jueves, septiembre 27, 2007

"LOS DEMONIOS DE LA REVOLUCIÓN"


Por:RICARDO GIL OTAIZA.

Razón tiene el dicho popular al expresar que el infierno está lleno de bienintencionados. La preeminencia de una ideología en el contexto político y social de una nación, termina por fracturar los valores e ideales que le sirvieron de plataforma para convertirse en poder. No sabemos a ciencia cierta el porqué, pero entre el pensamiento y la acción se nos abre un hiato difícil de salvar, y por allí se van acciones y omisiones, aciertos y grandes yerros, honestidad y gigantesca corrupción. Ningún grupo humano que haya blandido una determinada bandera para asirse de la voluntad de las masas, ha pasado químicamente puro por los pedregosos caminos de la historia. Cada página ha sido escrita por lo general con decepción y con dolor, no sin la firme determinación de no volver a pecar. Empero, volvemos a hacerlo. Los cantos de sirena suelen venir remozados con nuevas tonalidades y estuches, y caemos entre sus garras con la esperanza de estar remontando una cima que termina por transformarse en una profunda fosa.

La revolución bolivariana no es la excepción a la regla. A lo largo de casi una década hemos sido testigos de cómo el país ha pasado de la alienante voluptuosidad de un líder salvador, hecho a la medida de nuestra antológica mediocridad política, al chasco más estrepitoso que nos cuente la historia republicana. Todavía están frescas las ilusiones en dejar atrás unas ejecutorias con pésimo sabor a frutos verdes y blancos, para hundirnos sin remedio en una aventura que aún no sabemos cómo y cuándo va a terminar. Tal vez la pesadilla tiene reservada su buena cuota de enervación y de terror, y no nos entra en la cabeza que sólo nosotros podemos darla por terminada.

No en vano el color oficialista es el rojo, porque los demonios de este proceso no han dejado de rondarlo para demostrar su ineficiencia y su gigantesca mentira comunicacional. Todo ha sido volteado patas arriba y nada ha quedado resuelto. Es más, sus ejecutorias han sido las propias de una rara suerte de Rey Midas -pero al revés-: todo lo que toca el Gobierno lo descompone, lo transforma en una masa informe. Sí, todo aquí huele mal. Es la fetidez de una descomposición moral, que trastoca sin piedad las bases institucionales como lo hacen las termitas en un sólido mueble de caoba. El ciudadano, el empresario, el académico, el artista, el clérigo, el humilde trabajador sienten -sentimos- cómo el futuro se nos vuelve un vaho difuso, imposible de asir ni con el pensamiento. El país de las esperanzas, el país abierto y generoso de ayer se nos ha ido erigiendo en una especie de saco de gatos, donde lo real es tan inverosímil y lo inverosímil es tan real, que hemos perdido las coordenadas. Las fronteras entre la vida y la ficción se han disuelto para entregarnos una burda comedia, una bufonada siniestra, donde los actores son tan malos que en lugar de reírnos -como se supone por la tanta felicidad que nos produce el espectáculo- lloramos de amargura y de impotencia, y miramos hacia la puerta de emergencia por si acaso tenemos que salir corriendo de espanto.

No sabemos todavía si esos demonios de la revolución nos terminen devorando en nuestro intento por seguir siendo ciudadanos normales. Mientras, cada día recibimos nuestra apestosa cucharada de emulsión que nos lleva muchas veces a las arcadas, pero la tragamos. Con la nariz tapada, pero lo hacemos. Y los demonios siguen merodeando por allí: juguetones, traviesos, ávidos de víctimas. No sé, tal vez algún día -podría ser una buena hipótesis, un buen supuesto- los demonios se cansen de la misma carne y terminen por devorar a quienes los dejaron libres.

Fuente:www.eluniversal.com rigilo99@hotmail.com

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