POR:ARMANDO DURÁN.
Hace apenas una semana, desde la hermosa sabana barinesa, Hugo Chávez formuló un tajante principio revolucionario: “No existe la propiedad privada de la tierra”.
Hasta ese mediodía, la intervención de tierras se venía llevando a cabo en el marco de una evidente arbitrariedad, pero sujeta siempre a las diversas ficciones jurídicas con que desde el primer momento se ha pretendido disimular la vocación totalitaria del régimen.
Hasta ese mediodía, la intervención de tierras se venía llevando a cabo en el marco de una evidente arbitrariedad, pero sujeta siempre a las diversas ficciones jurídicas con que desde el primer momento se ha pretendido disimular la vocación totalitaria del régimen.
Desaparecen ahora esas entelequias y todos los disfraces.
Como no existe la propiedad privada de la tierra, a partir del soliloquio llanero del comandante-presidente, la Revolución sólo reconoce la existencia de “ocupantes” de una tierra que bajo ninguna circunstancia es de ellos ni de nadie. Ocupantes, por cierto, pasajeros y sustituibles. Simples funcionarios públicos.
Llama la atención, sin embargo, que ese memorable domingo 10 de mayo Chávez no aclarara en cuál de las diversas modalidades posibles de propiedad social quedaría encuadrada ese poco menos de 1 millón de kilómetros cuadrados que conforman el territorio de Venezuela y que ahora dejan de ser (o de poder llegar a ser) propiedad privada. El tema, como tantos otros temas revolucionarios, queda suspendido en un espacio todavía sin nombre. En este caso, pura tierra de nadie. Curiosamente, los antiguos propietarios de esta tierra tampoco han contribuido en absoluto a iluminar lo ocurrido. En verdad, ni siquiera han intentado refutar la decisión presidencial de arrebatarles, con una sola pero terminante frase, la tierra que ellos presumían poseer.
Súbita y radical revolución agraria en un país que, al reemplazar hace décadas la explotación de la tierra por la del petróleo, no tiene graves conflictos agrarios. Se entiende la lógica de las terribles convulsiones sociales que asolaron a México, Rusia, China y Cuba al calor de una consigna política de gran impacto populista: “La tierra es de quien la trabaja”. No fueron, como suponía Marx, las revoluciones que tarde o temprano estremecerían sin remedio a las naciones más industrializadas del planeta, sino revoluciones campesinas en sociedades con economías agrícolas y subdesarrolladas.
Como Venezuela en tiempos de Zamora. Anticipos de las sangrientas revueltas del Tercer Mundo promovidas desde París en los años sesenta por el Franz Fanon de Los condenados de la Tierra.
Ahora bien, en la Venezuela petrolera y consumista actual, el origen de nuestras protuberantes desigualdades sociales nada tiene que ver con la tenencia de la tierra. Lo cual equivale a señalar que nuestra salvación social no depende de la capacidad que tengamos para desatar una guerra revolucionaria a muerte contra el latifundio y contra los latifundistas. Por otra parte, en Venezuela el origen del régimen no es una victoria revolucionaria y campesina, como sí ocurrió en México, China y Cuba, sino el triunfo electoral de un teniente coronel paracaidista, golpista frustrado, que se carteaba desde la cárcel de Yare con los coroneles “carapintadas” argentinos. ¿Cómo explicar entonces que ahora ese mismo Chávez haya decidido ejecutar una revolución agraria total como primer paso para conducirnos a un mar de tanta felicidad como el cubano? Sin duda, tras las elecciones regionales de noviembre y el referéndum del 15 de febrero, y bajo la amenaza que significa la crisis económica y financiera mundial, Chávez decidió dejarse de paños calientes y se arrojó de cabeza por el tobogán de la revolución a secas.
No lucen tan claros, sin embargo, los motivos que lo han impulsado a tomar esta decisión de abolir la propiedad privada de la tierra. ¿Acaso el éxito de la oposición en el universo de la clase media urbana (de ahí las victorias electorales de sus candidatos en los barrios de Caracas, Miranda, Maracaibo y el municipio Sucre), lo han impulsado a buscar un duro apoyo campesino con la intención de convertirlo en la principal y más violenta y militante base de apoyo social que necesita su proclamada revolución socialista de Venezuela? ¿Soviets de soldados y campesinos para garantizarle, gracias a esta política de tierra arrasada y de nadie (basta tener presente el fracaso absoluto de las cooperativas agrícolas y los fundos zamoranos), larga, larguísima y desmesurada vida como caudillo imbatible de Venezuela? ¿Confrontación del campo y la ciudad para conjurar el peligro que representa la creciente ola de protestas sociales que recorre las ciudades de Venezuela? ¿Será este propósito retorcido su oculta razón para promover una nueva guerra federal? ¡Qué disparate, Chávez!
1 comentario:
Estimado amigo y colega Arcángel Vulcano, tengo el privilegio de comunicarte que le hemos otorgado dos Premios a tu excelente y prestigioso Blog.Por favor pasa a recogerlos.
Un afectuoso saludo.
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