Nueve personas son rescatadas en los Andes tras estrellarse su avioneta y pasar cuatro días a temperaturas bajo cero y sin comida
Desde el siniestro, el piloto se encargó de dar consejos, organizar a todos y racionalizar las provisiones. En los últimos instantes de su vida, Bahamonde dio su último consejo: "Si es necesario, incendiad el avión, eso provocará una enorme humareda". Como cuenta Jorge Uribe: "Él nos salvó. Nosotros tratamos de salvarlo a él y no pudimos". Según el relato de otros compañeros, también fue importante la labor de Sonia Cárdenas, profesora de profesión, que mantenía lo más alta posible la moral del grupo.
ELPAÍS.com - Madrid - 13/06/2008."Pensábamos que moriríamos de frío y sin comer". Son las palabras de Víctor Suazo, uno de los nueve supervivientes que han pasado un calvario de cuatro días, a temperaturas de 10 grados bajo cero y sin nada que llevarse a la boca, después de que la avioneta en la que viajan se estrellase en mitad de los Andes.
Todo empezó el pasado sábado, un día de densa niebla y fuertes lluvias en Chile, cuando una avioneta Cessna 208 Caravan despareció de los radares para ir a estrellarse a una zona boscosa de los Andes. Diez pasajeros iban a bordo y se temía lo peor. Pero todos sobrevivieron al golpe. Lo comunicaron por el transistor, aunque les esperaba un infierno perdidos en mitad de la nada mientras las autoridades chilenas movilizaron a más de 100 personas para su búsqueda.
"Sólo podíamos caminar, tapábamos a los heridos e íbamos a buscar agua a unos 20 metros del avión cada mañana a la espera del rescate", cuenta uno de los supervivientes, que se refugiaron en el fuselaje del aparato e hicieron fogatas con la ropa, mientras las condiciones atmosféricas adversas, las fracturas y heridas y la falta de alimento se enseñaban con ellos.
"Yo comía pasto", reconoce Jorge Uribe, otro de los pasajeros. Como él, sus compañeros cogían hierbas o la poca leche en polvo o galletas del avión. Era la única manera de llevarse algo a la boca, pero escaseaba y amenazaba con acabarse a medida que pasaban las horas.
Muere el piloto
Durante el día colocaban los chalecos reflectantes sobre la nave para darse a ver a los equipos de rescate. También se cuidaban unos a otros. Pero el transistor dejó de funcionar el martes y las esperanzas disminuían. Más aún cuando murió el piloto del avión, Nelson Bahamonde, con más de 16.000 horas de vuelo y auténtico coordinador del grupo hasta su fallecimiento.
Todo empezó el pasado sábado, un día de densa niebla y fuertes lluvias en Chile, cuando una avioneta Cessna 208 Caravan despareció de los radares para ir a estrellarse a una zona boscosa de los Andes. Diez pasajeros iban a bordo y se temía lo peor. Pero todos sobrevivieron al golpe. Lo comunicaron por el transistor, aunque les esperaba un infierno perdidos en mitad de la nada mientras las autoridades chilenas movilizaron a más de 100 personas para su búsqueda.
"Sólo podíamos caminar, tapábamos a los heridos e íbamos a buscar agua a unos 20 metros del avión cada mañana a la espera del rescate", cuenta uno de los supervivientes, que se refugiaron en el fuselaje del aparato e hicieron fogatas con la ropa, mientras las condiciones atmosféricas adversas, las fracturas y heridas y la falta de alimento se enseñaban con ellos.
"Yo comía pasto", reconoce Jorge Uribe, otro de los pasajeros. Como él, sus compañeros cogían hierbas o la poca leche en polvo o galletas del avión. Era la única manera de llevarse algo a la boca, pero escaseaba y amenazaba con acabarse a medida que pasaban las horas.
Muere el piloto
Durante el día colocaban los chalecos reflectantes sobre la nave para darse a ver a los equipos de rescate. También se cuidaban unos a otros. Pero el transistor dejó de funcionar el martes y las esperanzas disminuían. Más aún cuando murió el piloto del avión, Nelson Bahamonde, con más de 16.000 horas de vuelo y auténtico coordinador del grupo hasta su fallecimiento.
Desde el siniestro, el piloto se encargó de dar consejos, organizar a todos y racionalizar las provisiones. En los últimos instantes de su vida, Bahamonde dio su último consejo: "Si es necesario, incendiad el avión, eso provocará una enorme humareda". Como cuenta Jorge Uribe: "Él nos salvó. Nosotros tratamos de salvarlo a él y no pudimos". Según el relato de otros compañeros, también fue importante la labor de Sonia Cárdenas, profesora de profesión, que mantenía lo más alta posible la moral del grupo.
El día antes del rescate las fuerzas estaban prácticamente agotadas. "Nos protegimos con la misma ropa que llevamos, nos agrupamos todos juntos y rezábamos", afirma Uribe. Al final, el jueves, con el sol ganando su partida a la lluvia, los equipos de rescate dieron con ellos en una zona de difícil acceso situada a 15 kilómetros de la localidad de La Junta, en la región de Aysén. Lo único que le salió decir a Miguel Almohacid, empleado de una tienda en Chile, al ver a sus salvavidas llegar al rescate, fue: "Una noche más y hubiéramos muerto". Pero, tras cuatro días en las peores condiciones en los Andes, sobrevivieron y sucedió el milagro.
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