Las protestas en Venezuela están a punto de cumplir dos meses sin que
haya atisbo de solución. Después de una treintena de muertos y
centenares de heridos y detenidos, el presidente, Nicolás Maduro, sigue
enrocado en la intransigencia, disfrazando de sabotajes y conspiraciones
una realidad de ineficacia gubernamental, polarización y hartazgo
ciudadano.
La detención, el martes, de tres generales acusados de preparar un
golpe de Estado —seguida ayer de un comunicado de las Fuerzas Armadas
ratificando su lealtad al presidente y a la “patria socialista”— forma
parte de esta estrategia: desde que llegó al poder hace un año, Maduro
ha denunciado más de 30 complós, siguiendo la tradición implantada por
su mentor, Hugo Chávez. En este caso, el anuncio coincide con la visita a
Caracas de una delegación de la Unasur. Además de constatar los
“intentos de derrocamiento”, como dice el Gobierno, los ministros de
Exteriores suramericanos tienen como objetivo apoyar la “conferencia de
paz” convocada por Maduro. El problema es que los hechos desmienten la
voluntad de diálogo, o por lo menos lo vuelven imposible. La persecución
de los dirigentes opositores, que arrancó con la detención de Leopoldo
López, ha arreciado en estos días con el encarcelamiento de dos alcaldes
y el acoso a la diputada María Corina Machado, despojada de su escaño.
Se equivoca Maduro si cree que así va a atraerse al “ala moderada” de
la oposición. Nadie creíble va a sentarse a su mesa mientras siga la
escalada represiva y los grupos de matones continúen asesinando
impunemente.
Castigados por la carestía, el desabastecimiento, la criminalidad y
la merma en las libertades, los venezolanos se están viendo sometidos a
un grado inédito de violencia. Y se equivoca también Maduro —en esta
crisis que revela el fracaso del chavismo sin Chávez— si piensa que las
aguas volverán a su cauce por agotamiento. Nada va a volver a ser como
antes.
Fuente:http://elpais.com/elpais/2014/03/26/opinion/1395862414_671962.html
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