POR:ARCANGEL VULCANO.
Luego del complejísimo motín que sufriera hace algún tiempo el Capitán Garfio caribeño seudo revolucionario, a bordo de su destartalado buque escarlata, navegando por las cálidas y hoy turbulentas aguas del Caribe. Hoy lo amenazan seriamente varios temibles factores; por una parte, un poderoso y tumultuoso huracán económico, gestado en distantes y oceánicas aguas, por otro lado, combinado con un destructivo tsunami geopolítico, contentivo de gigantescas olas inflacionarias, provenientes de lejana y cercanas playas, y que podrían provocar el más desastroso, destructivo e inesperado naufragio del inestable barco “rojo rojito”, y que hace aguas por todas partes, y al que se le han abierto grandes boquetes en su debilitada quilla.
El Capitán Garfio, mirando fijamente desde su camarote a través de una minúscula ventanilla, que a penas le permite avizorar en el oscuro horizonte grises nubarrones, que parcialmente le hacen presentir a lo lejos una tormenta incipiente; pero ignorando que a escasos kilómetros se ha gestado el más terrible, desolador y catastrófico huracán financiero global, que lo aguarda inmisericorde para estremecerlo junto a su arcaico barco, cuando trasponga la línea del horizonte, dentro de escasos instantes, en los que sufrirá el más cruel abatimiento por causa de la combinación letal de los elementos climáticos de todo tipo, que lo golpearán sin darle tregua ni oportunidad de reaccionar adecuadamente por culpa de los parches rojos que mantiene colocados en sus ojos, hasta hundir y precipitar al abismo su destartalado armatoste, que apenas flota artificialmente, en medio de las agitadas aguas, sólo en virtud de sus pertrechos, y cofres repletos de morocotas de oro que suele repartir sin medidas malbaratándolas, derrochando a manos llenas en cuanta costa suele visitar; pero siendo víctima de los deshilachados remiendos de las velas obsoletas, por lo que será sin duda, presa fácil del caudaloso tsunami que destruirá la carcomida y podrida madera del bergantín que le sirve sólo para medio flotar; cuyo casco jamás renovado, sino que únicamente maquillado con un barato barniz que le da apariencia novedosa, pero al fin de cuentas muy frágil para afrontar exitosamente futuras tempestades, huracanes nivel 5 y destructivos tsunamis; en fin, un remedo de buque mercante pero muy pirata en realidad, que apenas sirve para practicar la piratería, disponiendo de riquezas mal habidas, sobreviviendo pescando pececitos con oxidados anzuelos; navegando sin rumbo fijo haciendo turismo, sobre calmadas y cristalinas aguas, sin crear riqueza sino bebiendo el agua de los cocos que le regalan las blancas arenas de las paradisíacas playas de estos parajes tropicales maravillosos, sin sospechar que sobrevendrán catástrofes, es decir el naufragio.
El Capitán Garfio, presiente el peligro, pero no tiene claras las ideas para asumirlo, afrontarlo y vencerlo; se siente acechado por los tiburones de todo tipo, de distintas especies y colores que merodean su barco, por eso se nos muestra muy desencajado, descompuesto, encolerizado, iracundo, muy desesperado y visiblemente nervioso. Grita improperios a los cuatro vientos, lanzándoles sin contemplaciones excremento en la cara a sus más cercanos principales colaboradores, y que han viajado durante largo tiempo acompañándole fingiendo lealtades incondicionales al enfurecido pirata, pero siempre muy convenientemente aferrados al mástil mayor como si fueran unos pegajosos y cartilaginosos pulpos empleando sus versátiles tentáculos para amarrarse seguros, y así evitar resbalarse por la borda. El Pirata a varios de sus más diestros marineros, con su garfio les ha propinado varias heridas en la cara, marcándolos de por vida como indignos de su confianza; a otros amotinados en cambio, prefirió lanzarlos sin piedad por la borda, arrojándolos con sus huesos para ser devorados vivos por los escualos; el iracundo Jefe culpa a sus timoneles de cuanta calamidad u acontecimiento ocurra dentro del barco, o en el océano; escupe a los vigías de turno, acusa a los almirantes de “traidores, desleales, mentirosos y contra revolucionarios”; reúne a toda su tripulación en la borda y ante el tumultuoso escenario, se queja de ser desconocido, desobedecido por los arponeros que le han cazado ballenas para su deleite, y extraído suficiente oscuro y viscoso aceite que le han permitido calentarse, alimentarse y alumbrarse durante una década sin que se le apaguen sus velas y hogueras; pero sin piedad los patea, les quita sus arpones, les humilla y somete al escarnio y al desprecio público, para finalmente colocarlos sobre el filo del tablón, apuntándolos con su filosa “espada que camina por América latina”, hundiéndosela en la espalda y obligándolos sin compasión a saltar hacia las fauces de los tiburones en mitad de la noche. Los desconsolados balleneros, se sienten muy mal queridos, se lamentan amargamente ante todos, porque saben que le han lustrado el mortífero garfio y pulido sus botas al pirata mayor; pero siempre estuvieron incondicionales, serviles, arrodillados y obedientes durante años, para ahora recibir inmerecidamente –según ellos- tan cruel maltrato, y a estas alturas, en medio del fúnebre, tenebroso e impredecible mar, y peor aún, cuando se aproxima una terrible tormenta que saben los convertirá en los primeros náufragos de la isla la borracha.
El capitán Garfio muy convenientemente, probablemente anticipándose a sufrir otro peligroso motín a bordo, previniéndose de ser víctima de sus propios marineritos de agua dulce, se prepara para un inesperado naufragio; piensa "jugarse a Rosa Linda" pero navegando “con todo” hacia el ojo del huracán; por eso se ha apresurado a dictar varios decretos leyes ilegales, pretendiendo "blindarse", jugando con las cartas marcadas, apoyándose en sus timoneles serviles y así curarse en salud, en caso de sufrir descalabros inminentes. A los marineritos de mandados, los ha escogido cuidadosamente, sabe a quienes podrá culpar de las tragedias futuras y así exculparse impunemente; los ha amenazado sin aspavientos ni medias tintas a todos sus escogidos tripulantes, de su nefasto buque, advirtiéndoles frente al Dios del mar Poseidón, con castigarlos confinándolos en una isla desierta del caribe, inhóspita, en la que sólo hay terreno pedregoso repleto de serpientes, si no cumplen con sus tareas habituales, entre ellas, limpiar la cubierta dejándosela lustrosa y sin ningún incomodo oligarca en los camarotes (hay que barrerlos -repite-, desapareciéndolos del mapa); pero eso si, rindiéndole ciega obediencia, pleitesía, culto y adoración, a su “humilde liderazgo”, que no tiránico, ni autoritario, ni dictatorial, porque él es la encarnación más genuina de la plebe, el gran Mesías, el salvador del mundo “mesmo”, el ungido por la divina providencia para guiar el buque revolucionario para siempre y por siempre; para conducirlo hacia las maravillosas aguas del "mar de la felicidad”. Cree sin dudas, que con las cartas marcadas siempre podrá imponer el rumbo del buque; juega a ganar ganar, pero siempre regulando y controlando la partida; al final piensa que podrá mediante sus decretos, controlar las botijas, los cofres y las morocotas; calcula que puede hacerlo, sin que la tripulación se le insubordine jamás, piensa que si se le vuelva a amotinar podrá reducuirla a sangre y fuego con sus mercenarios armados; pero podría terminar depuesto del timón.
Pero el Capitán Garfio junto a su averiado barquito podría naufragar sin remedio y sin salvavidas, estrellándose torpemente contra un gigantesco tsunami que se aproxima sin dilación. Las monstruosas olas lo lanzarán contra un cortante arrecife que sin piedad desmembrarán el buque seudo revolucionario. Luego la corriente lo arrastrará hacia la altísima cordillera de la costa golpeándolo contra los empinados muros rocosos; intentará inútilmente treparse por los tenebrosos acantilados, pero resbalará sin remedio una y otra vez, lo engullirán finalmente las aguas de la historia, y será recordado como el Capitán Torpe, por creer ingenuamente alguna vez que podría vencer las turbulentas aguas globales montado en un buque obsoleto, timoneado por incondicionales aduladores incompetentes, desatendiendo las voces probadamente más diestras y experimentadas que le advirtieron a tiempo de los delicados riesgos de navegar sin brújula, a ciegas, sin instrumentos en medio de la niebla, únicamente guiado por corazonadas madrugadoras, por instinto o la intuición, y aconsejado por alguno que otro aventado veterano pirata maniobrero, oportunista, vividor, chulo, manipulador y maquiavélico del Caribe, o de algún osado trasnochado vendedor de chatarra bélica y baratijas , oriundo de la tierra de lo zares, que supieron hábilmente aprovecharse ofreciéndole espejitos para mirarse sus exóticas facciones; pero no tanto se sirvieron de su ingenuidad, como si de su insensatez por causa de su enfermizo narcisismo y patética personalidad egocéntrica, que lo conviertieron en convaleciente de la patológica megalomanía . El aventurero Capitán Torpe, terminará seguramente luego del terrible naufragio de su pobre botecito, por causa de su desquiciante delirio de grandeza, ahogado en las turbulentas aguas del Caribe; o tal vez, devorado, en las feroces fauces del Tiburón Blanco del norte, que lo ha amenazado incesantemente; y quien sin duda jamás se cansará de merodearlo, acechándolo, deseándole con partirlo a la mitad, o tal vez tragárselo entero. Dios quiera que el Capitán torpe, comprenda que no debe abuzar de su buena suerte; sobre todo, ahora que el gran huracán y un tsunami se aproxima con tanta fuerza.¡Qué Dios nos ayude! porque el posible naufragio del Capitán Garfio, nos causaría graves daños y consecuencias a todos sin excepción; y jamás sería consuelo para nadie que por causa de sus errores termine siendo el alimento del Tiburón; ni que se ahogue por culpa de sus errores, que recuerde que siempre hay tiempo de recapacitar y rectificar, de corregir el rumbo, de girar el timón hacia aguas más navegables y menos turbulentas; porque quien siembra vientos recoge tempestades.
Luego del complejísimo motín que sufriera hace algún tiempo el Capitán Garfio caribeño seudo revolucionario, a bordo de su destartalado buque escarlata, navegando por las cálidas y hoy turbulentas aguas del Caribe. Hoy lo amenazan seriamente varios temibles factores; por una parte, un poderoso y tumultuoso huracán económico, gestado en distantes y oceánicas aguas, por otro lado, combinado con un destructivo tsunami geopolítico, contentivo de gigantescas olas inflacionarias, provenientes de lejana y cercanas playas, y que podrían provocar el más desastroso, destructivo e inesperado naufragio del inestable barco “rojo rojito”, y que hace aguas por todas partes, y al que se le han abierto grandes boquetes en su debilitada quilla.
El Capitán Garfio, mirando fijamente desde su camarote a través de una minúscula ventanilla, que a penas le permite avizorar en el oscuro horizonte grises nubarrones, que parcialmente le hacen presentir a lo lejos una tormenta incipiente; pero ignorando que a escasos kilómetros se ha gestado el más terrible, desolador y catastrófico huracán financiero global, que lo aguarda inmisericorde para estremecerlo junto a su arcaico barco, cuando trasponga la línea del horizonte, dentro de escasos instantes, en los que sufrirá el más cruel abatimiento por causa de la combinación letal de los elementos climáticos de todo tipo, que lo golpearán sin darle tregua ni oportunidad de reaccionar adecuadamente por culpa de los parches rojos que mantiene colocados en sus ojos, hasta hundir y precipitar al abismo su destartalado armatoste, que apenas flota artificialmente, en medio de las agitadas aguas, sólo en virtud de sus pertrechos, y cofres repletos de morocotas de oro que suele repartir sin medidas malbaratándolas, derrochando a manos llenas en cuanta costa suele visitar; pero siendo víctima de los deshilachados remiendos de las velas obsoletas, por lo que será sin duda, presa fácil del caudaloso tsunami que destruirá la carcomida y podrida madera del bergantín que le sirve sólo para medio flotar; cuyo casco jamás renovado, sino que únicamente maquillado con un barato barniz que le da apariencia novedosa, pero al fin de cuentas muy frágil para afrontar exitosamente futuras tempestades, huracanes nivel 5 y destructivos tsunamis; en fin, un remedo de buque mercante pero muy pirata en realidad, que apenas sirve para practicar la piratería, disponiendo de riquezas mal habidas, sobreviviendo pescando pececitos con oxidados anzuelos; navegando sin rumbo fijo haciendo turismo, sobre calmadas y cristalinas aguas, sin crear riqueza sino bebiendo el agua de los cocos que le regalan las blancas arenas de las paradisíacas playas de estos parajes tropicales maravillosos, sin sospechar que sobrevendrán catástrofes, es decir el naufragio.
El Capitán Garfio, presiente el peligro, pero no tiene claras las ideas para asumirlo, afrontarlo y vencerlo; se siente acechado por los tiburones de todo tipo, de distintas especies y colores que merodean su barco, por eso se nos muestra muy desencajado, descompuesto, encolerizado, iracundo, muy desesperado y visiblemente nervioso. Grita improperios a los cuatro vientos, lanzándoles sin contemplaciones excremento en la cara a sus más cercanos principales colaboradores, y que han viajado durante largo tiempo acompañándole fingiendo lealtades incondicionales al enfurecido pirata, pero siempre muy convenientemente aferrados al mástil mayor como si fueran unos pegajosos y cartilaginosos pulpos empleando sus versátiles tentáculos para amarrarse seguros, y así evitar resbalarse por la borda. El Pirata a varios de sus más diestros marineros, con su garfio les ha propinado varias heridas en la cara, marcándolos de por vida como indignos de su confianza; a otros amotinados en cambio, prefirió lanzarlos sin piedad por la borda, arrojándolos con sus huesos para ser devorados vivos por los escualos; el iracundo Jefe culpa a sus timoneles de cuanta calamidad u acontecimiento ocurra dentro del barco, o en el océano; escupe a los vigías de turno, acusa a los almirantes de “traidores, desleales, mentirosos y contra revolucionarios”; reúne a toda su tripulación en la borda y ante el tumultuoso escenario, se queja de ser desconocido, desobedecido por los arponeros que le han cazado ballenas para su deleite, y extraído suficiente oscuro y viscoso aceite que le han permitido calentarse, alimentarse y alumbrarse durante una década sin que se le apaguen sus velas y hogueras; pero sin piedad los patea, les quita sus arpones, les humilla y somete al escarnio y al desprecio público, para finalmente colocarlos sobre el filo del tablón, apuntándolos con su filosa “espada que camina por América latina”, hundiéndosela en la espalda y obligándolos sin compasión a saltar hacia las fauces de los tiburones en mitad de la noche. Los desconsolados balleneros, se sienten muy mal queridos, se lamentan amargamente ante todos, porque saben que le han lustrado el mortífero garfio y pulido sus botas al pirata mayor; pero siempre estuvieron incondicionales, serviles, arrodillados y obedientes durante años, para ahora recibir inmerecidamente –según ellos- tan cruel maltrato, y a estas alturas, en medio del fúnebre, tenebroso e impredecible mar, y peor aún, cuando se aproxima una terrible tormenta que saben los convertirá en los primeros náufragos de la isla la borracha.
El capitán Garfio muy convenientemente, probablemente anticipándose a sufrir otro peligroso motín a bordo, previniéndose de ser víctima de sus propios marineritos de agua dulce, se prepara para un inesperado naufragio; piensa "jugarse a Rosa Linda" pero navegando “con todo” hacia el ojo del huracán; por eso se ha apresurado a dictar varios decretos leyes ilegales, pretendiendo "blindarse", jugando con las cartas marcadas, apoyándose en sus timoneles serviles y así curarse en salud, en caso de sufrir descalabros inminentes. A los marineritos de mandados, los ha escogido cuidadosamente, sabe a quienes podrá culpar de las tragedias futuras y así exculparse impunemente; los ha amenazado sin aspavientos ni medias tintas a todos sus escogidos tripulantes, de su nefasto buque, advirtiéndoles frente al Dios del mar Poseidón, con castigarlos confinándolos en una isla desierta del caribe, inhóspita, en la que sólo hay terreno pedregoso repleto de serpientes, si no cumplen con sus tareas habituales, entre ellas, limpiar la cubierta dejándosela lustrosa y sin ningún incomodo oligarca en los camarotes (hay que barrerlos -repite-, desapareciéndolos del mapa); pero eso si, rindiéndole ciega obediencia, pleitesía, culto y adoración, a su “humilde liderazgo”, que no tiránico, ni autoritario, ni dictatorial, porque él es la encarnación más genuina de la plebe, el gran Mesías, el salvador del mundo “mesmo”, el ungido por la divina providencia para guiar el buque revolucionario para siempre y por siempre; para conducirlo hacia las maravillosas aguas del "mar de la felicidad”. Cree sin dudas, que con las cartas marcadas siempre podrá imponer el rumbo del buque; juega a ganar ganar, pero siempre regulando y controlando la partida; al final piensa que podrá mediante sus decretos, controlar las botijas, los cofres y las morocotas; calcula que puede hacerlo, sin que la tripulación se le insubordine jamás, piensa que si se le vuelva a amotinar podrá reducuirla a sangre y fuego con sus mercenarios armados; pero podría terminar depuesto del timón.
Pero el Capitán Garfio junto a su averiado barquito podría naufragar sin remedio y sin salvavidas, estrellándose torpemente contra un gigantesco tsunami que se aproxima sin dilación. Las monstruosas olas lo lanzarán contra un cortante arrecife que sin piedad desmembrarán el buque seudo revolucionario. Luego la corriente lo arrastrará hacia la altísima cordillera de la costa golpeándolo contra los empinados muros rocosos; intentará inútilmente treparse por los tenebrosos acantilados, pero resbalará sin remedio una y otra vez, lo engullirán finalmente las aguas de la historia, y será recordado como el Capitán Torpe, por creer ingenuamente alguna vez que podría vencer las turbulentas aguas globales montado en un buque obsoleto, timoneado por incondicionales aduladores incompetentes, desatendiendo las voces probadamente más diestras y experimentadas que le advirtieron a tiempo de los delicados riesgos de navegar sin brújula, a ciegas, sin instrumentos en medio de la niebla, únicamente guiado por corazonadas madrugadoras, por instinto o la intuición, y aconsejado por alguno que otro aventado veterano pirata maniobrero, oportunista, vividor, chulo, manipulador y maquiavélico del Caribe, o de algún osado trasnochado vendedor de chatarra bélica y baratijas , oriundo de la tierra de lo zares, que supieron hábilmente aprovecharse ofreciéndole espejitos para mirarse sus exóticas facciones; pero no tanto se sirvieron de su ingenuidad, como si de su insensatez por causa de su enfermizo narcisismo y patética personalidad egocéntrica, que lo conviertieron en convaleciente de la patológica megalomanía . El aventurero Capitán Torpe, terminará seguramente luego del terrible naufragio de su pobre botecito, por causa de su desquiciante delirio de grandeza, ahogado en las turbulentas aguas del Caribe; o tal vez, devorado, en las feroces fauces del Tiburón Blanco del norte, que lo ha amenazado incesantemente; y quien sin duda jamás se cansará de merodearlo, acechándolo, deseándole con partirlo a la mitad, o tal vez tragárselo entero. Dios quiera que el Capitán torpe, comprenda que no debe abuzar de su buena suerte; sobre todo, ahora que el gran huracán y un tsunami se aproxima con tanta fuerza.¡Qué Dios nos ayude! porque el posible naufragio del Capitán Garfio, nos causaría graves daños y consecuencias a todos sin excepción; y jamás sería consuelo para nadie que por causa de sus errores termine siendo el alimento del Tiburón; ni que se ahogue por culpa de sus errores, que recuerde que siempre hay tiempo de recapacitar y rectificar, de corregir el rumbo, de girar el timón hacia aguas más navegables y menos turbulentas; porque quien siembra vientos recoge tempestades.
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