POR:RICARDO LAGOS.
Madrid 26-07-2008. Especial para el Diario El País".Se cumple hoy el centenario del nacimiento de Salvador Allende, el socialista que quiso hacer una revolución en democracia. Los golpistas se lo impidieron, pero las alamedas de la libertad volvieron a abrirse en Chile."
Hoy, 26 de junio, se cumplen 100 años del nacimiento de Salvador Allende. Un nombre cuya huella no sólo dejó su impronta en la historia de Chile, sino también en el imaginario político del mundo contemporáneo. Los 100 años de Allende no fueron de soledad, sino de compromiso creciente con los pobres y postergados, con los soñadores de sociedades más justas y con los impulsores de un orden internacional sin dominadores y dominados.
Por eso, esta conmemoración también nos convoca a una pregunta esencial: ¿por qué los Mil días de Allende como presidente de Chile han capturado la imaginación de tantos en todo el planeta? Esa experiencia suscitó emociones mayores, también discusiones profundas, al igual que sueños derrumbados cuando bullían los entusiasmos. Algo especial hubo allí, capaz de provocar una tremenda ola de solidaridad que movilizó a hombres y mujeres de todos los continentes.
Por eso, esta conmemoración también nos convoca a una pregunta esencial: ¿por qué los Mil días de Allende como presidente de Chile han capturado la imaginación de tantos en todo el planeta? Esa experiencia suscitó emociones mayores, también discusiones profundas, al igual que sueños derrumbados cuando bullían los entusiasmos. Algo especial hubo allí, capaz de provocar una tremenda ola de solidaridad que movilizó a hombres y mujeres de todos los continentes.
Tal vez porque aquélla fue una experiencia inédita. Como Allende lo dijo: "Pisamos un camino nuevo; marchamos sin guía por un terreno desconocido; apenas teniendo como brújula nuestra fidelidad al humanismo de todas las épocas".
Esos Mil días tuvieron lugar en un Chile republicano. Un país respetado en el mundo por la forma como, a poco andar de su independencia, estuvo en condiciones de cimentar una república en bases sólidas. Durante el siglo XX esa república fue capaz de abrir espacios a una creciente movilidad social y a una clase media forjada a través de un sistema educacional gratuito, laico y abierto a todos.
Allende es al mismo tiempo resultado y factor del Chile republicano: origen social, formación académica, adscripción doctrinaria -más que ideológica-, lealtades y pertenencias. Es difícil entender el Chile que se generó desde la década de los 30 en el siglo pasado sin el protagonismo de Allende.
Allende actuó siempre en el marco de las instituciones constitucionales y las defendió en su mérito y en su condición de instrumentos reguladores de su propia transformación. Esa convicción determinó su conducta política desde sus primeras responsabilidades parlamentarias hasta su decisión de acabar con su vida cuando esas instituciones eran barridas por la fuerza.
Allende emerge de un país donde amplios sectores aspiran a mayor igualdad y justicia. En el Chile de comienzos del siglo XX donde la izquierda se fue haciendo cada vez más fuerte. Liberales y radicales del siglo XIX en su brega por mayores libertades y tolerancia abrieron el camino para las demandas sociales por largo tiempo sofocadas; así, cinco años antes de la revolución soviética, en junio de 1912, se funda el Partido Obrero Socialista, nombre inicial del Partido Comunista, el cual una década después logra tener dos diputados en el Parlamento. A comienzo de los años treinta emerge un fuerte Partido Socialista, en cuya fundación participó Allende.
Esa izquierda fuerte y en ascenso avanzó en tiempos de guerra fría y por ello el conflicto ideológico mundial también tuvo, como en otros países, su proyección al interior de Chile. Cuando llegan los magníficos sesenta, Chile vive un fuerte desarrollo político en torno a sectores de avanzada. Para unos la opción está en torno a una izquierda impregnada de nuevos entusiasmos, sobre todo tras la revolución cubana y las nuevas demandas juveniles; para otros, la respuesta está cerca del centro político, con la propuesta democratacristiana y su contundente respaldo parlamentario.
Muchos han dicho que hubo un desarrollo político demasiado grande para un país que crecía en cifras modestas en lo económico. El camino pasó de la experiencia conservadora de Jorge Alessandri al proyecto de cambio demócrata cristiano de Frei Montalva, para llegar a la propuesta de la Unidad Popular en los 1.000 días de Allende. Era el Chile dividido en tres tercios.
En ese contexto, Allende entendía la acción política como una tarea de pedagogía y organización y así fue factor determinante en la creación de una izquierda cuyo crecimiento social, cultural y electoral él mismo promovió y buscó ampliar. Ya en el Gobierno, intentó hacer grandes cambios y algunos de sus logros -como la nacionalización del cobre- encontraron pleno respaldo político de todos los sectores. Pero las transformaciones profundas de la estructura productiva no pudieron concretarse, porque no hubo mayorías parlamentarias para respaldar el proceso. Y la política saltó del debate institucional parlamentario a la calle.
Por otra parte, el esfuerzo máximo por producir esos cambios y la tensión social involucrada hizo que muchos demócratas reales sintieran que el camino de Salvador Allende, a la larga, no permitiría mantener la democracia en Chile. Y, en defensa de la democracia, se colocaron en una oposición dura a Salvador Allende. Más allá, estaban los otros, los del golpismo al acecho.
Se da entonces la paradoja de un país donde el Gobierno no tiene mayoría para plantear los cambios profundos que el gobernante reclama, pero donde tampoco existe mayoría parlamentaria para poner fin a esa propuesta política.
Es un contexto de creciente polarización interna donde incluso fuerzas de inspiración semejante y objetivos, visto a la distancia, similares devienen en adversarios radicales. Es probable que la debilidad política mayor de Allende haya sido no imponer y convencer a sus partidarios que el camino del cambio a través de la democracia sólo es posible consolidando grandes mayorías basadas en amplios consensos.
Avanza 1973 y la república y sus instituciones se tensionan al máximo. Salvador Allende decide convocar a un plebiscito para lo cual requiere la aceptación del Parlamento. Sabe tanto que el triunfo es difícil como que es la forma de resolver pacíficamente el dilema institucional.
No alcanzó a comunicarlo a la ciudadanía... Frente a la quiebra institucional, Allende responde con el testimonio profundo de sus palabras y su acción: "Trabajadores de mi Patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley". Y así lo hizo.
Su gesto habla de esa condición de republicano convencido, de su afán de hacer en democracia una revolución que no había tenido lugar en ninguna parte. Es lo que asombra y cautiva al mundo. También lo que conmociona a los centros de poder, no dispuestos a aceptarlo porque temen el ejemplo.
Hoy, a 100 años de su nacimiento, vivimos otro Chile, otro escenario internacional sin la guerra fría, pero con los peligros propios de un proceso globalizador que no tiene reglas. La forma en que hemos sido capaces de encarar la transición de dictadura a democracia en Chile ha sido vista por muchos con admiración, la tarea se ha hecho rescatando los valores democráticos y republicanos en que Chile asentó lo mejor de su historia
Al conmemorar a Allende en este aniversario, lo hacemos con el respeto y el afecto a una figura profundamente leal a sus ideas y a sus principios. Aquel que muere en La Moneda y deja, tras su sacrificio final, el testimonio de una vida luchando por un país donde la libertad sea el espacio para construir una mayor igualdad, un país donde ser libre para votar también signifique ser libre para vivir.
A los 100 años de Allende reconstruimos el optimismo desde lo profundo de sus propias palabras: "Más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor". Y nos dicen algo más: esas grandes alamedas hay que cuidarlas día a día, fortalecerlas día a día, para seguir transitando por ellas hacia destinos mejores. La democracia es, en última instancia, ese conjunto de árboles sólidos, diversos y entrelazados por donde el ser humano quiere ir buscando la oportunidad de sus sueños. Es la lección que nos dejó Salvador Allende.
Ricardo Lagos es ex presidente de Chile y presidente del Club de Madrid.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario