lunes, mayo 19, 2008

"La Guerra de Chávez"


POR: MIGUEL BAHACHILLE.

Los planes del Gobierno no van más allá de escudar las ambiciones personales instituidas en una mente canija; o puede que cruel. Bajo esa premisa, ¿cómo puede ejercerse el poder con ponderación y quién lo controla? ¿Guerra con Colombia? ¿Decide una minoría accidental sobre una mayoría tal vez mucho mejor informada y por lo tanto mas objetiva? Los teóricos marxistas incurables denominan esas ofuscaciones que tanto daño hacen como "la sociedad sin preferencias". La ficción de guerra propuesta por Chávez se circunscribe en un nefasto sumario predicado por el Che: "la revolución violenta es la confirmación vertiginosa de la democracia". Tal aseveración en el siglo XXI es una mascarada para subyugarnos a unas cuantas estructuras que, además de su hosquedad, actúan con brutalidad e ineficacia. Luego de diez años de gobierno se desconoce algún juicio que contenga aunque sea una idea de eficaz orientación social.

Ante tanta incompetencia se echa mano al armatoste de la guerra. En esas condiciones es imposible moderar los conflictos; por el contrario, se revierten reforzados. Ya carece de eficacia el artilugio la guerra para aliviar las dificultades políticas internas del régimen. Evidentemente la amenaza provocada por "el comandante" se circunscribe en esta particularidad. Basta con los conflictos acopiados de cada quien, en ocasiones de dimensiones colosales, para permitir que se instauren perniciosos espacios para la autodestrucción. La mayoría rechaza los trances violentos; tampoco quiere soluciones a largo plazo; exige respuestas inmediatas. Tal condicionamiento conduce fatalmente a la frustración ciudadana y, posteriormente, a la represión.

El constante estado de excitación de la población acrecentado por la multiplicación de sus compromisos se manifiesta de múltiples maneras. Ante la carencia de respuestas concretas, los cuerpos represivos agreden a los contestatarios con los que se topan en su trayecto. Así el hábito de permanente agresión se transforma en rito y, tal como ocurre a menudo en países violentos, en neurosis colectiva. Chávez, con el propósito de someter al pueblo a una constante borrachera política, confunde adrede los conceptos de conflicto y crisis. Piensa que ese equilibrio inestable es conveniente para su proyecto. No se da cuenta que más temprano que tarde esas contrariedades estallarán en su cara y sobre el país de manera simultánea.

Ninguna sociedad puede convivir dentro de una aceptable racionalidad si lo hace con la creencia de que sus concepciones, proposiciones y decisiones, fluctúan de una crisis a otra. Ahora, luego de las promesas gubernamentales no cumplidas, la gente quiere soluciones a corto plazo para problemas que deben ser resueltos en generaciones. Es más fácil para los oficialistas culpar a los especuladores y políticos que indagar sobre las excesivas "programaciones" disparatadas y erróneas del régimen.

Por ejemplo, el fracaso económico se debe a la desmedida intervención estatal y el educativo a la desacertada concepción marxista pasada de moda. Ante tan evidente amenaza, ningún habitante debe sentirse libre de débito bajo el alegato que nadie le preguntó. Al inocente le sirve de muy poco que no se le crea. El culpable, en cambio, debe ser juzgado por la mayoría. Ahora toca ejercer nuestros derechos con arrojo y vigilar que las resultas no sean reemplazadas por el sermón inútil.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Antonio LEDEZMA: EL CAMALEÓN del Caribe


EL CAMALEÓN del Caribe


Cada vez que observamos el comportamiento de Chávez dentro y fuera de Venezuela, nos terminamos de convencer de que este personaje no tiene compongo. Chávez cree que lo que dice se evapora sin dejar rastros que permitan a la opinión pública nacional e internacional seguirle la pista a sus afirmaciones.

Lo vimos arribar a tierra peruana desparramándose en halagos dirigidos a su homólogo Alan García, el mismo al que meses atrás convirtió en blanco de las más feroces descalificaciones con las que se pueda atacar despiadadamente a un enemigo. “Ladrón, inmoral, asesino”, fueron algunas de las palabras con las que Chávez descalificó a quien competía con uno de sus pupilos en esas elecciones que terminó ganando el actual jefe de Estado del Perú.

Sin embargo para Chávez ahora “Alan es un tipo simpático y muy amable”. Y es que para Chávez no resulta nada complicado fingir, y es por ello que en eso de la impostura es considerado un verdadero maestro. Si se le conociera como hombre de las tablas, nadie dudaría en pensar que sería un aventajado alumno de la escuela de teatro “Juana Sujo”.

Y la verdad es que cambia de temperamento de un momento a otro con una facilidad pasmosa. Recordemos que meses atrás casi decreta una guerra con Colombia, pero horas después las aguas volvieron a su cauce normal, una vez que Chávez se abrazó en público con su archienemigo Uribe en suelo dominicano.

El fin de semana pasado también lo oímos mandándole saludos a su “amigo” el rey Juan Carlos. Después quiso sorprender a todo el mundo dándole besitos a la canciller alemana.

Lo que pasa es que ya la gente sabe a qué atenerse con este personaje que fue capaz de asegurar que lo habían invitado a territorio teutón, versión que minutos después fue desmentida por la vocería oficial del gobierno berlinés.

O sea, Chávez antes de salir de Venezuela con rumbo a Lima insulta, despotrica y ofende a la canciller de Alemania y luego llega allá, a Lima, tratando de aparentar de que todo está absolutamente normal. Lo cierto es que las pruebas del computador lo tienen desencajado.

Eso es gravísimo y él lo sabe. Trata de defenderse corriendo hacia adelante, pero son muy grandes los obstáculos que debe saltar y ya las fuerzas le escasean. Las mentiras no le pueden ganar la batalla a la verdad.