Luis Ugalde SJ:
El
régimen no es nadie y es todo. No es el Presidente, ni el Ejecutivo.
Tampoco “El Proceso”, pues éste era vivido como un caminar abierto hacia
horizontes de elevación. El régimen hoy es el punto de cristalización y
de llegada, cerrado como estación terminal, que mantiene secuestrada a
toda la sociedad. Aferrado al poder, y dedicado de lleno a defenderse y
perpetuarse contra la inmensa frustración y desesperación de la
población. Al comienzo para muchos “El Proceso” era emoción y esperanza
de una Venezuela bella y deseable que concretaron en estos dos artículos
centrales de la Constitución:
Art. 2 “Venezuela se constituye en un estado democrático y social de
Derecho y de Justicia, que propugna como valores superiores de su
ordenamiento jurídico y de su actuación la vida, la libertad, la
justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad
social y, en general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética
y el pluralismo político”.
Art.3 “El Estado tiene como fines esenciales la defensa y el
desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad, el ejercicio
democrático de la voluntad popular, la construcción de una sociedad
justa y amante de la paz, la promoción de la prosperidad y bienestar del
pueblo y la garantía del cumplimiento de los principios, derechos y
deberes reconocidos y consagrados en esta constitución. La educación y
el trabajo son los procesos fundamentales para alcanzar dichos fines”.
Parece imposible que un demócrata no esté de acuerdo con este ideal
constitucional que marca un exigente camino de dignidad y liberación.
Pero ante la catastrófica realidad actual -después de una dominación
hegemónica de 17 años y un millón de millones de $ malgastados- surge un
clamor de indignación contra la miseria, la inseguridad y la burla a la
Constitución. Nadie en su sano juicio puede pensar que este Régimen va
avanzando hacia ese ideal; por el contrario, su obsesión es defender el
poder, corrupto e ineficiente, aferrándose a las armas y a la represión
porque ya le faltan razones y apoyo popular. Por eso se ha militarizado y
se ha convertido en una dictadura, en clara contradicción con la
Constitución.
Más difícil es ponerse de acuerdo sobre el modo de salir de esta
catástrofe y mucho más el acuerdo y la combinación de fuerzas sociales
diversas para retomar el camino hacia el horizonte de democracia y de
dignidad compartida y reconstruir.
Cuando un presidente se pone en contradicción con los fines
esenciales del bien común nacional, la Constitución prevé modos de
evitar mayores desastres y salir de él antes de que concluya el período
presidencial. Para eso está, por ejemplo, el referéndum revocatorio, con
el que la sociedad puede cambiar a quien se ha convertido en gestor del
mal común. Pero la dictadura lo quiere bloquear.
Desde luego más sensato que esta vía un tanto larga, engorrosa y
sembrada de trampas, sería un momento de lucidez presidencial que,
acordándose de su condición de servidor y delegado de la voluntad de la
mayoría nacional, lo llevara a la renuncia. El artículo 350 establece
estas emergencias y nos obliga a todos a una responsabilidad ciudadana
mayor: “El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su
lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier
régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y
garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos” (art. 350).
Ante la formidable emergencia nacional y el brutal deterioro de las
condiciones básicas de vida y de democracia, no basta con la salida del
Presidente ni con un cambio de gobierno, es imprescindible un cambio de
régimen y un nuevo gobierno de salvación nacional que incluya a sectores
diferentes, unidos en la suprema tarea de encauzar y de reconstruir el
país. Por eso la realidad pide a gritos el cambio de Régimen para volver
a la Constitución y recuperar la esperanza de vida y dignidad para
todos. Muy oportuna la reciente advertencia de la Conferencia Episcopal:
“¡Queremos alertar al pueblo! Que no se deje manipular por quienes le
ofrezcan un cambio de situación por medio de la violencia social. Pero
tampoco por quiénes le exhortan a la resignación ni por quienes le
obligan con amenazas al silencio. ¡No nos dejemos vencer por las
tentaciones! No caigamos en el miedo paralizante y la desesperanza, como
si nuestro presente no tuviera futuro. La violencia, la resignación y
la desesperanza son graves peligros de la democracia. Nunca debemos ser
ciudadanos pasivos y conformistas”.
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