lunes, septiembre 28, 2009

"¿Para qué sirve la OEA...?"


POR:ARMANDO DURÁN.

Grandes preguntas surgen en torno a la actual crisis hondureña. ¿Quién ha sido, por ejemplo, el verdadero promotor del caos generado por la sorpresiva aparición de Manuel Zelaya en la sede de la Embajada de Brasil en Tegucigalpa? ¿Cuál fue el papel que representó Hugo Chávez en el desarrollo de estos acontecimientos? Luiz Inácio Lula da Silva, ¿coordinó las acciones de su Cancillería con Caracas, o por el contrario, para hacer valer su condición de imperio en formación, las coordinó con Estados Unidos? En todo caso, ¿cuál es la jugada que en verdad se cocina en los sinuosos corredores del poder estadounidense? ¿Acaso la resurrección de Oscar Arias como mediador en el conflicto forma parte de una nueva maniobra de Washington para cerrarle el paso a Chávez en Centroamérica? ¿Será precisamente para salirle al paso a esta estratagema que el jueves por la noche, en entrevista exclusiva para CNN con Larry King, Chávez descalificó a Hillary Clinton porque “ha perdido el camino, está totalmente equivocada”? Si tomamos en cuenta la poca influencia que tiene Honduras en el vasto y complejo proceso político continental, nos sorprende el enorme peso que parecen tener los sucesos que vienen ocurriendo en Tegucigalpa desde que las veleidades rojas rojitas del empresario presidente Zelaya despertaron las más graves de las inquietudes en las instituciones democráticas hondureñas. Un sobresalto originado por su empecinado esfuerzo de romperle el espinazo a la Constitución de su país y que tuvo para él un desenlace infortunado, su forzoso viaje, en pijama y sin sombrero tejano, rumbo al exilio. Un hecho que a su vez ha colocado al mundo en el centro de una crisis que va mucho más allá del derrocamiento de un presidente.

La reacción de los países miembros del Alianza Bolivariana para las Américas, impulsada ardorosamente por Chávez y financiada sin escrúpulo ni control alguno gracias a su impunidad para manejar a su antojo los recursos financieros de Venezuela, ofreció la primera señal de lo que realmente se jugaban las dos Américas en Tegucigalpa. Para Chávez y los hermanos Castro, Honduras representaba una pieza de importancia en la partida sin fin que La Habana le disputa a Washington desde hace medio siglo. Nada más natural, pues, que la reacción del ALBA fuera inmediata y audaz. Con el único propósito de dinamitar el eventual éxito de fórmulas diplomáticas y propiciar en cambio la restauración de Zelaya en el poder por vías de carácter sedicioso. Nada más natural también, que mientras más radicalizaban sus posiciones, más solos se iban quedando los gobiernos del ALBA. Y así, poco a poco, fueron desvaneciéndose las presencias de Argentina, Chile y, por supuesto, Brasil.
A lo largo de todas estas peripecias, quien siempre ha estado junto a Chávez, Raúl Castro y compañía, es José Miguel Insulza. Una actitud formalmente irreprochable. En definitiva, es un papel que le corresponde desempeñar a la OEA y a su secretario general. Sólo que las gestiones de Insulza no han estado encaminadas a facilitar una solución pacífica y diplomática de la crisis desde una posición de equilibrio y ponderación, sino que, usufructuando a la venezolana el poder de su cargo, tomó partido desde el primer momento, y de modo inflexible, a favor de Zelaya. Es decir, a favor de la radical posición asumida por los países miembros del ALBA. O sea, para conseguir el favor de Chávez, garante de buena parte de los votos de América Latina y el Caribe, necesarios para satisfacer el desesperado deseo de Insulza de seguir siendo secretario general de la OEA, un ratito más.
Desde esta perspectiva, el desenlace de esta crisis se reduce, por una parte, a echarle una mano, o quitársela, a los intereses personales de Insulza. Por otra parte, a la resolución de un conflicto de intereses políticos, comerciales y energéticos entre Venezuela y Brasil. Como telón de fondo, la hegemonía de Estados Unidos en la región, sin duda debilitada pero al fin y al cabo hegemonía más o menos imperial.
Si triunfa el plan Chávez, la supremacía brasileña a la que aspira Lula quedaría en entredicho y la extrema izquierda latinoamericana se anotaría un tanto de gran importancia en su confrontación con Estados Unidos. De ahí que Lula haya tomado esta iniciativa de reponer a Zelaya en el poder, pero sin la participación protagónica de Chávez. Entendiéndose, eso sí, con Barak Obama. Y con Oscar Arias, su intermediario.
En el marco de estas confusas realidades, surge entonces, inevitable, otra pregunta mucho menos imprecisa. ¿Sirve la OEA para algo? Y si, en efecto, sirve, que alguien, por favor, me diga para qué.

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