POR:ALBERTO BARRERA TYSZKA.
El Presidente quiere convertir el 13 de abril en una histórica Bahía de Cochinos, pero a la hora del té no moja las botas en la playa.
Pocos días después del infame golpe militar que derrotó a Salvador Allende, Octavio Paz escribió: “La indignación puede ser una moral pero es una moral a corto plazo. No es ni ha sido nunca el sustituto de una política”.
Traigo esa frase hasta esta esquina de la página porque, en estos días, la indignación parece ser una forma de parálisis, un no puede ser congelado sobre el clima, un asombro que se ha vuelto de pronto ceremonia inmóvil.
No es para menos: la llamada revolución bolivariana ha dejado de administrar la esperanza y ha comenzado a administrar el miedo.
La justificación de toda esta “ofensiva”, que ha convertido al Estado en el arma privada de un grupo, es una ficción heroica.
Pienso que las palabras del presidente Chávez, esta semana en la concentración del Palacio de Miraflores, pasarán a la historia como uno de los momentos más delirantes de la fabulación oral venezolana.
No sólo comparó el 13 de abril del 2002 con el 19 de abril de 1810 sino que, además, afirmó que lo ocurrido hace 7 años “no tiene precedentes en la historia de este continente”.
Inventa una revuelta popular de dimensiones desbordadas y, de paso, minimiza el peso definitivo de la maniobra militar que no permitió que se reprimiera al pueblo, frustró el golpe y lo devolvió a la Presidencia. Un detalle: el líder de esa épica democrática se encuentra hoy en prisión. Tuvo la osadía de cuestionar el proyecto del líder supremo. Es un peligro para el poder.
Porque detrás de toda la hojarasca verbal de los actos públicos, lo que en verdad sorprende es que el valiente y aguerrido comandante en jefe dirija una ofensiva revolucionaria a control remoto, desde la trinchera de un hotel de lujo en el oriente del planeta. Mientras su gobierno cerca a la oposición, acosa a Rosales, encarcela a Baduel, le da un golpe a Ledezma, presiona a la justicia para dictar sentencias o para perseguir a los medios…
Chávez está de viaje, corriendo el terrible riesgo de hablar por teléfono con el canal 8. El programa Dando y Dando es una suerte de medium: siempre te puede comunicar con el más allá.
El Presidente quiere tener su propia Bahía de Cochinos, pero a la hora del té no moja las botas en la playa. Su épica es más digital. Es un héroe de las ondas herzianas. Es un líder que siempre pelea vía microondas.
Ya no sabemos si se trata de una aguda estrategia militar, de una rutina más del espectáculo, de un parpadeo en su ánimo, o de todas las anteriores, juntas y revueltas. Pero lo cierto es que, entre otras cosas, los venezolanos nos encontramos ante un insólito caso de malversación de fondo públicos: el proyecto religioso de Hugo Chávez.
Se trata de una inversión multimillonaria, de un insondable gasto de fe. “Dios utilizó como instrumento al pueblo. Los mártires de puente Llaguno dieron su vida por mí”, volvió a gritar.
“Mi vida ya no es mía: ¡es de ustedes!”, repitió. “Esta revolución es eterna”, exhaló, en la renovación sacramental de todos sus actos públicos.
Él es el nuevo Mesías. Petrolero y todopoderoso. Su naturaleza es mediática: está en todos lados y en ninguna parte. Distribuye los castigos a su antojo, jamás se queda con ninguna culpa. Es inasible e infinito. Sólo con él podremos alcanzar nuestro glorioso destino: “De nosotros depende el futuro de los pueblos de este continente”. Así habla el Señor.
Alguien transhistórico, iluminado, con el sagrado designio de completar el firmamento de Bolívar, puede ignorar las formas, los acuerdos, las reglas. Para un Dios, la democracia sólo es un trámite burocrático.
Aquel “Por ahora”, pintado en las vallas publicitarias de la ciudad, unos días después del rechazo popular al referéndum constitucional, era tan sólo la profecía, el anuncio de un proyecto que está dispuesto a pasarse por el forro la voluntad de los ciudadanos y las letras de la Constitución. Los planes divinos no se consultan con nadie.
La agenda de Chávez la conocemos desde hace mucho.
Es la misma que se inició el 4 de febrero de 1992. Desde ese día, hasta hoy, ha seguido empeñado en dar un golpe de Estado.
Aun siendo presidente, y teniendo bajo su control la mayoría de los poderes públicos, insiste en lo mismo, trabaja en la sombra, conspira, asalta, invade, ocupa…
El problema, entonces, no es lo que quiere Chávez, lo que él desea.
Eso ya lo sabemos. El problema es lo que queremos los demás venezolanos, lo que estamos dispuestos a permitirle. El problema no es el “Por ahora”, el problema es el “Hasta aquí”. La indignación también puede transformarse en política.
Pocos días después del infame golpe militar que derrotó a Salvador Allende, Octavio Paz escribió: “La indignación puede ser una moral pero es una moral a corto plazo. No es ni ha sido nunca el sustituto de una política”.
Traigo esa frase hasta esta esquina de la página porque, en estos días, la indignación parece ser una forma de parálisis, un no puede ser congelado sobre el clima, un asombro que se ha vuelto de pronto ceremonia inmóvil.
No es para menos: la llamada revolución bolivariana ha dejado de administrar la esperanza y ha comenzado a administrar el miedo.
La justificación de toda esta “ofensiva”, que ha convertido al Estado en el arma privada de un grupo, es una ficción heroica.
Pienso que las palabras del presidente Chávez, esta semana en la concentración del Palacio de Miraflores, pasarán a la historia como uno de los momentos más delirantes de la fabulación oral venezolana.
No sólo comparó el 13 de abril del 2002 con el 19 de abril de 1810 sino que, además, afirmó que lo ocurrido hace 7 años “no tiene precedentes en la historia de este continente”.
Inventa una revuelta popular de dimensiones desbordadas y, de paso, minimiza el peso definitivo de la maniobra militar que no permitió que se reprimiera al pueblo, frustró el golpe y lo devolvió a la Presidencia. Un detalle: el líder de esa épica democrática se encuentra hoy en prisión. Tuvo la osadía de cuestionar el proyecto del líder supremo. Es un peligro para el poder.
Porque detrás de toda la hojarasca verbal de los actos públicos, lo que en verdad sorprende es que el valiente y aguerrido comandante en jefe dirija una ofensiva revolucionaria a control remoto, desde la trinchera de un hotel de lujo en el oriente del planeta. Mientras su gobierno cerca a la oposición, acosa a Rosales, encarcela a Baduel, le da un golpe a Ledezma, presiona a la justicia para dictar sentencias o para perseguir a los medios…
Chávez está de viaje, corriendo el terrible riesgo de hablar por teléfono con el canal 8. El programa Dando y Dando es una suerte de medium: siempre te puede comunicar con el más allá.
El Presidente quiere tener su propia Bahía de Cochinos, pero a la hora del té no moja las botas en la playa. Su épica es más digital. Es un héroe de las ondas herzianas. Es un líder que siempre pelea vía microondas.
Ya no sabemos si se trata de una aguda estrategia militar, de una rutina más del espectáculo, de un parpadeo en su ánimo, o de todas las anteriores, juntas y revueltas. Pero lo cierto es que, entre otras cosas, los venezolanos nos encontramos ante un insólito caso de malversación de fondo públicos: el proyecto religioso de Hugo Chávez.
Se trata de una inversión multimillonaria, de un insondable gasto de fe. “Dios utilizó como instrumento al pueblo. Los mártires de puente Llaguno dieron su vida por mí”, volvió a gritar.
“Mi vida ya no es mía: ¡es de ustedes!”, repitió. “Esta revolución es eterna”, exhaló, en la renovación sacramental de todos sus actos públicos.
Él es el nuevo Mesías. Petrolero y todopoderoso. Su naturaleza es mediática: está en todos lados y en ninguna parte. Distribuye los castigos a su antojo, jamás se queda con ninguna culpa. Es inasible e infinito. Sólo con él podremos alcanzar nuestro glorioso destino: “De nosotros depende el futuro de los pueblos de este continente”. Así habla el Señor.
Alguien transhistórico, iluminado, con el sagrado designio de completar el firmamento de Bolívar, puede ignorar las formas, los acuerdos, las reglas. Para un Dios, la democracia sólo es un trámite burocrático.
Aquel “Por ahora”, pintado en las vallas publicitarias de la ciudad, unos días después del rechazo popular al referéndum constitucional, era tan sólo la profecía, el anuncio de un proyecto que está dispuesto a pasarse por el forro la voluntad de los ciudadanos y las letras de la Constitución. Los planes divinos no se consultan con nadie.
La agenda de Chávez la conocemos desde hace mucho.
Es la misma que se inició el 4 de febrero de 1992. Desde ese día, hasta hoy, ha seguido empeñado en dar un golpe de Estado.
Aun siendo presidente, y teniendo bajo su control la mayoría de los poderes públicos, insiste en lo mismo, trabaja en la sombra, conspira, asalta, invade, ocupa…
El problema, entonces, no es lo que quiere Chávez, lo que él desea.
Eso ya lo sabemos. El problema es lo que queremos los demás venezolanos, lo que estamos dispuestos a permitirle. El problema no es el “Por ahora”, el problema es el “Hasta aquí”. La indignación también puede transformarse en política.
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