martes, noviembre 21, 2006

¿POR QUIEN DEBEMOS VOTAR EL 3D?

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He aquí un compendio de requisitos y sugerencias, sobre por quien debemos votar los cristianos, de acuerdo a la “Doctrina Católica” difundida en Encíclicas Papales y en Conferencias públicas, dictadas por tres de los más conocidos e importantes Papas de la Iglesia Católica; particularmente nos fascina su asombrosa claridad y su impresionante vigencia; nos permite facilitar decidir y responder, la más íntima pregunta que se harán todos los venezolanos el próximo tres de diciembre, cuando concurran a las urnas electorales a elegir a su Presidente ¿Por quien debemos votar el 3D?, La Doctrina Socialcristiana de la Santa Iglesia Católica sugiere votar por:

1) Por quien promueva y defienda el bien común.

Es noble prerrogativa y misión del Estado inspeccionar, ayudar y ordenar las actividades privadas e individuales de la vida nacional, para hacerlas converger armónicamente al bien común; el cual no puede determinarse por concepciones arbitrarias, ni recibir su norma, en primer término, de la prosperidad material de la sociedad; sino más bien, del desenvolvimiento armónico y de la perfección natural del hombre, para la cual el Creador ha destinado como medio (Papa Pío XII, Encíclica Sumi Pontificatus).

La razón de ser de cuantos gobiernos radica por completo en el bien común (Papa Juan XXIII, Encíclica Pacem in terris).

2) Por quien promueva y defienda los derechos fundamentales del hombre.

Tutelar el intangible campo de los derechos de la persona humana y facilitarle el cumplimiento de sus deberes, ha de ser oficio esencial de todo poder público. ¿No es acaso esto lo que lleva consigo el significado genuino del bien común, que es lo que el Estado debe promover? (Papa Pío XII, La solemnita Della Pentecoste).

Las normas estatales no pueden abolir ni hacer irrealizable el ejercicio de los derechos y deberes personales. Tales como: el derecho al verdadero culto a Dios.

El bien común abarca a todo el hombre, es decir, tanto a las exigencias del cuerpo, como a las del espíritu. De lo cual se exige que los gobernantes deben procurar dicho bien por las vías adecuadas, de tal forma que, respetando el recto orden de los valores, ofrezcan al ciudadano la prosperidad material y al mismo tiempo los bienes del espíritu” (Papa Juan XXIII, Encíclica Pacem en terris).

En la época actual se considera que el bien común consiste principalmente en la defensa de los derechos y deberes de la persona humana. De aquí que la misión principal de los hombres de gobierno deba tender a dos cosas; de un lado, reconocer, respetar, armonizar, tutelar y promover tales derechos; de otra lado, facilitar a cada ciudadano el cumplimiento de sus respectivos deberes. Tutelar el campo intangible de los derechos de la persona humana y hacerle llevadero el cumplimiento de sus deberes, debe ser oficio esencial de todo poder público.

Por eso, los gobernantes que no reconozcan los derechos del hombre o los violen faltan a su propio deber y carecen, además, de toda obligatoriedad las disposiciones que dicten.

Más aún, los gobernantes tienen como deber principal el de armonizar y regular de una manera adecuada y conveniente los derechos que vinculan entre sí a los hombres en el seno de la sociedad, de tal forma que, en primer lugar, los ciudadanos, al procurar sus derechos, no impidan el ejercicio de los derechos de los demás; en segundo lugar, que defienda su propio derecho y no dificulte a los otros la práctica de sus respectivos deberes, y, por último, hay que mantener eficazmente la integridad de los derechos de todos y restablecerla en caso de haber sido violada.

Es además deber de quienes están a la cabeza del país trabajar positivamente para crear un estado de cosas que permita y facilite al ciudadano la defensa de sus derechos y el cumplimiento de sus obligaciones.

El bien general del país también exige que los gobernantes, guarden un pleno equilibrio para evitar, por un lado, que la preferencia dada a los derechos de algunos a determinados grupos sociales venga a ser origen de una posición de privilegio en la nación, y para soslayar, por otro, el peligro de que, por defender los derechos de todos, incurran en la absurda posición de impedir el pleno desarrollo de los derechos de cada uno. Manténgase siempre a salvo el principio de que la intervención de las autoridades públicas en el campo económico, por dilatada y profunda que sea, no sólo no debe coartar la libre iniciativa de los particulares, sino que, por el contrario, ha de garantizar la expansión de esa libre iniciativa, salvaguardando sin embargo, incólumes los derechos esenciales de la persona humana.

Idéntica finalidad han de tener las iniciativas de todo género del gobierno dirigidas a facilitar al ciudadano tanto la defensa de sus derechos como el cumplimiento de sus deberes en todos los sectores de la vida social (Papa Juan XXIII, Encíclica Pacem in tierris).

Es imposible que la paz florezca, donde la inviolabilidad de la vida se halla comprometida en extremo. Donde reina la violencia, desaparece la verdadera paz. Por el contrario, donde los derechos del hombre son profesados realmente y reconocidos públicamente, la paz se convierte en la atmósfera alegre y operante de la convivencia social (Papa Pablo VI, Mensaje para La Jornada de la Paz de 1.977).

3) Por quien defiende y fomenta la libertad religiosa.

No ignoramos que a vuestra fe se tienden insidias gravísimas. Parece que se ha de temer que en el próximo porvenir recrudecerá la persecución contra aquellos que no se plieguen a traicionar el sacrosanto deber de la religión. Por eso, una vez más os exhortamos a que, superando las amenazas y daños de todo género, hasta el destierro y el peligro mismo de la vida, no traicionéis jamás vuestra fidelidad hacia la madre Iglesia (Papa Pío XII, Orientalis Omnes ecclesias).

Entre los derechos del hombre debemos enumerar también el de poder venerar a Dios, según la recta norma de su conciencia, y profesar en privado y en público. A propósito, de este aspecto, el Papa León XIII afirma: “Esta libertad, la libertad verdadera digna de los hijos de Dios, que protege tan gloriosamente la dignidad de la persona humana, está por encima de toda violencia y de toda opresión y ha sido siempre el objeto de los deseos y del amor de la Iglesia. Esta es la libertad que reivindica constantemente para sí los apóstoles, la que confirmaron con sus escritos los apologistas, la que consagraron con su sangre los innumerables mártires cristianos”.

Son muy diversas las situaciones en las cuales, de buena gana o por fuerza se encuentran comprometidos los cristianos, según las regiones, los sistemas sociopolíticos, las culturas. En algunos sitios se hallan reducidos al silencio, considerados como sospechosos, y tenidos, por decirlo así, al margen de la sociedad, encuadrados sin libertad en un sistema totalitario….(Papa Pablo VI, Encíclica Octogesima Adveniens).

De esta justa liberación, vinculada a la evangelización, que trata de lograr estructuras que salvaguarden la libertad humana, no se puede separar la necesidad de asegurar todos los derechos fundamentales del hombre, entre los cuales la libertad religiosa ocupa un puesto de primera importancia. Actualmente, “muchos cristianos, todavía, precisamente porque son cristianos o católicos, viven sofocados por una sistemática opresión. El drama de la fidelidad a Cristo y de la libertad de religión, si bien paliado por declaraciones categóricas a favor de los derechos de la persona y de la sociabilidad humanas, continúa” (Papa Pablo VI).

4) Por quien cada uno crea en conciencia más apto para conseguir los fines precedentes.

“Educadores de hoy…el ideal del hombre que habéis de preparar lo encontráis en el perfecto cristiano…El mundo no tendrá que arrepentirse si un número siempre creciente de tales cristianos interviene en todos los órdenes de la vida pública y privada…. Por ello no ahorréis fatigas para despertar la conciencia moral, de tal suerte que al paso de los años, el “hombre honesto” no aflore por casualidad….Formad hombres valientes, que estén en condiciones de difundir en torno a sí el bien y de dirigir a los demás con claridad de principios….Abrase la nueva juventud al respiro de la catolicidad y sienta el encanto de aquella caridad universal que abraza a todos los pueblos en el único Señor. Dadles asimismo la conciencia de su propia personalidad y, por ello, del máximo tesoro de la libertad; adiestrad sus espíritus en la sana crítica, pero al mismo tiempo infundidles el sentido de la humildad cristiana de la justa sujeción a las leyes y de los deberes de solidaridad”(Papa Pío XII, Discurso al II Congreso de profesores de Enseñanza Media 6-9-49).

Si es laudable estar por encima de las querellas contingentes que envenenan la lucha de partidos, para quedar fuertemente unidos sobre los puntos esenciales de la justicia de la caridad, de la prudencia cristiana, sería vituperable dejar campo libre para dirigir los asuntos del Estado a los indignos o a los incapacitados (Papa Pío XII, Discurso a la “Conferencia Olivaint”, 28-3-48)

Como todos los hombres son entre sí iguales en dignidad natural, ninguno de ellos en consecuencia, puede obligar a los demás a tomar una decisión en la intimidad de su conciencia. Es éste un poder exclusivo de Dios, por ser el único que ve y juzga los secretos más ocultos del corazón humano.

Los gobernantes, por tanto, sólo pueden obligar en conciencia al ciudadano cuando su autoridad está unida a la de Dios y constituye una participación de la misma….Ahora bien, del hecho de que la autoridad proviene de Dios no debe en modo alguno deducirse que los hombres no tengan derecho a elegir los gobernantes de la nación, establecer la forma de gobierno y determinar los procedimientos y los límites en el ejercicio de la autoridad. De aquí que la doctrina que acabamos de exponer pueda conciliarse con cualquier clase de régimen auténticamente democrático (Papa Juan XXIII; Encíclica Pacem in terris).

No basta recordar principios generales, manifestar propósitos, condenar las injusticias, proferir denuncias con cierta audacia profética; todo ello no tendrá peso real si no va acompañado en cada ser humano por una toma de conciencia más viva de su propia responsabilidad y de una acción efectiva.

Resulta demasiado fácil echar sobre los demás la responsabilidad de las presentes injusticias, si al mismo tiempo no nos damos cuenta de que todos somos también responsables, y que por tanto, la conversión personal es la primera exigencia. Esta humildad fundamental quitará a nuestra acción toda clase de asperezas y de sectarismos; evitará también el desaliento frente a una tarea que se presenta con proporciones inmensas. La esperanza del cristiano proviene, en primer lugar de saber que el Señor está obrando con nosotros en el mundo, continuando en su Cuerpo, que es la Iglesia -y mediante ella en la humanidad entera- la redención consumada en la cruz, y que ha estallado en victoria la mañana de la resurrección; le viene, además, de saber que también otros hombres colaboran en acciones convergentes de justicia y de paz, porque bajo una aparente indiferencia existe en el corazón de todo hombre una voluntad vivida fraterna y una sed de justicia y de paz que es necesario satisfacer. De ese modo, en la diversidad de situaciones, funciones y organizaciones, cada uno debe determinar su responsabilidad y discernir en buena conciencia las actividades en las que debe participar.

Envuelto entre corrientes contradictorias, donde al lado de aspiraciones legítimas se deslizan orientaciones sumamente ambiguas, el cristiano debe elegir con diligencia su camino y evitar comprometerse en colaboraciones incondicionales y contrarias a los principios de un verdadero humanismo, aunque sea en nombre de solidaridades profundamente sentidas. Si quiere realmente desempeñar su propio papel como cristiano y ser consecuente con su fe, debe mantenerse vigilante en medio de la acción, para dar a conocer los motivos de su conducta y para rebasar los objetivos perseguidos, movido por una visión más amplia de la realidad, lo cual evitara el peligro de los particularismos egoístas y los totalitarismos opresores (Papa Pablo VI, Encíclica Octogesima Adveniens).

La Iglesia admite un pluralismo sano de opciones políticas, en la comunidad.

La Iglesia rechaza el socialismo y el comunismo. La Iglesia se ha visto obligada muchas veces a dar la voz de alerta contra el peligro de dejarse arrastrar por el espejismo de especiosas y fatuas teorías y visiones de bienestar futuro y por los engañosos alicientes e incitaciones de falsos maestros de la prosperidad social, que no consienten, entre el capital y el trabajo, aquellos mutuos acuerdos que mantienen y promueven la concordia social para progreso y utilidad de todos.

“Engaños, desilusiones tan sólo experimentan los individuos y los pueblos que les prestaron fe y les siguieron por caminos tales que, lejos de mejorar, empeoran y agravan las condiciones de la vida y del adelanto moral y material. Esos falsos pastores hacen ver que el bienestar no puede proceder sino de una revolución que transforme toda la consistencia social o modifique totalmente el modo de ser nacional”(Pío XII, Discurso a los trabajadores).

Pío XI, en su Encíclica Cuadragésimo Anno, manifiesta que “la oposición entre el comunismo y el cristianismo es radical. Y añade que los católicos no pueden aprobar en modo alguno la doctrina del socialismo moderado”.

La pacificación que la Iglesia propugna no puede en modo alguno confundirse con un derrumbamiento o una relajación de su firmeza tradicional frente a ideologías y sistemas de vida que están en clamorosa e irreducible oposición con la doctrina católica; ni significa indiferencia ante el gemido que todavía nos llega desde las regiones infelices donde los derechos del hombre son olvidados y la mentira se adopta como sistema (Papa Juan XXIII, Mensaje de Navidad 23-12-1960).

El cristiano que quiere vivir su fe en una acción política concebida como servicio, no puede adherirse, sin contradecirse a sí mismo, a sistemas ideológicos que se oponen, radicalmente o en puntos sustanciales a su fe y a su concepción del hombre. No es lícito, por tanto, favorecer a la ideología marxista, a su materialismo ateo, a su dialéctica de violencia y a la manera como ella entiende la libertad individual de la colectividad, negando al mismo tiempo toda trascendencia al hombre y a su historia personal y colectiva. Tampoco apoya el cristiano la ideología liberal, que cree exaltar la libertad individual sustrayéndola a toda limitación, estimulándola con la búsqueda exclusiva del interés y del poder, y considerando las solidaridades sociales como consecuencias más o menos automáticas de iniciativas individuales y no ya como fin y motivo primario del valor de la organización social.

La fe cristiana es muy superior a estas ideologías y queda situada a veces en posición totalmente contaría a ella, en la medida en que reconoce a Dios, trascendente y creador, que interpela, a través de todos los niveles de lo creado, al hombre como libertad responsable.

Otro peligro consiste en adherirse a una ideología que carezca de un fundamento científico completo y verdadero y en refugiarse en ella como explicación última y suficiente de todo, y construirse así un nuevo ídolo, del cual se acepta, a veces sin darse cuenta, el carácter totalitario y obligatorio. Y se piensa encontrar en él una justificación para la acción, aún violenta; una adecuación a un deseo generosos de servicio; éste permanece, pero se deja absorber por una ideología, la cual –aunque propone ciertos caminos para la liberación del hombre- desemboca finalmente en una autentica esclavitud.

Finalmente, a la hora de decidir por quien deben votar, han de tener presente todos los ciudadanos, que si hoy día se puede hablar de un retroceso de las ideologías, esto puede constituir un momento favorable para la apertura a la trascendencia y solidez del cristianismo. Ya que el cristiano que entre en la practica de la lucha de clases y de su interpretación marxista, no puede evitar percibir el tipo de sociedad totalitaria y violenta a la que conduce este proceso.

2 comentarios:

EBE dijo...

Quedé petrificada con tu razón número 11....fue lo mismo que mi hermanita (abogado como tú) sugirió.
Gracias por la visita.
Por ahora ando de bajo perfil, pero leeré tus post (largos -lo confieso- pero bien sustanciosos).
Nos vemos en la "cola" del 3D..
Saludos

Arcangel Vulcano dijo...

Gracias por tu visita Cabina,es un honor.Toda mi vida he votado y esta vez no será la excepción,haremos la cola como siempre, con civismo,con gran esperanza en la paz, con una fe inquebrantable en Dios y en conquistar un mejor futuro para todos y cada uno de los venezolanos. Un gran saludo.