POR:MICHELLE BACHELET.
El mundo ha cambiado enormemente en las últimas dos décadas; en la política, en la economía, en las comunicaciones, en todas las esferas de la sociedad. Precisamente en entender esos cambios y saber leer adecuadamente la nueva realidad radica el éxito o el fracaso del liderazgo democrático. Pero también en entender esos cambios y, a partir de ellos, impulsar programas y políticas públicas que apunten al bien común, radica el éxito o el fracaso del liderazgo progresista.
La crisis financiera puso en jaque veinte años de globalización desregulada. Una serie de factores –la codicia, los conflictos de intereses, la mala calidad de la política—fueron permitiendo el crecimiento de una burbuja de riquezas y valores sin respaldo, la que terminaría por explotar en la cara de los países ricos, pero cuyas esquirlas perjudicarían también a los países más pobres.
La crisis generó una enorme incertidumbre. Se temió seriamente que una nueva gran depresión azotara al mundo y que al colapso bursátil siguiera un colapso social. En aquellos días terminó por quemarse el dogma de la no intervención. El mundo dejó de mirar al mercado como única solución a los problemas. Se hizo claro y evidente que desde la política, y sólo desde ella, se puede cautelar efectivamente el bien común.
La llegada de un nuevo liderazgo en Estados Unidos pudo revertir la desconfianza generalizada. Al mismo tiempo, los gobiernos de Europa tomaron decididas acciones para evitar el colapso de la economía. Y en Latinoamérica, la sólida posición macroeconómica de varias economías permitió llevar adelante planes de estímulo fiscal que resultaron cruciales para una rápida recuperación.
De esta manera, la crisis hizo patente la necesidad de un nuevo tipo de liderazgo político, fuerte, atento, activo, que entiende las lógicas del mercado, pero que no le teme al mercado. Liderazgo progresista que cree que el Estado es parte de la solución y no del problema, como predicaba el dogma neoliberal. Pero este nuevo liderazgo progresista no cae en la tentación del aplauso fácil, y sabe ser popular sin ser populista. Nuestra experiencia en Chile ilustra muy bien este punto. Supimos soportar las presiones de gasto y ahorrar cuando estuvo alto el precio de nuestros commodities, de manera que cuando llegó la crisis, pudimos generar los adecuados estímulos en la economía, y no sólo no reducir, sino que aumentar el gasto social.
El nuevo liderazgo debe también saber responder a las exigencias de una nueva ciudadanía. Comunidades cada día mejor informadas, más críticas, más exigentes. En cierta manera, han cambiado las reglas del juego para los políticos, pero ha sido un cambio para bien.
El líder de hoy debe someterse a estándares de transparencia infinitamente superiores a los que existían 20 años atrás. Sueldos, beneficios y decisiones ya no son secretos; hoy son parte de la función pública, son transparentes, y en países como el mío, se encuentran a disposición de todos los ciudadanos a través de Internet.
Se termina la época en que las políticas públicas se hacían en un laboratorio. Hoy, el centro está en las personas y se toma en consideración a quienes beneficia o afecta cada decisión. El nuevo liderazgo, además, hoy exige una función pedagógica acerca de sus políticas como no sucedía antes. Los nuevos ciudadanos no sólo merecen explicaciones, sino que demandan cada vez más aclaraciones. El líder tiene que saber explicar cada política y cada decisión, con sus aciertos y bemoles.
La web 2.0 ha creado una nueva ágora ciudadana. La ciudadanía posee tales niveles de información instantánea que hacen imposible cualquier devaneo u oscuridad. Ya no se pueden tapar errores ni echar la suciedad debajo de la alfombra. En cierta forma, la nueva ciudadanía ha roto también con el mesianismo. Quienes no saben reconocer desaciertos y enmendar rápidamente, están condenados a perder legitimidad ante los ojos de la opinión pública.
Los cambios de las últimas dos décadas han ido generando la necesidad de un liderazgo transparente, transversal y ciudadano. A su vez, la crisis económica ha generado la necesidad de un liderazgo político complejo, que supere el modelo gerencial que pareció instalarse durante los 90, y lo reemplace por la deliberación pública y la acción política fuerte y decidida. En suma, el desafío que nos coloca la ciudadanía es inmenso: un nuevo tipo de liderazgo, más democrático y más progresista.
Michelle Bachelet es presidenta de Chile
1 comentario:
Felicidades por el tiempo que usted ha gobernado su País, le deseo la mejor suerte del mundo en su nueva etapa.
A demostrado usted Sra. Presidenta que es una autentica demócrata no ha realizado esos oscuros referéndum como algunos de los gobiernos Ecuador, Venezuela, Bolivia, Nicaragua , que se han aprovechado de la democracia para perpetuase en el poder, el único pero que le pongo fue que usted no vio oh no quiso ver la mano de Chávez en Honduras, cuando un ciudadano de calle como Yo, lo intuí desde el primer momento,es una lastima que usted no hubiera defendido la democracia y la constitución en Honduras en contra de un payaso de Zelaya de la mano de los amigos del Alba, de todas formas mi mas enhorabuena y espero que en el futuro sigan usted cosechando éxitos
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