POR:TRINO MÁRQUEZ.
La parentela de Chávez con Gadafi va mucho más allá de las llamadas telefónicas y los halagos mutuos. El modelo político y económico que el teniente coronel trata de imponer en Venezuela es una quincalla, según la expresión de Jorge Olavarría: combina componentes del populismo, el comunismo y el nacionalismo, todos ellos salpicados de megalomanía, caudillismo y culto a la personalidad. Nada grandioso o digno de entrar en la teoría política como aporte original y plausible.
A medida que el conflicto libio ha ido avanzando y hemos podido asomarnos a esa sociedad herméticamente cerrada durante décadas, hemos podido darnos cuenta de cuál es el esquema que rige en ese país desde mediados de la década de los años 70 del siglo pasado, cuando Muamar el Gadafi escribe el Libro Verde, que en realidad no es uno, sino tres volúmenes escritos a mediados de esa década. La Venezuela chavista guarda con la Libia de Gadafi muchas más similitudes de las que nos habíamos imaginado.
Muchos pensamos que el socialismo del siglo XXI, el socialismo bolivariano, tenía como fuente fundamental de inspiración la experiencia cubana y el comunismo soviético, así como su versión europea oriental. No es así, al menos no en la medida que nos imaginábamos. Desde luego que el patrón establecido en la isla antillana influyó en el pensamiento afiebrado del autócrata criollo, sin embargo, parece más importante el ascendiente de Libia y de Gadafi.
La Yamahiriya, o República del Pueblo (el gran aporte del déspota a la cultura democrática), en la que impera el Estado de Masas, es un sistema político en el cual queda abolida la democracia representativa, y, mediante la añagaza del poder directo del pueblo, son eliminados los partidos políticos y todas las formas de libre asociación en la que los ciudadanos pueden delegar la representación de sus intereses y sirven de intermediación entre el Estado y la sociedad civil. Bajo la coartada de la democracia directa y el poder popular, se eliminan las organizaciones políticas y se atomiza la soberanía popular en comunas, consejos y asambleas en las que participan los ciudadanos para tomar decisiones que en nada reducen el inmenso poder del Estado central. Este mecanismo fraudulento se combina con el control absoluto de la prensa escrita y de la radio y la televisión, encargadas de exaltar las virtudes del poder “directo del pueblo” y, sobre todo, acallar y marginar toda voz disidente. Cuando la persuasión no es suficiente para mantener el silencio, entran en acción los cuerpos represivos del Estado, encargados de garantizar la cohesión de la “democracia popular”.
Las similitudes de la Yamahiriya con las leyes del Estado Comunal, el poder popular, los consejos comunales, y todo el resto de la batería de instrumentos legales y miniinstituciones integrantes de la democracia directa bolivariana, son evidentes. Los chavista, siempre tan originales, intentan recrear en Venezuela el mismo boceto libio enrazado con genes fidelistas. El poder popular bolivariano, vendido como fórmula autóctona de la democracia, es una simple reproducción caricaturesca de los moldes que Gadafi implantó en Libia hace cuatro décadas.
El otro rasgo importante, que aparece en el segundo volumen del Libro Verde, es el socialismo islámico. Según sus postulados la propiedad privada se reduce a su mínima expresión. Los grandes medios de producción pertenecen al Estado. Siendo Libia una nación petrolera, no hay duda de que la industria de los hidrocarburos es propiedad del Estado y es administrada por Gadafi a su antojo. En los años recientes, aunque el sector público ha continuado manteniendo la mayoría accionaria, este ha tenido que asociarse con el capital transnacional debido a los enormes volúmenes de capital que deben invertirse en la exploración, explotación y comercialización del petróleo y a la falta de recursos financieros del Estado. Únicamente las pequeñas y medianas industrias pueden estar en manos del sector privado, aunque controladas e intervenidas por el Gobierno. Ese socialismo solo tiene de islámico el nombre pues es el mismo socialismo intervencionista, regulador y asfixiante que existe desde que los bolcheviques dieron el golpe de Estado en 1917. Es idéntico al que aquí en Venezuela se ha llamado socialismo bolivariano, para darle -sin conseguirlo- un toque de originalidad.
Gadafi y Chávez -similares en su megalomanía y en el culto a la personalidad que fomentan- han intentado construir una sociedad colectivista, confesional, de pensamiento único y monolítica, maquillada con el barniz de las masas. Al primero se le acabaron los artilugios y el carisma. El segundo esa pólvora la tiene mojada.
@tmarquezc
2 comentarios:
Pedro Lastra
¿Y quién coño lo autorizó?
Es el descaro de los dictadores unipersonales. Tragarse a sus pueblos y soltar sus hipos creyendo que lo están expresando. Para pararle tanta desvergüenza yo espero que nuestros diputados lo increpen en la asamblea y lo obliguen a corregir sus desmesuras. A Gadaffi, sépalo presidente, lo odia el mundo entero. Lo odia Venezuela como lo odian todos los pueblos de América Latina. No nos involucre en sus delirios, ambigüedades, complicidades y marramucias. ¡Más respeto, caray!
De conocido, el mecanismo resulta fastidioso. Lo que no le quita su aspecto morboso, siniestro, abusivo e inaceptable. Los tiranos – como Chávez y su otro yo, el coronel Gadaffi – dan golpes de Estado, se apoderan del Poder por cualquier medio, se imponen mediante la violencia, atropellan a todos cuantos se les oponen, para afirmar luego tan orondos que son la encarnación de la voluntad del pueblo. Para culminar la impostura asegurando que ellos SON la voz del pueblo. Lo que en la tradición latina equivale a decir que son la voz de Dios.
Chávez, que viene de perder unas elecciones mediante la repulsa del 52% de los venezolanos y que según todas las encuestas de Latinobarómetro – la medición de la popularidad de los mandatarios de nuestra región – sólo es superado en el rechazo por Fidel Castro, se permite llamar al tirano que cuelga de un moco para asegurarle tan orondo y compuesto que le transmite la solidaridad y el apoyo de Venezuela y toda América Latina. ¿Quién coño lo autorizó a estar dándole apoyo al impresentable déspota en mi nombre, el de mi familia, el del 52% de los venezolanos y en el de varios cientos de millones de latinoamericanos que lo detestan a él y detestan a su carnal Gadaffi?
Desde luego: no tiene derecho a poner en su boca a los chilenos, que eligieron a Sebastián Piñera, ni a los brasileños, que lo hicieron con Dilma Roussef ni a todos los pueblos cuyos presidentes, electos democrática y mayoritariamente por sus ciudadanos, han respaldado las medidas de las Naciones Unidas, expulsando al genocida de Trípolis del seno de su Comisión de Derechos Humanos.
Si alguno tiene, y para eso nos ha desfalcado cincuenta y tres mil millones de dólares de los que tendrá que dar cuenta cuando desaparezca de la escena, como su hermano gemelo, es de representar a quienes ha comprado con nuestro dinero: a Daniel Ortega, el pervertido, a Rafael Correa, el bobo y a Evo Morales, el acosado. Hable en nombre de los cocaleros de Bolivia, en el de los correistas de Ecuador y en el de los sandinistas. Nadie se lo objetará. ¿Pero hablar en nombre del pueblo venezolano y de los pueblos de América Latina? ¡Ya te aviso Chirulí!
Es el descaro de los dictadores unipersonales. Tragarse a sus pueblos y soltar sus hipos creyendo que lo están expresando. Para pararle tanta desvergüenza yo espero que nuestros diputados lo increpen en la asamblea y lo obliguen a corregir sus desmesuras. A Gadaffi, sépalo presidente, lo odia el mundo entero. Lo odia Venezuela como lo odian todos los pueblos de América Latina. No nos involucre en sus delirios, ambigüedades, complicidades y marramucias. ¡Más respeto, caray!
El mejor presidente del mundo: Chávez
FRANCISCO RIVERO VALERA
Desdoblar y dividir es lo mismo. Y fraccionar, seccionar, duplicar o separar. Pero, también desdoblar es sinónimo de chavismo, en los 12 años de desgobierno. Verbigracia: el chavismo ha desdoblado al pueblo venezolano en chavistas y antichavistas; en los que pueden trabajar en las instituciones públicas y en los que no pueden, por la lista Tascón; en los que usan franela y gorra roja y en los que usan otros colores; en marchas y contramarchas. Son como Nicolás Maquiavelo: practicar el divide y vencerás para acceder al poder.
El último desdoblamiento del chavismo ha sido decretado recientemente por sus ministros durante la interpelación en la Asamblea Nacional. Y Venezuela ha dejado de ser una. Ahora tenemos 2 Venezuela: la chavista y la Venezuela de todos los demás.
La Venezuela chavista es producto de las mentiras del Gobierno. Sus ministros, al manipular los números y la fe del pueblo, pretenden hacer creer que Venezuela es la Isla de la Fantasía , de Gene Levitt: un paraíso con la inseguridad en cero, la corrupción en cero también; bajísima inflación, pleno empleo, el mejor crecimiento económico de América Latina; con 70% de consumo de productos nacionales debido al extraordinario incremento de la producción en todos los renglones de la economía; con un autoabastecimiento nunca visto en Venezuela, o sea: con excedentes de arroz, azúcar, aceite, leche, carne, café, pañales para niños, toallas sanitarias, medicamentos y la nevera full. Las importaciones, por lo tanto, están cerquita de cero. También es un país con las mejores carreteras del mundo; son tan buenas que los zulianos ya disponen de una vía alterna al Puente sobre el Lago, 10 veces superior en construcción y costos al Eurotúnel, que une a Francia con Inglaterra. Es la octava maravilla del mundo moderno, y en Maracaibo. Pa' que vos veáis. Pero, ojo con eso, en esta Isla de la Fantasía chavista también hay otras maravillas: autopistas por todas partes, de 8 canales en un solo sentido y sin un hueco, como en París; autoservicios automatizados; excedentes de viviendas hasta para la exportación y otros grandes avances que no caben en este espacio; todos, producto de la inversión del billón de dólares de ingresos que ha tenido este eficiente Gobierno. Pero lo más importante: en esta Venezuela chavista todo es paz, progreso y felicidad gracias al mejor Presidente del mundo.
La Venezuela de todos es otra cosa. Todos vivimos como en La Charneca, en Caracas. Territorio de las bandas los Kilombos y los Enanos, causantes de la muerte de más de 20 personas en enfrentamientos por el control de la distribución de drogas. Pero eso no es nada, comparado con las 48 muertes que ocurren en Caracas todos los fines de semana; las 548 solo en diciembre del 2010 y las 16 mil y pico en un año. Y los 140 homicidios por cada 100.000 habitantes, según el Observatorio Venezolano de la Violencia. Y, el colmo: es la misma Venezuela que también está sumergida en corrupción, inflación, crisis de viviendas y las 10 plagas de Egipto de un socialismo o comunismo, que es lo mismo, del siglo XIX, y que está tratando de resucitar en pleno siglo XXI gracias al presidente que tenemos que, al fin y al cabo, es el presidente más bueno del mundo, para los cubanos, nicaragüenses y, ya no tanto, para los bolivianos, ecuatorianos, argentinos, brasileños y libios. ¿Y los venezolanos? Por fuera, como la guayabera. ¡Que viva el Führer!
riverovfrancisco@hotmail.com
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