POR:ADOLFO TAYLHARDAT.
La tragedia que vive el sufrido pueblo de Haití tiene proporciones de hecatombe. La catástrofe que ha vivido y sigue viviendo ese pobre país, pobre en todo sentido, la hemos presenciado en tiempo real a través de la televisión y hemos leído sus dolorosos pormenores en la prensa escrita. Se ha dicho que el sismo fue equivalente a treinta bombas atómicas como la que destruyó Hiroshima. Esto luce exagerado pero evidentemente, apartando la ausencia de las radiaciones que produce una explosión atómica, este terremoto, por su extensión, por los destrozos que ha causado y el número de víctimas que ha dejado, se asemeja efectivamente a la destrucción que provocaría la detonación de un artefacto nuclear.
Me tocó ser el primer Embajador venezolano en Haití cuando Venezuela restableció relaciones con ese país a raíz de la muerte de François Duvalier y el ascenso al poder de su hijo, el tristemente famoso “Baby Doc”. Las relaciones con ese Haití fueron interrumpidas por el presidente Rómulo Betancourt en aplicación de su doctrina de no reconocimiento de gobiernos de facto desde el momento en que ese Dictador se proclamó “Président â vie” (presidente vitalicio). ¡Qué bueno sería si algunos países que hoy se autocalifican democráticos revivieran esa sana y valiente doctrina!
Habiendo vivido en Haití las escenas y las informaciones que recibimos a través de los medios literalmente nos desgarran el corazón. Mi experiencia en Haití, a pesar de la miseria y el subdesarrollo que predomina allí, fue sumamente enriquecedora. Descubrí un pueblo que no obstante su pobreza es hospitalario, bondadoso, acogedor, respetuoso, pero también orgulloso de su pasado histórico (fue el primer país de nuestro continente que se proclamó independiente) y que lucha por superar las rémoras, políticas, económicas, sociales y de toda índole que le impiden avanzar hacia el desarrollo. Durante mucho tiempo la mayoría de los países de nuestra región le daban la espalda. Consideraban que por ser francófono y tener una población en su casi totalidad negra, no formaba parte de nuestro continente.
Felizmente eso ha cambiado. Actualmente, gracias a la acción que desarrollan las Naciones Unidas para consolidar la democracia en Haití e impulsar su desarrollo, muchos países de la región finalmente se han involucrado en los esfuerzos por sacar a ese país del foso de subdesarrollo en que se encuentra hundido. También las organizaciones financieras multilaterales y muchas instituciones humanitarias gubernamentales y no gubernamentales participan muy activamente en ese esfuerzo.
Tristemente, lo mucho que se había podido hacer hasta ahora, que en definitiva era poco en comparación con la magnitud colosal de las necesidades de toda clase que tiene Haití, se ha desmoronado con el terremoto. Los proyectos de infraestructura, carreteras, puentes, acueductos, cloacas, escuelas, hospitales, edificaciones públicas que se habían venido construyendo con la ayuda, la cooperación y el financiamiento internacionales, en su mayoría se han desplomado. También la hermosa catedral de Puerto Príncipe, el imponente palacio presidencial y prácticamente todas las sedes de las entidades gubernamentales, incluida la Asamblea Nacional, que se encontraba sesionando cuando ocurrió el terremoto y se derrumbó con todos sus integrantes dentro.
Hay que reconstruir a Haití desde cero y esto exige un esfuerzo excepcional de solidaridad de todos los países del mundo. La iniciativa del presidente Sarkozy de promover la convocatoria de una conferencia internacional de donantes para movilizar la cooperación a nivel mundial en auxilio de Haití sería una buena oportunidad para transformar a ese sufrido país en un lugar donde su noble pueblo pueda vivir con la dignidad que merece. El Presidente dominicano ha propuesto una cumbre mundial con el mismo propósito. Las dos iniciativas no compiten ni se excluyen. Ojalá los gobiernos asuman con coraje y magnanimidad ese reto.
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