"...Arruinar a Venezuela es una parte integral de la estrategia de control social del chavismo..."
"...un liderazgo político creíble, lo que puede presentarle un reto realista al autoritarismo chavista..."
POR:VLADIMIRO MUJICA.
Es frecuente encontrarse en círculos de venezolanos, especialmente
entre los que viven en el extranjero, en el medio de una discusión
repetitiva y frustrante sobre la evolución del drama de nuestro país.
Según el argumento que se repite interminablemente, es la rabia de la
gente, el pueblo arrecho reclamando sus derechos, para ponerlo es
términos de eslogan de marcha callejera, lo que terminará por desalojar a
la oligarquía chavista del poder.
El mismo discurso se presenta en múltiples versiones: “las cosas en
Venezuela están insoportables”, “la gente no aguanta más”, “esto
estallará en cualquier momento porque la gente está harta”, etc, etc. De
seguidas se enumeran todas los padecimientos que han ido tornando en
cada más intolerable la existencia en nuestro país, todo ello para
concluir en que el gobierno no se da cuenta del inmenso daño que hace. A
veces, no siempre, el discurso termina por preguntarse sobre si ya no
quedan militares honestos que acompañen al pueblo en sus padecimientos.
Creer que el gobierno no se da cuenta de que sus acciones traen
miseria al país es un acto de suprema ingenuidad. Arruinar a Venezuela
es una parte integral de la estrategia de control social del chavismo.
Un afirmación que es difícil de tragar y que probablemente debe ser
matizada con incluir la consideración de que parte del desastre del
desgobierno se debe al caos y la incompetencia.
En otra dirección, pensar de la rabia popular como generadora de una
salida a la tragedia venezolana es un peligroso espejismo, sobre todo
porque se desperdician las energías físicas y espirituales de la gente
que se opone al disparatado régimen chavista. Si algo ha probado la
historia reciente del mundo es que la caída de los regímenes
totalitarios y autoritarios solamente se produce cuando se conjuga el
descontento popular con la dirección y el liderazgo que son capaces de
orientarlo y llevarlo de su condición primitiva de arrechera a la mucho
más sofisticada de movimiento político. Ejemplos de ellos son la caída
de Milosevic en Serbia, del gobierno comunista en Polonia, del apartheid
en Sudáfrica y del régimen colonialista en la India. Por otro lado, la
misma historia enseña de manera inequívoca que cuando se producen
alzamientos y levantamientos populares caóticos, sin dirección política,
el resultado puede ser aún más nefasto que la condición inicial que
originó el descontento porque a los desastres del desgobierno termina
por añadirse la pérdida en vidas humanas.
La transmutación del descontento popular en acción política eficaz es
un problema increíblemente complejo. Sobre todo cuando para hacerlo hay
que actuar bajo severas restricciones y amenazas a la libertad y la
seguridad individuales, en condiciones de secuestro de las instituciones
públicas, especialmente los tribunales, y de imposición de una
hegemonía total en los medios de comunicación; todas éstas
características muy evidentes del caso venezolano. A todas estas
dificultades hay que añadirle la miopía de un sector de la dirigencia
opositora que actúa como si lo que estuviera en juego fuera el liderazgo
de la oposición y no una batalla épica contra el autoritarismo y en
defensa de la democracia y la libertad contra un adversario que viola
reiteradamente la constitución y que no vacila en recurrir a la
violencia y la represión.
Desafortunadamente parece que no terminamos de aprender que hay muy
pocas alternativas a la construcción seria y disciplinada de
alternativas políticas. Así como mucha gente votó por Chávez en las
elecciones que lo llevaron a la presidencia con el argumento de que “no
se podía estar peor”, esa misma gente, profundamente arrepentida de su
decisión de hace 15 años, hoy comete el mismo error de percepción al
poner sus esperanzas en una especie de milagrosa rabia popular, como
antes la puso en el vendedor de ilusiones que era el comandante. La
verdad del asunto sobre la tormenta perfecta del descontento que
supuestamente se está gestando en Venezuela es mucho más sobria. La
gente se adapta de modos sinuosos y discretos a la penuria y le teme más
a la violencia y el caos que a las colas y las privaciones. Eso lo sabe
la oligarquía chavista como antes lo supo la oligarquía castrista en
Cuba. La receta es la misma: transformar la existencia en supervivencia
para doblegar y castrar la voluntad de protesta. Las respuestas de la
gente para sobrevivir son muchas: el bachaqueo, el rebusque o el
jineteo. Los resultados finales son similares a pesar de que las
condiciones específicas son muy distintas. Todo ello sin olvidar que hay
una parte nada despreciable del pueblo que no ve ninguna necesidad para
cambiar porque se sienten empoderados por el caos y la anarquía que el
chavismo ha instalado en el país.
A pesar de todas las críticas necesarias e importantes que se puedan
hacer al liderazgo opositor no hay reemplazo a la tarea de construcción
de una alternativa política, y su materialización en logros electorales,
que adelantan tanto la MUD como los restantes factores que convergen en
la oposición democrática. Ese esfuerzo se debe nutrir del descontento
popular, pero la arrechera de la gente por si sola no conduce a ninguna
parte. Excepto probablemente a un estallido caótico de consecuencias
impredecibles. Es la simbiosis entre la frustración y la rabia de
quienes ven su presente cada vez más miserable y su futuro cada vez más
incierto, y un liderazgo político creíble, lo que puede presentarle un
reto realista al autoritarismo chavista. En esa dirección, con todos sus
altibajos, es imperativo continuar trabajando.
Etiquetas: Vladimiro Mujica
Fuente: http://www.noticierodigital.com/2015/04/el-espejismo-de-la-arrechera-del-pueblo/
1 comentario:
EDITORIAL »
La deriva de Maduro
El presidente de Venezuela pone en riesgo la relación con España para ocultar su incompetencia
El País 23 ABR 2015 - 00:00 CEST
Nicolás Maduro está arrastrando a su país a una situación muy peligrosa, también en el ámbito de las relaciones internacionales. Sus decisiones ya las sufren los ciudadanos, que afrontan como pueden una situación de precariedad e inseguridad indigna de un país como Venezuela. Ahora, el absurdo y arbitrario enfrentamiento con España, los insultos reiterados contra su Gobierno actual y sus gobernantes anteriores, no son —por más que se empeñe Maduro en discursos plagados de bravatas— sino un patético esfuerzo por encontrar un chivo expiatorio para tratar de justificar una desastrosa gestión en los asuntos políticos, económicos y sociales. El perfecto ejemplo de cómo arruinar y aislar a un país más que rico en recursos naturales y capital humano, además de históricamente abierto al mundo.
Editoriales anteriores
Maduro, descolocado (17-04-15)
Apuesta por Venezuela (24-03-15)
Obama presiona (11-03-15)
Ayudar a Venezuela (27-02-15)
El que el Gobierno español tome la muy excepcional decisión de llamar a consultas a su embajador en Caracas es una advertencia que no debe caer en saco roto. En el lenguaje diplomático, es el paso previo a la ruptura de relaciones, algo que parece que Maduro trata de provocar, pero que sería una pésima noticia, por mucho que la maquinaria propagandística chavista —que necesita un enemigo exterior— lo presentara como símbolo de orgullo patrio.
Maduro no solo ha perdido el tren de la historia, sino que lo hace a expensas de su pueblo. Mientras en todo el continente soplan vientos de cambio y de diálogo, el Gobierno de Caracas se empecina en una retórica vacua y en despreciar e insultar precisamente a quienes le tienden la mano para ayudar a Venezuela a salir del gravísimo problema institucional en que se encuentra. En este contexto se enmarca la declaración de persona non grata del expresidente del Gobierno Felipe González, que se ofreció para defender a dos de los principales presos políticos que Maduro mantiene en prisión militar bajo fantasmagóricas acusaciones conspiratorias. González es una voz muy valorada en Latinoamérica y siempre ha hablado en favor de Venezuela. Los insultos vertidos contra él, como contra el expresidente José María Aznar, son inaceptables.
El mandatario caribeño puede optar entre seguir encerrado en su torre de marfil o afrontar la realidad y, por el bien de Venezuela, liberar a los presos políticos y dialogar con la oposición. Si quiere quedarse solo, es su opción personal. Pero Venezuela y los venezolanos no merecen que se les cierren todos los caminos.
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