martes, abril 15, 2008

"La historia del 11 de abril" ("El petróleo...arma que abre y cierra las puertas del infierno... Fue un montaje")


POR:ASDRÚBAL AGUIAR.

Chávez pactó con agentes cubanos, libios e iraquíes el desmantelamiento de Pdvsa

El pueblo y la Fuerza Armada, para los celebrantes del 11 A, habrían repuesto al Presidente en su mando luego de un golpe fascista; no, como lo fue, después de una renuncia pactada sobre la sangre inocente de 19 venezolanos y que voceara el hoy embajador en Portugal, General Lucas Rincón.
La verdad habrá que repetirla, pues es distinta a la que construye el catecismo de la revolución.
En 1998, tras sus primeros engaños: su amor a los medios, al sector privado y a las inversiones extranjeras, Hugo Chávez, desde La Habana, pactó con los agentes cubanos, libios e iraquíes el desmantelamiento de Pdvsa, la segunda trasnacional petrolera más importante del mundo, caso de llegar a la Presidencia. Querían disponerla como un arma letal para la expansión del proyecto de Cuba en la región, y para que ayudase a los árabes en su confrontación contra Occidente.
Estos son los datos tras el 11 A, y explican bien la confesión del Secretario presidencial, Jesse Chacón: "En esa fecha profundizamos el socialismo".
La doblez de Chávez no tendría que sorprendernos. Mucho antes, el 13 de enero de 1959, su maestro, Fidel, declaró: "son calumnias contra la revolución decir que somos comunistas", hasta cuando el 2 de diciembre de 1961 se confesó mentiroso: "Si cuando estábamos alzados hubiéramos dicho que éramos comunistas, aun estaríamos en la Sierra".
Así las cosas, al provocar -como lo reconoce más tarde ante la Asamblea Nacional- el conflicto en Pdvsa y echar de ella a 20.000 de sus gerentes y empleados, no hacía sino poner en marcha -al costo que fuese- la ejecución del acuerdo al que se había comprometido. El petróleo, lo sabían todos y el mismo Chávez, es el arma que abre y cierra las puertas del infierno.
La marcha del 11 A, en defensa de nuestro oro negro -léase de nuestra soberanía- movilizó no a diez ni a cien mil sino a casi un millón de venezolanos. No fue un espejismo mediático. Nadie podría sostener, seriamente, la tesis de un golpe concertado con una sociedad hecha de banderines, desnuda de tanques.
Lo veraz fue que el Presidente, antes que armonizar o adoptar las medidas de policía que hubiesen evitado el desbordamiento que esperaba, decidió consciente darle rienda a su desafío criminal. Y para ello invitó a sus seguidores, para que confrontasen en la calle. Todas estas circunstancias quedaron registradas, no son hijas de la especulación.
Chávez, recordémoslo, anunciaba por TV la normalidad y las televisoras mostraban el asesinato de inocentes en la refriega, condenados por ejercer sus derechos democráticos al disenso y como precio de la otra traición: el secuestro por manos extranjeras, árabes y cubanas, del petróleo venezolano.
De modo que, el 11 A, conocimos una modalidad de "golpe fascista" ejecutado con cámaras de televisión y grabadores, donde las pocas armas subrepticias- para un acto vil y preparado- se usaron sobre gente pacífica; no dirimieron la guerra que en ese momento se daba, según Chávez y como su cortina de humo, entre el Imperio y la revolución.
Lo que siguió no es un secreto a voces. Éste abandona a Miraflores con sus pies, no empujado ni con esposas. Tuvo tiempo hasta para llamar al Cardenal, a quien hoy quiere ver en la quinta paila.
Se uniformó de camuflaje y junto a sus edecanes transitó hasta Fuerte Tiuna para una "inocentada": encontrarse con los "alzados". Allí dialogó con ellos, se dio de manos, mediaron los abrazos como lo confirman las fotos de ocasión.
Chávez esperaba de su acordado despacho con honores al exterior, pero en medio de las ambiciones es detenido- aquí sí- por sus mismos compañeros: un lance entre traidores, de última hora. No lo hicieron preso ni los medios ni los fascistas quienes en número de un millón de almas marcharon horas antes, no sin observar tendidos en el camino, víctimas de las balas asesinas, a 19 de sus compañeros.
El fin de la comedia recreaba los contubernios nunca aclarados de aquel otro sainete entre militares, ocurrido el del 4 de febrero de 1992.
Ganados por las agallas, los mismos no lograron ponerse de acuerdo sobre sus tajadas de poder, pero no tuvieron el arresto para desandar el entuerto con las armas, entre ellos y nadie más.
Lo cómodo era regresar la película, dejar que el pueblo cargase con sus víctimas a cuestas y fuese el perseguido, para permitirle al guerrero de Chávez, quien nunca disparó un tiro pero que construye guerras imaginarias y sabe arrimarlas con sus males a los vecinos, volver a Palacio, como si nada.
Fue un montaje y, como lo dice Chacón, para profundizar el "socialismo"; ese que los marchantes del 11A derrotaron con sus votos el mes de diciembre último.

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