Teodoro Petkoff, elabora sobre el triunfo de Lula en las elecciones del domingo y sobre las razones que le llevaron a superar los escándalos de corrupción y el “castigo de la sabiduría del pueblo” que le fue propinado al “hijo de Brasil” al obligarle a ir a una segunda vuelta.
Brasil premió una conducción sensata, absolutamente comprometida con los millones de pobres que pueblan ese inmenso país, pero que no utilizó ese compromiso como coartada para la irresponsabilidad fiscal y macroeconómica en general. Como lo dijera el propio Lula, se enfrentó con éxito “el desafío de distribuir renta sin renunciar al equilibrio macroeconómico”. Millones de pobres fueron beneficiados por programas sociales (Hambre Cero), correctamente presupuestados y administrados, y, aquí sí, sin corrupción ni discriminación política. “Tenemos una sociedad menos pobre y una economía más estable”, concluye el propio presidente reelecto. La responsabilidad macroeconómica produjo baja inflación y crecimiento, que son, más allá de los programas sociales, las verdaderas palancas del combate a la pobreza y de la procura de mayor igualdad social. Cuando fue elegido hace 4 años, escribimos que si Lula lograba neutralizar el ultraizquierdismo en su propio partido y no se dejaba arrastrar por radicalismos vocingleros pero estériles, tendría éxito. Así fue. Con coraje enfrentó el falso lenguaje supuestamente revolucionario, y comprendiendo la complejidad de la sociedad brasileña (simultáneamente colocada en el primer y el cuarto mundo), apoyándose en el vigoroso sector económico del sur del país, “revirtió —como él mismo lo apunta— el flanco de una inserción internacional equivocada, sustituyéndola por el ciclo robusto de exportaciones que crecen por encima de la media mundial”. La economía creció, se creó riqueza y con ella el fisco pudo financiar la programación social, sin depender para ello de ningún maná petrolero. De igual manera, adelantó las reformas institucionales en la previsión social (que, irónicamente, cuando estuvo en la oposición, rechazó), para restablecer, Lula dixit, “el horizonte económico de las empresas y de las familias, después de tantos años de incertidumbre”. Todo esto en un clima de absoluto respeto democrático por el país, por la oposición, por los medios y, en general, por toda la disidencia frente a su gobierno".
De este modo, Petkoff concluye que Lula logró fortalecer la democracia de su país manteniéndose él mismo firme en sus convicciones democráticas. El editorial subraya el particular acento de la izquierda brasileña que lidera Lula. Esta logró deslastrarse de radicalismos y estridencias, contribuir a la integración regional y posicionar a Brasil como un líder capaz de participar en el juego de poder global como quedaría demostrado en su oposición al ALCA, dejándo abierta la puerta a otras fórmulas de integración comercial más favorables a su nación.
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