miércoles, septiembre 22, 2010

"El fraude:Elecciones y estado de excepción" ("...la griteria del teniente coronel y sus secuaces...la clásica triquiñuela de una guerra sucia...")




POR:ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA.

La gritería del teniente coronel y sus secuaces acusando a la oposición de prepararse a anunciar fraude constituye la clásica triquiñuela de una obscena guerra sucia: ponerse el parche antes de la herida y levantar la gran polvareda para enceguecer a los incautos. El fraude, bajo la forma de la absoluta inequidad, la masiva intervención del gobierno, el desprecio a las reglas y la parcialidad del arbitro es un hecho indiscutible desde mucho antes que se iniciara la campaña. El otro fraude dependerá de cuán grave sea su impotencia electoral el 26S.

Nadie en el mundo le concede respetabilidad democrática alguna al gobierno de Hugo Chávez. Los demócratas, porque saben del estado de excepción bajo el que se encuentra Venezuela: control totalitario de todas las instituciones del Estado y, respecto de sus procesos comiciales, manejo indiscriminado de las instancias de control y arbitraje electoral: desde el CNE a los medios oficiales, a las fuerzas armadas y al uso apabullante de todos los poderes y recursos del Estado violando todas las disposiciones legales. Los “revolucionarios” tampoco necesitan reconocerle tal legitimidad, porque la democracia les incomoda y sólo consideran justo, legítimo y bueno lo que conduce al establecimiento de una dictadura totalitaria. El gobierno se preocupa muchísimo menos por aparentar respetabilidad, pues la democracia le importa un bledo. Como a quienes, por lo tanto, ver al presidente de la república entregado en cuerpo y alma no sólo a teledirigir la campaña, sino a realizarla él mismo y en solitario, sin siquiera el concurso de ninguno de “sus” diputados, es el asunto más normal del mundo. Caudillismo castro-leninista puro. Sus candidatos son meras marionetas al servicio “de la causa”. Son, por lo mismo, intercambiables, desechables e innecesarios. Hombres y mujeres sin atributos. El candidato es él. Y punto. La razón de situación tan estrambótica es muy simple: Venezuela se encuentra sometida a un estado de excepción y su institucionalidad democrática secuestrada hasta nuevo aviso. El país se encuentra a la deriva, gobernada – si cabe el término – por los caprichos glandulares del presidente de la república. La democracia, por ahora, es una mascarada formal. Sólo un insólito personaje digno de Ionesco, el malhadado secretario general de la OEA señor José Miguel Insulza – que desprestigia el bien ganado nombre de Chile, su patria de origen – puede sostener sin que se le arrugue el semblante que “en ningún país de América Latina peligra la democracia”. ¿Estulto, pillo o malvado?
De modo que la gritería del teniente coronel y sus secuaces, como el tristemente célebre Aristóbulo Istúriz, acusando ante festum a la oposición de prepararse a anunciar fraude constituye la clásica triquiñuela de una obscena guerra sucia: ponerse el parche antes de la herida y levantar la gran polvareda para enceguecer a los incautos. El fraude, bajo la forma de la absoluta inequidad, la masiva intervención del gobierno, el desprecio a las reglas y la parcialidad del arbitro se verifican desde que se iniciara la campaña y aún desde mucho antes. Fraudulentas son las circunstancias sociopolíticas que enmarcan todos los procesos electorales en nuestro país. Fraudulenta es la cancha inclinada a favor del régimen en que debemos participar del juego electoral, fraudulenta la pelota de plomo con que se nos obliga a patear, fraudulento el arco del contrario, donde los goles a favor de la oposición – a pesar de los pesares posiblemente más numerosos que los del régimen – valdrán la mitad de los que se ha asegurado el gobierno mediante una fraudulenta ley electoral. La decisión de pasar a mayores manipulando los resultados, – lo que normalmente constituye lo que el vulgo llama un fraude, tal como robarse los votos y falsear las actas- es accesorio: se cumple si las circunstancias fraudulentas del contexto electoral mismo no han logrado, a pesar de su gigantesco empeño, terminar por aplacar la ira del elector. Y éste sobrepasa con su factura y su indignación al paquete chileno del Consejo Nacional Electoral.
Muchos observadores internacionales que lo saben, como el gran escritor Mario Vargas Llosa, el analista y escritor cubano Carlos Alberto Montaner o el ex ministro del interior colombiano Fernando Londoño Hoyos, se preguntarán las razones del por qué, a sabiendas de lo señalado con meridiana y científica exactitud, los demócratas venezolanos no sólo iremos a votar sino que lo haremos masivamente, con inmenso entusiasmo y grandes esperanzas. La única respuesta que se me ocurre es porque a pesar de los pesares, los demócratas venezolanos creemos visceral, ancestralmente en el poder del voto, tenemos pruebas irredargüibles de que somos mayoría, nos encontramos viviendo un proceso de expansión de dicha mayoría y de que aún y a pesar de saber que obtendremos la mayoría en votos, aunque podríamos ser castigados con la minoría en parlamentarios por el montaje fraudulento de los circuitos llevado a cabo por el castro-comunismo venezolano, la impotencia electoral del chavismo fortalece la causa opositora y acelera la acumulación de fuerzas que termine por acorralar a Chávez y sacarlo del poder.
Por cierto: sacarlo legal, constitucional y si fuere posible, electoralmente. Porque no somos mancos ni cojos: si el régimen llegara a jugarse todas sus cartas a la madre de todos los fraudes, saldremos a la calle y blandiendo la constitución marcharemos por la via de la desobediencia civil hasta expulsar al forajido mayor y con él al régimen forajido mismo. No será nuestra elección. Pero si se nos impele, no tendremos más remedio. La opción es del régimen. Que asuma sus responsabilidades.

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