POR:JAVIER EL- HAGE/ ROBERTO GONZÁLEZ.
Cuando el gobierno de Alemania Oriental erigió el Muro de Berlín para
evitar que sus ciudadanos escaparan de aquella dictadura, Alemania
Occidental decidió seguir los pasos de Estados Unidos y creó su propio
cuerpo de paz para promover el voluntariado social y los valores
democráticos en otros países alrededor del mundo, y así oponer
resistencia al totalitarismo expansionista soviético. Aplaudiendo esta
iniciativa, el presidente John F. Kennedy afirmó:
“Dante dijo una vez que los lugares más calientes del infierno están
reservados para aquellos que en momentos de crisis moral mantuvieron su
neutralidad”.
Por años, diplomáticos del mundo democrático, incluyendo a los
latinoamericanos congregados en la OEA, la UNASUR y la CELAC, han
escuchado el clamor del 49.12% del pueblo venezolano —porcentaje certificado
por el propio órgano electoral chavista tras las elecciones de 2013—
que pide expresiones de apoyo ante el autoritarismo que padece.
La mitad democrática del país jamás ha pedido a Estados Unidos enviar marines
para derrocar a Maduro, como sugiere el gobierno, sino que lleva años
pidiendo al mundo que emitan expresiones de solidaridad rechazando la
toma completa de instituciones estatales por la parcialidad chavista,
incluido el uso del organismo de inteligencia y el sumiso poder judicial
para amedrentar, perseguir y encarcelar críticos. Pide rechazo frente
al cierre de todos los canales de televisión de línea editorial
independiente, puesto que después del reciente cierre de NTN24, a
Venezuela le queda literalmente un solo canal de noticias (y por cable):
CNN en Español; los demás simplemente transmiten novelas, deportes o el
discurso embrutecedor del gobierno. Pide que se declare ilegítimo un
resultado electoral que dio la victoria por 1% de diferencia al
representante de Chávez, producto de una contienda electoral ni libre ni
justa y caracterizada por el abuso gubernamental y monopolio de los
medios.
Esa mitad excluida simplemente pide al mundo que rechace los golpes
propinados por chavistas contra parlamentarios que representan ese
49.12%; que pida que se les dé la palabra en la Asamblea Nacional; que
rechace las “leyes habilitantes”
(como la última de diciembre de 2013) que tienen al chavismo ya por
años “legislando” a través de los mismos “decretos-ley” con los que
gobernaban Pinochet y Videla. Pide que condene las políticas
unilaterales de un gobierno que tiene a todo el país (no solo a la
mitad) con la tasa de inflación e índice de asesinatos más alta del mundo, y con el “índice de escasez”
(publicado por el propio Banco Central chavista) oscilando entre
25-30%, lo que implica que 25 de cada 100 productos en tiendas de barrio
y supermercados, ahora se han esfumado de toda Venezuela.
Estamos frente a un gobierno que atropella descaradamente a la mitad
del país. Primero les cierra cualquier canal de participación
institucional y cuando, en reacción a ello, 49.12% del país sale a las
calles a protestar por los desastrosos resultados de las políticas
impuestas, los manifestantes son automáticamente reprimidos y tildados
de “asesinos”, “nazis”, “fascistas” y “terroristas” en cadena nacional obligatoria.
Lo grave es que estos insultos no provienen de un radical irrelevante
buscando escalar la violencia, sino del mismísimo comandante en jefe de
todas las armas del país (incluidas las parapoliciales), Nicolás Maduro,
del jefe del legislativo, Diosdado Cabello, y del canciller Elías Jaua;
y que la estigmatización viene seguida del encarcelamiento sumario bajo
cargos de “terrorismo” y “asesinato” (luego disminuidos a “incitación a
delinquir”, entre otros) contra el líder de esa masiva oposición que
convocó a la protesta callejera pacífica.
En Venezuela impera un régimen autoritario donde gobernantes actúan
como cualquier bravucón callejero, con la diferencia de que los primeros
no se acobardan frente al escrutinio público o exposición mediática,
sino que más bien están imbuidos de esa “convicción revolucionaria” que
los tiene dispuestos a cargarse a 49.12% de los venezolanos, sea
encarcelándolos, matándolos, o simplemente aterrorizándolos. El gobierno
de Maduro no ha recurrido a la metralla indiscriminada como lo hicieron
muchas dictaduras en el pasado, porque ese tipo de represión sería
demasiado obvia y escandalosa en una Venezuela que luego de 15 años de
caos y paranoia política, usa Twitter
como ninguna otra nación de habla hispana en el mundo. En vez de ello,
el gobierno viene empleando el “método quirúrgico” consistente en que agentes del SEBIN y colectivos revolucionarios matan uno por uno, y con tiros certeros a la cabeza,
a un pequeño número de manifestantes para ver si millones se
aterrorizan lo suficiente como para volver a sus casas a mirar inertes
cómo les sigue cayendo la noche de una dictadura.
Pero el método de ejecuciones extrajudiciales selectivas no ha
funcionado y los venezolanos siguen en la calle gritándole a Maduro que
se vaya, mientras juegan a la ruleta rusa de la tiranía. Y continuarán
en las calles porque no necesitan el permiso ni la compasión de nadie
para hacerlo y porque saben bien que las revoluciones no violentas de la
historia se han producido siempre en las calles: en las de
Johannesburgo con Mandela encarcelado, en las de Praga de la mano de
Václav Havel, en las de toda esa Polonia de trabajadores solidarios
liderados por Lech Walesa y en las del mismísimo Santiago de Chile donde
se fraguó años antes el Plan Cóndor, a la cabeza de los líderes
valientes de una concertación democrática que cantaba, golpeaba
cacerolas y ondeaba banderas y pancartas para recordarle al dictador que
tenía los días contados. Y porque es en la calle donde mejor se puede
desnudar la naturaleza cruel de un régimen que es capaz de ejecutar y
golpear a estudiantes y mujeres inermes, y porque es así, cuando su brutalidad
ha quedado transparentada a la vista del mundo, que el autoritario va
perdiendo entre los suyos el apoyo y la obediencia que los hizo fuertes.
El clamor por reconocimiento, libertad y democracia en Venezuela es
un pedido de justicia elemental y no debería sorprender ni confundir a
los cientos de políticos y diplomáticos alrededor del mundo que llegaron
a sus puestos gracias a que las instituciones democráticas de sus
países los respetaron cuando eran fuerzas opositoras y fiscalizadoras.
Por ello es que los políticos y diplomáticos de Estados Unidos, Canadá y
del Parlamento Europeo han respondido condenando los abusos del
gobierno de Venezuela y pidiendo
la inmediata disolución, desarme y fin de la impunidad de los
“colectivos revolucionarios”. El contundente comunicado del Parlamento
Europeo demuestra que el pueblo europeo y sus representantes aprendieron
—a fuerza de derramar mucha sangre bajo los terribles nazismo,
fascismo, franquismo y comunismo— lo importante que son el conjunto de
instituciones de la democracia.
Lo desolador es que de 31 jefes de estado latinoamericanos, hasta hoy
han salido solamente tres mensajes. El primero fue un tímido pero
loable mensaje del gobierno panameño, que llamó a consultas
a su embajador en Caracas y pidió a su representación permanente en la
OEA (antes encabezada por un importante demócrata: el Embajador Guillermo Cochez) que solicite una reunión
urgente para discutir la situación en Venezuela. El segundo fue uno de
apoyo firme, decidido, incondicional y militante, pero no a los
demócratas que están arriesgando la vida en las calles, sino al gobierno
autoritario, de parte de Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Nicaragua
y Uruguay además de, por supuesto, la dictadura cubana, que incluso ha
enviado tropas para ayudar a reprimir.
El tercer mensaje es uno de silencio ensordecedor que viene de todos
los demás estados latinoamericanos, muchos de cuyos líderes hace apenas
tres décadas experimentaron de cerca el terrorismo de estado de parte de
dictaduras militares que estigmatizaron, torturaron y desaparecieron no
solamente a jóvenes alzados en armas (y que debieron haber sido
enjuiciados por utilizar tácticas terroristas), sino que también
aterrorizaron a toda una generación de personas que incluían
admiradores, seguidores, familiares y a cualquier otro simpatizante de
esas mismas ideas marxistas.
Un diplomático que de joven se opuso a la dictadura de Pinochet y que
rompió el silencio la semana pasada fue el secretario general de la
OEA, José Miguel Insulza, pero lo hizo a través de un comunicado
de lenguaje cantinflesco en el que anunció que se mantendrá neutral
para no “profundizar” la “división ideológica” en Venezuela. Para
Insulza, tal “división ideológica” consiste en que la oposición llama
“odiosamente” al gobierno “dictadura” y que el gobierno “odiosamente”
llama a la mitad del país “fascistas”. Lo que Insulza no dice es que los
“fascistas” son en realidad todos los partidos y organizaciones
democráticas de Venezuela que hace años se tuvieron que reunir para
enfrentar al autoritarismo y que hoy ya se quedaron sin ninguna voz en
el parlamento y en los medios. Tampoco dice que la “dictadura” es la que
encarceló y sigue encarcelando opositores, la que clausuró todos los
medios críticos, la que dicta todos los decretos-ley que le da la gana y
la que, ante la protesta de millones de personas indefensas, les suelta
en jauría a las fuerzas armadas, policías, parapolicías, fiscales y
jueces.
A Insulza y a esos colegas suyos que hoy continúan manteniendo una
neutralidad inmoral ante la injusticia que sufre el pueblo venezolano,
no les corresponderá el lugar más caliente del infierno, como interpretó
equivocadamente el presidente Kennedy. En la Divina Comedia, los
inútiles, indecisos y neutrales ante la injusticia no iban al lugar más
caliente del infierno, sino que quedaban condenados a vagar a orillas
del Río Aqueronte (antesala del infierno), donde, luego de ver y
escuchar a muchísimas almas penar con “suspiros”, “llantos” y “palabras
de dolor”, Dante le preguntó a Virgilio: “Maestro, ¿qué les pesa tanto y
provoca lamentos tan amargos?”. Virgilio respondió:
Esta mísera suerte tienen las tristes almas de esas gentes que
vivieron sin gloria y sin infamia. Están confundidas entre el perverso
coro de los ángeles que no fueron rebeldes ni fieles a Dios, sino a
ellos mismos. […] No tienen éstos de muerte esperanza, y su vida
obcecada es tan rastrera, que envidiosos están de cualquier suerte. Ya
no tiene memoria el mundo de ellos, compasión y justicia les desdeña; de
ellos no hablemos, sino mira y pasa.
Fuente: http://internacional.elpais.com/internacional/2014/03/05/actualidad/1394047819_811380.html
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