lunes, octubre 25, 2010

"¿Hacia donde va Venezuela?"




POR:ARMANDO DURÁN.

Los venezolanos de la oposición acudieron a las urnas electorales del 26 de septiembre con una gran esperanza.

Aspiraban, en el peor de los casos, a que el voto de cada uno de ellos contribuyera substancialmente a reducir el poder casi total que ejerce Chávez desde hace años con impunidad absoluta. Que esos votos lo obligaran a emprender una ruta más sensata y, sobre todo, muchísimo más democrática.


Sin embargo, a sólo cinco semanas de haber sufrido Chávez una derrota indiscutible, la situación política y existencial de Venezuela no parece haber experimentado cambio alguno. Como si esas elecciones no se hubieran celebrado jamás. En el fondo, para Chávez, aislado dentro de su enfermiza obsesión por reproducir en Venezuela el imposible modelo institucional, político y económico de Cuba, los mecanismos formales de la democracia, los eventos electorales en primer término, sólo constituyen un disfraz de gran utilidad práctica para disimular el carácter autocrático de su régimen, llamado eufemísticamente “bolivariano.” Ante esta realidad, Chávez siempre se ha mostrado dispuesto a participar en el juego democrático y electoral, aunque siempre jugando con evidentes ventajas. Ahora, cuando a pesar de sus maniobras habituales y de las manipulaciones del Consejo Nacional Electoral con los circuitos electorales para favorecer sus intereses políticos, el régimen fue derrotado, a Chávez se le presentan dos opciones posibles y categóricas: aceptar los resultados del juego, lo cual equivale a despedirse de su revolución para siempre, o desconocer sus reglas y aquí, caballeros, la verdad, no ha pasado nada.
La gravedad de esta situación impulsó a la Conferencia Episcopal Venezolana a reunirse el pasado jueves en asamblea extraordinaria y emitir un documento donde descarnadamente se señala: “Concluido el proceso electoral de septiembre, se comprobó que el país está dividido en dos, con el peligro real de mantenerse de espaldas un grupo contra otro… Estamos ante el reto de asumir un proyecto democrático común que favorezca una cultura política de cooperación mutua y no de eliminación del adversario”.


Como es natural, la mayoría de los venezolanos de todas las tendencias comparte esta convicción de asumir un diálogo que le permita a Venezuela avanzar en un “proyecto democrático común”. Por razones de prudencia elemental, los redactores del documento prefirieron esta vez no referirse a las consecuencias que tendría para Venezuela y los venezolanos asumir un proyecto distinto del democrático. Pero, lamentablemente, a media que han pasado los días, los discursos de Chávez y de sus lugartenientes más próximos, y las decisiones concretas tomadas por el Gobierno, es decir, las expropiaciones a mansalva y el noveno viaje presidencial a Rusia, Irán y Siria, para adquirir en Moscú armamento pesado, tanques, submarinos y hasta baterías de misiles antimisiles del tipo S-300, y para estrechar en Teherán y Damasco las relaciones de Venezuela con el más radical extremismo musulmán, hacen temer que el peligro que encierra una confrontación real entre estas dos Venezuela que surgieron de las elecciones parlamentarias de septiembre puedan terminar arrojándonos al más insondable de los destinos.
Nos hallamos, pues, en la dramática situación de suponer que a pesar de la convicción democrática demostrada una vez más por la sociedad civil venezolana, la posibilidad de iniciar ese diálogo al que de nuevo convocan los arzobispos de Venezuela es un desafío que Chávez no aceptará. No sólo por su persistente negativa a debatir con la oposición los problemas del país, sino porque incluso desconoce su existencia. De la oposición y de los problemas. ¿Cambiará su actitud antes del próximo 5 de enero? No lo creo. Más bien parece que ocurrirá todo lo contrario. Como acaba de advertir Aristóbulo Istúriz, la Venezuela revolucionaria no necesita siquiera que haya gobernaciones ni alcaldías.


Para cumplir sus funciones están las comunas socialistas, suerte de soviets criollos al servicio de Chávez. Aún no lo ha dicho, pero resulta irremediable que dentro de esta nueva geometría del poder, única opción de que dispone Chávez para hacer efectiva su decisión de desconocer los resultados electorales del 26 de septiembre y radicalizar el proceso, lo más natural es que los representantes directos de esas comunas se constituyan muy pronto en Asamblea del Poder Popular y liquiden para siempre la Asamblea Nacional, último vestigio formal de la democracia representativa.


A fin de cuentas, en eso consiste precisamente la democracia participativa que nos espera.

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