
POR:ARCANGEL VULCANO.
En el país del oro negro todo transcurre como por inercia; nada es imposible, todo es posible, se pueden apreciar las más insólitas situaciones en asuntos cotidianos de carácter privado pero también en lo público, es como si hubiéramos caído en una suerte de estupor colectivo que nos convierte en individuos inertes afligidos por naturaleza atrapados en la vaciedad, sumergidos en una gran paila infernal como una maldición por causa del "excremento del diablo", representado por la inmensa riqueza petrolera en disputa.
Nos estamos habituando a convivir con lo decadente y detestable; sufrimos y padecemos como resignados los terribles males sociales que constriñen y acorralan a toda la sociedad venezolana.
La palabra crisis ha sido el comodín empleado por los distintos especialistas para titular sus estudios, hoy constituye un emblema de lo que somos como colectivo. Integramos así el país multimillonario, anegado en un mar de petrodólares, pero sumergido también en la más profunda y espantosa decadencia. Tales circunstancias nos convierten en fenómeno record mundial, en espécimen raro y curioso para cualquier desprevenido espectador, que se pregunta ¿Cómo es posible que un país tan rico esté estremecido por una galopante crisis económica, y que no le permite a la mayoría de sus pobladores alimentarse adecuada y dignamente? ¿Por qué un país multimillonario no produce suficiente leche, carne, huevos, pollos, azúcar, caraotas y alimentos en general para abastecer a sus habitantes? ¿Qué le ha pasado a Venezuela, para que esté severamente atormentada la gran mayoría de la población, por problemas recrudecidos como la inseguridad; la inflación; el alto costo de la vida; la escasez; el desabastecimiento; el deterioro creciente de los servicios públicos en general; la agudización de la pobreza, la miseria, el hambre, la prostitución, la insalubridad, la falta de higiene en las calles convertidas en basureros; la contaminación ambiental; la reaparición de enfermedades endémicas como el dengue, la malaria, paludismo, tuberculosis, fiebre amarilla; por la acelerada descomposición social y la desintegración que padecen nuestras principales ciudades, en donde proliferan toda clase de vicios y perversiones, que amenazan la estabilidad y felicidad de las familias, ante el recrudecimiento de problemas como el alcoholismo y la drogadicción, producto del cínico narcotráfico, así como por la proliferación y crecimiento de la destructiva delincuencia en general, porque asombrosamente han aumentado los más repugnantes crímenes, tales como los asesinatos, secuestros, robos, atracos, hurtos?
En Venezuela convivimos con la malversación de fondos, el peculado de uso, el abuso de poder, la persecución política, la exclusión social, el terrorismo, la guerra psicológica, la violación de los derechos humanos, la violencia en general, la pérdida de las libertades, y para colmo de males, la impune e incontrolable corrupción administrativa denunciada públicamente por prestigiosas personalidades e instituciones .
Muchos años han transcurrido, desde que el notable venezolano Juan Pablo Pérez Alfonso, pronunciara su profética frase calificando al petróleo como el “excremento del diablo”, que insinuaba que una especie de tácita maldición había caído sobre nuestro país, por poseer la reserva petrolera más grande del mundo. A veces tenemos la impresión de que “el oro negro” que nos cayó como maná del cielo por voluntad de la providencia, más que una bendición celestial, se ha convertido en una auténtica “maldición diabólica” como sugirió Pérez Alfonso, en virtud de que un país integrado por hombres y mujeres virtuosos, ilustrados, patriotas, recios, combativos trabajadores y productivos, ha degenerado en un paila infernal en estado de ebullición a punto de estallar en explosión social, y desencadenar en guerra civil, por haber sido convertido en una nación plagada de gravísimos males de toda índole como los citados, y que nos amenazan severamente a “todos” sus integrantes sin excepción. Estamos hoy más que nunca amenazados como sociedad moderna, y hemos entrado en decadencia moral y espiritual, por no hacer adecuadamente lo que también nos sugirió Arturo Uslar Pietri: “sembrar el petróleo”.
Venezuela se hunde en un pantano pestilente y mal oliente, pero se cocina a fuego lento en una oscura salsa de divisiones, apetencias enfermizas y disputas intestinas, por la indignidad de sus encumbrados dirigentes cegados y sordos por las ambiciones.
Así hemos optado por una aventura temeraria y suicida; movidos por el facilismo, convirtiendo a la prometedora gran nación que aspirábamos ser, en un país regido por una economía de puertos, solapada por políticos inmorales de distinto cuño, quienes fingen una lucha ideológica que no es tal. Por eso importamos casi todo lo que consumimos y necesitamos sin alentar la producción nacional, es como una terrible maldición, que nos impide desarrollarnos equilibradamente, entre otras causas del cáncer social que nos ataca y que se extenderá hasta hacer metástasis.
En el país del oro negro todo transcurre como por inercia; nada es imposible, todo es posible, se pueden apreciar las más insólitas situaciones en asuntos cotidianos de carácter privado pero también en lo público, es como si hubiéramos caído en una suerte de estupor colectivo que nos convierte en individuos inertes afligidos por naturaleza atrapados en la vaciedad, sumergidos en una gran paila infernal como una maldición por causa del "excremento del diablo", representado por la inmensa riqueza petrolera en disputa.
Nos estamos habituando a convivir con lo decadente y detestable; sufrimos y padecemos como resignados los terribles males sociales que constriñen y acorralan a toda la sociedad venezolana.
La palabra crisis ha sido el comodín empleado por los distintos especialistas para titular sus estudios, hoy constituye un emblema de lo que somos como colectivo. Integramos así el país multimillonario, anegado en un mar de petrodólares, pero sumergido también en la más profunda y espantosa decadencia. Tales circunstancias nos convierten en fenómeno record mundial, en espécimen raro y curioso para cualquier desprevenido espectador, que se pregunta ¿Cómo es posible que un país tan rico esté estremecido por una galopante crisis económica, y que no le permite a la mayoría de sus pobladores alimentarse adecuada y dignamente? ¿Por qué un país multimillonario no produce suficiente leche, carne, huevos, pollos, azúcar, caraotas y alimentos en general para abastecer a sus habitantes? ¿Qué le ha pasado a Venezuela, para que esté severamente atormentada la gran mayoría de la población, por problemas recrudecidos como la inseguridad; la inflación; el alto costo de la vida; la escasez; el desabastecimiento; el deterioro creciente de los servicios públicos en general; la agudización de la pobreza, la miseria, el hambre, la prostitución, la insalubridad, la falta de higiene en las calles convertidas en basureros; la contaminación ambiental; la reaparición de enfermedades endémicas como el dengue, la malaria, paludismo, tuberculosis, fiebre amarilla; por la acelerada descomposición social y la desintegración que padecen nuestras principales ciudades, en donde proliferan toda clase de vicios y perversiones, que amenazan la estabilidad y felicidad de las familias, ante el recrudecimiento de problemas como el alcoholismo y la drogadicción, producto del cínico narcotráfico, así como por la proliferación y crecimiento de la destructiva delincuencia en general, porque asombrosamente han aumentado los más repugnantes crímenes, tales como los asesinatos, secuestros, robos, atracos, hurtos?
En Venezuela convivimos con la malversación de fondos, el peculado de uso, el abuso de poder, la persecución política, la exclusión social, el terrorismo, la guerra psicológica, la violación de los derechos humanos, la violencia en general, la pérdida de las libertades, y para colmo de males, la impune e incontrolable corrupción administrativa denunciada públicamente por prestigiosas personalidades e instituciones .
Muchos años han transcurrido, desde que el notable venezolano Juan Pablo Pérez Alfonso, pronunciara su profética frase calificando al petróleo como el “excremento del diablo”, que insinuaba que una especie de tácita maldición había caído sobre nuestro país, por poseer la reserva petrolera más grande del mundo. A veces tenemos la impresión de que “el oro negro” que nos cayó como maná del cielo por voluntad de la providencia, más que una bendición celestial, se ha convertido en una auténtica “maldición diabólica” como sugirió Pérez Alfonso, en virtud de que un país integrado por hombres y mujeres virtuosos, ilustrados, patriotas, recios, combativos trabajadores y productivos, ha degenerado en un paila infernal en estado de ebullición a punto de estallar en explosión social, y desencadenar en guerra civil, por haber sido convertido en una nación plagada de gravísimos males de toda índole como los citados, y que nos amenazan severamente a “todos” sus integrantes sin excepción. Estamos hoy más que nunca amenazados como sociedad moderna, y hemos entrado en decadencia moral y espiritual, por no hacer adecuadamente lo que también nos sugirió Arturo Uslar Pietri: “sembrar el petróleo”.
Venezuela se hunde en un pantano pestilente y mal oliente, pero se cocina a fuego lento en una oscura salsa de divisiones, apetencias enfermizas y disputas intestinas, por la indignidad de sus encumbrados dirigentes cegados y sordos por las ambiciones.
Así hemos optado por una aventura temeraria y suicida; movidos por el facilismo, convirtiendo a la prometedora gran nación que aspirábamos ser, en un país regido por una economía de puertos, solapada por políticos inmorales de distinto cuño, quienes fingen una lucha ideológica que no es tal. Por eso importamos casi todo lo que consumimos y necesitamos sin alentar la producción nacional, es como una terrible maldición, que nos impide desarrollarnos equilibradamente, entre otras causas del cáncer social que nos ataca y que se extenderá hasta hacer metástasis.