POR:MANUEL MALAVER.
Aunque el “Socialismo del Siglo XXI” fue una etiqueta exclusivamente
asumida por Chávez y sus países clientes más cercanos como Cuba,
Nicaragua, Ecuador y Bolivia, hay que admitir que otros socios también
la compartieron, si bien no de manera tan manifiesta y entusiasta, sí
como engañifa para participar en el festín de los petrodólares
venezolanos, y hablamos de Brasil, Argentina y Uruguay.
Se desconoce el origen de las palabrejas que quisieron lucir como el
“marxismo eterno” (nunca muerto, siempre renovado), pero en los tiempos
de su mayor gloria, cuando el ciclo alcista de los precios del crudo los
situó a más de 100 dólares el barril y Chávez regía como el “Rey del
Petróleo”, hubo un “filósofo” chileno que se lo atribuyó y, a partir de
allí, argentinos, brasileños, mexicanos, españoles, franceses, y hasta
un húngaro, compitieron porque se les reconocieran los derechos de
autor.
Ignacio Ramonet, Gianni Vátimo, Ernesto Laclau, Marta Harneker,
István Mészáros y Antonio Negri creo que anduvieron por ahí, alegando su
creencia inquebrantable en una resurrección del difunto del Muro de
Berlín y del colapso del Imperio Soviético, como prueba de que, por lo
menos por el lado de la fe, no habían dejado de esperar el regreso de
los viejos dioses.
Hay que rendirse a los hechos, sin embargo, y aceptar de una vez que
fue el sociólogo mexicano de origen alemán, Heinz Dieterich y el propio
teniente coronel, Hugo Chávez, quienes pusieron las piedras y el
edificio para el auge de la marca, trazarle un target y un marketing y
jugárselas porque un mercado ideológico escéptico después del naufragio
del Titanic revolucionario, la comprara e hiciera “suya”.
En la Introducción a una suerte de “Manifiesto” de la nueva Era,
escuela o corriente, “Hugo Chávez y el Socialismo del Siglo XXI”
(Editorial Instituto de Publicaciones de la Alcaldía de Caracas.
Caracas. 2005) Dieterich cuenta que empezó a interesarse en el tema en
1996 a raíz del colapso de la Unión Soviética y el socialismo, y en
cuanto a Chávez, más de una vez confesó que “su” socialismo no sería el
soviético, el chino y ni siquiera el cubano, sino uno cuya receta no
sabía y ya tenía cincelada “otro alemán”.
Como la publicación siguió a una declaración solemne de Chávez en el
“V Foro Mundial de Sao Paulo” del 30 de enero del 2005, en el sentido de
que se dejaba de atajos, de que no le daba más largas al asunto y
asumía el socialismo marxista, hay que presumir que los dos profetas, el
armado y el desarmado, el discípulo y el maestro, la espada y la pluma
venían trabajando a due mani desde hacía tiempo en el Evangelio de la neo revolución.
¿Pero qué dice o cuenta el “Manifiesto”, cuáles sus propuestas,
descubrimientos y novedades y en qué se fundamenta para establecer que
venía otra epifanía, otro Armagedón y otra Jerusalén?
En realidad -y para decirlo en breve- se trata de un engrudo, que
recoge materiales de otros engrudos, de parches que ya habían escrito
Mészáros, Hardt, Negri, Laclau, Deleuze (y, en general, los
postmodernistas), y procede a criticar el “Viejo Testamento” marxista, a
promover su restauración y afincarse en una suerte de democracia
social, que, desde luego, deja todas las escapatorias posibles a quienes
quieran usar el “paraíso perdido”, para construir otro “recobrado”.
La equivocación de los teóricos, sin embargo –y como siempre sucede-
no estaba en la teoría, sino en la práctica, que no les permitió ver que
Chávez no era otra cosa que un dictador latinoamericano de la vieja
escuela, un militar con una fe ciega en la combinación de los cuarteles y
la calle, de las charreteras y la masa, de los desfiles y las
concentraciones populares.
Dictador latinoamericano y tropical, por añadidura, que quiere decir farouche,
petulante, embustero, pintoresco, folklorizante, violento y amante de
todo cuanto pudiera contribuir, a través de los abalorios verbales, a
ser amado por los masas y temido por aquellos a quienes juzgaba sus
enemigos, porque venían a estropearle el show.
Pero, sobre todo, vanidoso, una frustrada estrella del béisbol de
Grandes Ligas, que se reencontró descubriéndose “bueno” para la
televisión y la radio y usando los medios audiovisuales para las
peroratas más largas, tediosas e insustanciales de que tenga memoria la
historia de la comunicación.
Digamos que en esas batallas sufrió una primera derrota, o muerte
prematura, el “Socialismo del Siglo XXI”, pisoteado, maltratado y
humillado por este caudillo que pronto se olvidó de sus ofertas de
“democracia participativa, protagónica y directa” y se trazó el rol
imposible de restaurar el estalinismo y el castrismo (únicas versiones
del socialismo que compartía en el fondo), ensayar con una suerte de
mini “Guerra Fría” para cristalizar la hazaña que no habían logrado
“otros grandes” (Lenin, Stalin, Mao y los hermanos Castro) y crear una
“regional” revolucionaria con los mismos atributos que tuvieron las
“Internacionales” de otros tiempos.
Delirios y fantasías financiados con los petrodólares de un nuevo
ciclo alcista de los precios del petróleo que, iniciado en el 2004, duró
hasta el 2008 (el más largo y rentable de la historia), y le generó a
las finanzas venezolanas los más altos ingresos que había conocido en un
siglo de explotación petrolera: DOS BILLONES Y MEDIO DE DÓLARES.
Más de las dos terceras partes de esta cifra colosal fueron
dilapidadas, derrochadas y tiradas en la compra de apoyos nacionales,
regionales e internacionales, sosteniendo economías inviables como las
cubana, nicaragüense, ecuatoriana y boliviana y alimentando las
corruptas burocracias de los populistas brasileños y argentinos hoy
haciendo los esfuerzos finales por llevarse lo que queda de Venezuela.
En otras palabras: que en un mundo en ruinas con Raúl Castro
acercándose a los Estados Unidos para ver si le procuran los dólares que
cada día le faltan más a Venezuela para sobrevivir y darse tiempo para
traspasarle el poder a su hijo, Alejandro; Ortega, Correa y Evo Morales
esperando turno frente a la taquilla de pago de Barack Obama a ver si
negocian lo “suyo”, Dilma Rousseff temblando ante la posibilidad de ser
derrocada por la calle y Cristina Kirchner haciendo las maletas para
entregar el poder a la oposición en las elecciones de finales de año.
Solo quedan esperando quien los recoja, entonces, los escombros de
Venezuela, apuntalados por el sucesor de Chávez, un tal Maduro, sin
educación, profesión, ni nacionalidad conocidas, afortunadamente ágrafo y
afásico, lo cual no quiere decir que no use los medios audiovisuales
que ya controla totalmente para hablar disparates durante horas, horas, y
horas y enfrente a cientos de miles de venezolanos que hacen largas
colas para no morirse de hambre o de enfermedades que no se pueden
diagnosticar porque ya los laboratorios clínicos no tiene reactivos.
La segunda y definitiva muerte, en fin, del “Socialismo del Siglo
XXI”, cuyas exequias se llevaron a efecto en la VII Cumbre de Las
Américas, el fin de semana antepasado en Ciudad de Panamá, con sus
viudas inconsolables, Cristina Kirchner y Dilma Rousseff llorando a moco
tendido, sus deudos más íntimos, Maduro, Ortega, Correa y Evo
camuflados para no ser abucheados y Raúl Castro colaborando con el
presidente de Estados Unidos, Barack Obama, a echarle las paladas de
tierra final.
Ah, porque Barack Obama, fue el invitado de lujo al entierro, el
presidente del Imperio que, presuntamente, iba a ser destruido,
pulverizado y deshuesado por Chávez, sus aliados y el “Socialismo del
Siglo XXI”, el hombre que fue justamente la estrella del velorio
mientras el público se apartaba de la urna del difunto para ser
vitoreado y celebrado.
Se le pidieron unas palabras sobre la solemne ocasión en que se
inhumaba una idea, unas ideas, pero se limitó a un escueto y cristiano:
“¡Paz a sus restos!”.
Fuente: http://www.noticierodigital.com/2015/04/panama-y-la-muerte-del-socialismo-del-siglo-xxi/
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