Torres Ciliberto. Y después dicen que la infame justicia chavista no es hitleriana ni estalinista.
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