POR:CARLOS BLANCO/TIEMPO DE PALABRA.
Todos quieren la unidad, pero junto al reconocimiento que creen merecer.
Todos quieren la unidad, pero junto al reconocimiento que creen merecer.
RELATOS LOCOS. Cuando se observa perorar en el Consejo de Ministros a quien ejerce -es un decir- la Presidencia de Venezuela, se tiene una medida, tal vez extravagante, de cómo el poder produce desvaríos extremos. Causan asombro las admoniciones sobre la austeridad de parte de un insólito y contumaz despilfarrador, sólo superado por el cretinismo ocupacional al que obliga a sus colaboradores.
Un gabinete que se reúne para escuchar las necedades presidenciales, en las que el hombre firma una ley anticonstitucional como la de la Fuerza Armada y al instante da recomendaciones de cómo se duchan los comunistas de uña en el rabo, muestra la chifladura. Sin embargo, no se trata de considerar los grados de desequilibrio cerebral y espiritual que pueden llevar a este desprecio hacia los venezolanos, lo cual incluye a los ministros que, ya sin antifaces, tienen que hacer el papelón de idiotas, sino lo que significa para el país cómo tales delirios conducen a ese espacio ignoto en el cual desaparecen los barcos sin capitán y sin rumbo.
Un gabinete que se reúne para escuchar las necedades presidenciales, en las que el hombre firma una ley anticonstitucional como la de la Fuerza Armada y al instante da recomendaciones de cómo se duchan los comunistas de uña en el rabo, muestra la chifladura. Sin embargo, no se trata de considerar los grados de desequilibrio cerebral y espiritual que pueden llevar a este desprecio hacia los venezolanos, lo cual incluye a los ministros que, ya sin antifaces, tienen que hacer el papelón de idiotas, sino lo que significa para el país cómo tales delirios conducen a ese espacio ignoto en el cual desaparecen los barcos sin capitán y sin rumbo.
Frente a tal locura, los demócratas o, más sencillamente, la parte del país que se mantiene provisionalmente en sus cabales tiene una responsabilidad y es la de usar los instrumentos a mano para diseñar una salida que no es sólo electoral pero que incluye lo electoral. No es sólo electoral porque como quien esto escribe ha sostenido varias veces, primero hay que derrotar a Chávez políticamente para que, disminuidas sus posibilidades de controlar las elecciones, sea luego derrotado en las urnas. Esto significaría un amplio y consistente movimiento de masas que parece vislumbrarse, en el marco del cual la concurrencia a las elecciones adquiere otro sentido, más importante y amplio que el proporcionar unos puestos a dirigentes más o menos meritorios.
LOS PARTIDOS. Los partidos están en un esfuerzo que no cuaja, al menos hasta el momento de escribir estas líneas. Todos entienden la conveniencia de la unidad, pero la quieren en una situación que les otorgue reconocimientos que creen merecer. Uno argumenta que tiene más votos que los demás; otro, que sus liderazgos son más distinguidos; el de más allá, que su jefe tiene impacto nacional. Todas verdades y todas mentiras. Verdades en ese espacio liliputiense al que el mundo partidista se ha visto confinado por sus errores y por el cerco autoritario. Mentiras porque por razones buenas, regulares o malas, el grueso de la sociedad se encuentra en estado de divorcio con respecto a los partidos. Esta circunstancia podrá variar en el futuro, pero ahora es la que es.
Al entendimiento difícil en la Mesa de la Unidad se añade el desafío que representan las Redes Populares que dirige Leopoldo López, a quienes sus ex compañeros de dos partidos no toleran, con el ingrediente de que una porción de la izquierda no chavista y varios ex dirigentes estudiantiles han pasado a formar parte de este nuevo movimiento político. La propuesta de este sector con las primarias y la tarjeta única, las cuales son razonables, ha caído en el terreno de la confrontación soterrada y dura que se experimenta.
Por si fuera poca la mazamorra, se tiene que en este samplegorio todavía no entran quienes tienen, al final, la sartén por el mango, que son las variadas formas de existencia de la sociedad civil. Debe recordarse que la inmensa mayoría de los “nadie” impuso una línea política en 2005, la de la abstención, que pese a toda la polémica posterior, en ese instante se hizo imbatible. Esta tesis hoy no tiene predicamento, pero no se logrará el entusiasmo de las masas si no se apela a un entendimiento que incluya tanto a los partidos como a la sociedad civil. Para despejar equívocos, no se trata de “darles” caritativamente unos puestos a personas distinguidas independientes sino de propiciar un diálogo entre las organizaciones de la sociedad civil y los partidos para que salgan fórmulas apropiadas para seleccionar a los candidatos de la unidad. Si se arrastran los pies hasta que se haga tarde, se carecerá del entusiasmo indispensable y en medio de la campaña ventajista y fraudulenta del oficialismo, el sector que vota a ganador (para no sufrir las consecuencias espirituales y materiales de la derrota) se puede desplazar hacia el Gobierno bajo el convincente efecto del miedo; o también podría crearse una sensación de arrase brutal, tan abrumador, que un sector decisivo del electorado considere que no hay nada que hacer para impedirlo y se desarme psicológicamente.
UNA ANÉCDOTA. La causa del descrédito de los partidos fue labrada por sus dirigentes. A fines de los años 80 y comienzos de los 90 se hizo desde la Copre la propuesta más completa que haya habido en el período democrático para la reforma de los partidos políticos. Se consideraba indispensable tener mejores partidos, más democráticos y representativos. El tema no se quedó en una propuesta de ley sino que todos los partidos, el Gobierno y la Copre acordaron el Pacto para la Reforma que se firmó con pompa y circunstancia en diciembre de 1990 en el Salón Elíptico del Palacio Federal, ante el Arca que guarda el Acta de la Independencia.
Pacto que obligaba a los partidos a un programa de reformas inmediatas (un año de plazo) y reformas mediatas, todas dentro del período constitucional de Carlos Andrés Pérez que culminaría en 1994. Adivinen cuál fue el resultado. El resultado fue cero. Ni una sola de las reformas a las que se comprometieron los partidos se materializó a tiempo y tampoco la reforma de la ley de Partidos Políticos. La Copre introdujo el proyecto en febrero de 1988 a la Cámara de Diputados, en octubre de 1990 pasó al Senado y se aprobó en esta Cámara en julio de 1991.
Después de tres años se abandonó en una gaveta y se produjo lo que se sintió como una burla a la opinión pública. Lo que había sido inmensa ocasión para la rehabilitación de los partidos se convirtió en la ocasión para su condena. En ese marco se sirvió la mesa, no para la unidad sino para el desastre que sobrevendría y cuyas consecuencias paga hoy esta desdichada Venezuela.
NO HAY TIEMPO. Omar Barboza (UNT) hizo unas declaraciones curiosas al salir de una reunión con el CNE en las cuales dijo lo que ese organismo iba a hacer en términos electorales. Según el dirigente, le garantizaron que no habría elecciones en el primer semestre de 2010, lo que quiere decir que bien podrían ser el 1 de julio. Si rápidamente no hay acuerdo sobre el mecanismo, la discusión sobre la unidad puede convertirse en un boomerang: puede derivarse al debate de por qué no hay unidad; es decir, por qué hay división, lo cual paradójicamente ha pasado a dominar el mapa desde la rueda de prensa del jueves de esta semana en la cual se dijo que habría -pero no hay- unidad.
Si no hacen intervenir algún factor ajeno a las cúpulas, si no hay unidad total y tampoco tarjeta única corren el gravísimo riesgo no ya de escoger candidatos de baja representatividad sino de suicidarse.
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