POR:MANUEL MALAVER.
Con las encuestas revelando hasta 10 puntos de ventaja a favor del NO, una alarmante división en sus propias filas, connotadas figuras del chavismo militar, político e intelectual llamando a votar contra la reforma y por lo menos tres crisis de difícil manejo en la política internacional, es evidente que, independientemente de los resultados del referendo del domingo próximo, la llamada “revolución” quedará en tal grado de precariedad que no es aventurado predecir su colapso en cualquier momento del 2008.
Lo admite el mismo teniente coronel, Chávez, quien a diferencia de otros desiderátum en los cuales no era imposible su derrota, afirmó siempre que no resistiría, ni haría de su permanencia en el poder algo así como el empeño de jugárselas todas a una solución final.
Y es que Chávez está consciente que si el domingo 2 no le trae el milagro de ganar por avalancha, o de imponer un fraude que encuentre un rechazo apenas tibio de parte de la oposición, sería imposible mantener orden en las filas y emprender con éxito el programa que haría de Venezuela el segundo país socialista del mundo occidental.
Por el contrario, una derrota democráticamente aceptada le permitiría redimensionar el proyecto, recuperar la confianza entre los suyos, aterrizar en la Venezuela que no quiere admitir pero que lo está derrotando, acercarse con más humildad y probabilidad de inserción en el caldeado ambiente internacional y regularizar una situación que, en tanto sea forzada más y más a una inevitable ruptura, hará lucir al chavismo como un fenómeno pasajero y excrecencial de la historia nacional.
Claro que ello no evitará su salida del poder, ya sea que ocurra por crisis sociales como las que en los últimos años determinaron en otras naciones de América latina que presidentes democráticamente electos fueran sustituidos por vicepresidentes o autoridades designadas por el congreso o los altos tribunales de justicia, o en unas elecciones convocadas al final de su actual período que determinen que su único escape es desaparecer de la política y el país.
Circunstancia una u otra que no decapita al chavismo como opción política y lo deja con una cierta capacidad de vigencia y recuperación si se democratiza, civiliza y renueva.
En otras palabras, que mientras más se empeñe Chávez en autoimponerse la violencia, imponérsela a los suyos e imponérsela a Venezuela, más le estará fijando límites a su sobrevivencia política, más se estará arriesgando a que un “soplido” de los que habla su padre y mentor Fidel Castro, lo aviente a la transitoriedad y al olvido.
De modo que no es solo que el horizonte de la revolución violenta, excluyente y totalitaria se está cerrando, sino que aun medida en término de que rectifique y acepte la única opción viable para las revoluciones de siglo XXI, -que no es otra que la democratización, la inclusión y la humanización-, será difícil, sino imposible, que el chavismo tenga otra vía de acceder al poder que no sea la de contarse legal y democráticamente según las preferencias del electorado.
Un mecanismo no precisamente heroico, ni epopéyico, ni carismático, pero sin duda con los mejores atributos para que la sucesión legítima los gobiernos se realice en paz y no signifique la instauración de la violencia que con su pérdida de bienes, vidas humanas y derechos tangibles e intangibles, es un ticket seguro a la miseria, las injusticias sociales y las desigualdades.
Lecciones todas definitivamente aprendidas por las mayorías venezolanas que votarán NO el domingo, por los chavistas que también lo harán y una comunidad internacional convencida que Venezuela merece un gobierno y un destino mejores.
Pero que básicamente deberían ser tomadas en cuenta por un liderazgo oficial que no se convence de que inapelablemente su hora pasó y no tiene enfrente otra alternativa que no sea la de apartarse… sea por las buenas, o por las malas..
Fuente: Manuel Malaver Antimemorias
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