POR:ARMANDO DURÁN.
El episodio podría incluirse en alguna antología del folklore universal: Cilia Flores, indignada, se yergue en su sillón estilo imperio de presidenta de la Asamblea Nacional y solemnemente denuncia a Globovisión por haberle dado un “tubazo” a los medios de comunicación del Gobierno, todos ellos paralizados y silentes en el momento crucial de informar sobre el temblor de Los Teques.
Este disparate, sin embargo, revela una realidad mucho más seria de lo que parece. Ninguno de los medios oficiales se atrevió a mencionar a tiempo lo que acababa de ocurrir, sencillamente porque aún no habían recibido instrucciones de la superioridad sobre el modo “revolucionario” de tratar periodísticamente el desajuste telúrico que minutos antes había despertado con temor súbito a los habitantes de la región central del país.
Lo cierto es que la imputación que formuló la diputada Flores forma parte de la mediocridad aldeana que caracteriza a la revolución llamada socialista de Venezuela. El principal de ellos, por supuesto, la intención permanente de halagar la vanidad del jefe supremo. Es decir, la necesidad imperiosa de no cometer irreparables errores políticos.
Este disparate, sin embargo, revela una realidad mucho más seria de lo que parece. Ninguno de los medios oficiales se atrevió a mencionar a tiempo lo que acababa de ocurrir, sencillamente porque aún no habían recibido instrucciones de la superioridad sobre el modo “revolucionario” de tratar periodísticamente el desajuste telúrico que minutos antes había despertado con temor súbito a los habitantes de la región central del país.
Lo cierto es que la imputación que formuló la diputada Flores forma parte de la mediocridad aldeana que caracteriza a la revolución llamada socialista de Venezuela. El principal de ellos, por supuesto, la intención permanente de halagar la vanidad del jefe supremo. Es decir, la necesidad imperiosa de no cometer irreparables errores políticos.
Por supuesto, este no es un fenómeno nuevo. Adular ha sido siempre el verbo que mejor saben conjugar los miembros de esa corte de los milagros que secularmente han establecido círculos de hierro en torno de las figuras políticas del momento, pero jamás en nuestra historia se había practicado de forma tan perfecta el uso de la lisonja, el agasajo y el elogio.
Nunca tampoco la adulación había tenido un efecto tan balsámico y restaurador de todas las incompetencias personales y las afrentas pasadas.
Los beneficios que produce en la actualidad cualquiera de estos actos de sumisión, pongamos por caso, exaltar a mandíbula batiente los chistes malos del líder, glorificar sus grandes logros aunque la mayoría de ellos sólo existan en su imaginación, o mantenerse bien atentos durante sus interminables clases magistrales sobre ingeniería social según Nicos Poulantzas o sobre los enmarañados entresijos hegelianos del marxismo ineptamente a su manera, sin duda manifestaciones supremas de sumisión política y humana, en verdad resultan extraordinarios. Basta recordar, por ejemplo, aquella infeliz frase proferida por Aristóbulo Istúriz en el debate semanal que hace algunos años protagonizaba con Carlos Blanco, Blanco y Negro se llamaba el programa, nada más y nada menos que en Globovisión, cuando Aristóbulo, el ánimo encrespado porque Chávez lo había apartado de su lado, se volvió hacia la cámara y groseramente increpó a su antiguo jefe: “Oye Chávez, ¿cuántas lumpias te has fumado hoy?”. O la patética peripecia de Jacqueline Faría, quien en la mañana del 12 de abril de aquel turbulento año 2002, desesperada por sobrevivir a la degollina administrativa que seguramente estaba por venir, se apresuró a declarar a la prensa que ella, como funcionaria pública que era, seguiría cumpliendo con lealtad su deber al frente de Hidrocapital hasta que el nuevo gobierno, presidido por Pedro Carmona, lo estimara conveniente.
Pecados más que mortales que debían de haber condenado a sus autores al fuego del infierno por toda la eternidad, perdonados en cambio, e incluso generosamente recompensados, tan pronto como los infractores retomaron el rumbo correcto de la sumisión y el embeleco.
Ahora bien, al margen de la pena y la humillación que producen estas situaciones, todas ellas constituyen la argamasa imprescindible para consolidar la unidad y la fortaleza interna de un sistema de poder que justamente se fundamenta en la adulación, cuya máxima expresión pública es la triple disposición “revolucionaria” a renunciar por completo a la independencia de criterio personal y a la autonomía colectiva de las otrora llamadas instituciones del Estado, al acoso constante del adversario, o sea, del otro, y naturalmente a la represión, hasta ahora casi siempre limitada a la amenaza como anticipo psicológico del terror real, pero a medida que se le complican las cosas a Chávez, cada día más concreta.
El numerito de la diputada Flores escandalizada por la primicia de Globovisión sólo debe analizarse desde esta perspectiva siniestra. Como clara prueba de perversa adulación, como acoso material a las más leves manifestaciones de disidencia, como amenaza que presagia las acciones represivas que vendrán. Este y no otro es el verdadero y nada folklórico terremoto que, a pesar del optimismo de ciertos empresarios y de algunos presuntos dirigentes de oposición, ya ha comenzado a estremecer a Venezuela.
1 comentario:
que dolor...cuando leo esto, me dá un ay en el alma por mi país...
besitos y sigue adelante!
un paso adelante!
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