Los explosivos cambios en el estado de ánimo del Tiburón Uno en las aguas caribeñas, continúan sucediéndose con mayor frecuencia, y precipitándolo a cometer errores que lo conducen al abismo. Tiburón uno se ha tragado entero el exhibido pequeño librito azul; lo ha mordido, torcido y quebrado algunos dientes, porque el bocado le resultó de acero; sin embargo, se lo tragó; por eso ha debido tramar hacer algunos giros violentos al nadar en las encrespadas aguas, y entre corrientes submarinas insospechadas pronto develará rumbos nuevos moviendo sus aletas dorsales, apartará los peses pilotos que le carcomen el vientre y que como parásitos le chupan la blanca panza, saldrá de ellos, a algunos aprovechará para engullírselos con un simple giro de sus mortales fauces, y absorberá por las agallas a otros recién llegados que se le recostaron al dorso izquierdo, se trata de unos minúsculos pececillos rayados como cebritas acuáticas, que pretendieron cobijarse bajo sus branquias, pero correrán la triste suerte de concluir sus días en el estómago del bestial escualo.
Al parecer, muy probablemente a uno de los peces piloto, el pez calvo, el más falaz, que viene de las babosas y truculentas piedras con apariencia eléctrica, quien está montado y aferrado sobre la cabeza de Tiburón Uno, aferrado de la gran aleta dorsal, irá a parar con sus gastados huesos al frente de la cabecera de playa donde llegan todos los murmullos enmarañados del océano, por allá en el escenario costero en donde todas las ondas del mar concluyen en las orejas de los súbditos; sin embargo Tiburón Uno navega en círculos y cavila meditativo si envia al pez calvo a esa orilla o mantenerlo en su lomo, pero ya no soporta el escozor y el pesado fardo.
Al pez chofer, a quien lleva al frente en su hocico para que le conduzca las relaciones con los peces mayores lejanos a su entorno, muestra un mostacho que derrama una viscosa baba cada vez que debe observar o dirigirse a otros océanos distantes, sólo gruñe al ritmo que el Tiburón le indique; podría moverlo hacia su lomo para que tomé la principal aleta, a él, o al pez globo, el jefe de la guarida de todos los peces colorados del mar, quien es el portador del estandarte, también es calvo y viene de las huestes verdes. A su hocico podría ir un pez peleador e importado, probado en mil batallas extranjeras, es el pez corroncho, por su cara árida, con cráteres lunares, y que hoy tiene la vocería de todas las playas del continente, o tal vez, un pez suplente con nombre del fiel sirviente mudo del zorro.
El pez con nombre de discípulo de cristo, el de la “hegemonía”, “el infiltrado hasta los tuétanos” en las cristalinas y luminosas aguas parecidas a espejos de cristal, destinadas a apagarse pronto, será posiblemente quien dirigirá los aleteos de Tiburón Uno hacia el océano, porque el pez canoso cegatón, el de la voz engolosinada, luce errático, perdido y ambiguo. Tiburón Uno calibra la intensidad de las mareas y corrientes, si divisa olas gigantes, maremotos, tsunamis o cualquier otra situación que le hagan olfatear tormentas, se tragará entero al pez cegatón.
El pez poeta, con nombre de profeta bíblico, caído en desgracia, cuentan que se ha ido a las aguas profundas de la zamba, procurando algún consuelo, porque Tiburón lo apartó de su manada, pero le ha rogado al desagradecido e ingrato Tiburón Uno, que lo envié de paseo a un gran caracol en el mar mediterráneo, indeciso no sabe si comer paella o nadar en la costa azul comiendo file de miñón y champaña la viuda, o vino tinto, -“dicen-“ que el pez profeta, teme ser engullido vivo por venganza en algún río fronterizo por las pirañas, o por los feroces peces caribes que abundan en las riberas apureñas, quienes por esas llanas aguas no obedecen a Tiburón Uno, ya que él navega es en el mar caribe y no se arriesgaría a ahogarse en aguas tan poco profundas y cálidas, además, la envergadura de Tiburón Uno -según él dice- está es para los océanos del “mundo mismo”.
Los tiburones de arrecife, isleños, caribeños, cueros duros, comedores de carroña y azúcar, aliados de Tiburón Uno, junto a varios peces hermanos de especie, también escualos pero de menor peso y envergadura, quienes conforman el sequito íntimo constituido por toda clase de criaturas marinas, que viven adulantes en manada recogiendo cuantos pedazos les lanza o les deja el devorador mayor, están muy inquietos, y nadan junto al aturdido Tiburón Uno, le hacen creer, que están incondicionalmente con él, repitiéndole que permanecen con los ojos precavidos, las dentaduras postizas amoladas, muy bien afiladas, abiertas y prestas para morder, quebrar huesos, romper nervios, desgarrar carne cruda y beber sangre si fuera necesario, y así cumplir su misión de proteger al Tiburón Uno; pero realmente están siempre listos para huir cuando vean debilitarse al creído y autoengañado escualo desfasado.
Todo es en virtud de las anunciadas asechanzas de muchos otros peces y escualos enfurecidos, tan pesados y poderosos como aquel, algunos de ellos antiguos compañeros de navegación en el espumoso mar, pero quienes ahora hastiados por tantos mordiscos erráticos de Tiburón Uno, envalentonados lo mantienen muy nervioso, sin conciliar el sueño, haciéndolo tragar grueso e indigestándolo, porque el Tiburón Uno, despiadado, se ha engullido entero sin derramar un lágrima el libro azul que es de acero, y ahora le pesa muchísimo en su vulnerable estómago, y eso no lo dejará jamás volver a nadar tranquilo, tal exceso, pareciera destinarlo indefectible e irremediablemente a hundirlo en el abismo para siempre, más tarde o más temprano, por no saber masticarlo, digerirlo y cometer el grave error de tragárselo entero. Tiburón Uno está indigestado y va rumbo al oscuro abismo antidemocrático, donde nadie podrá auxiliarlo, así podría quedar algún día, si no vomita o defeca oportunamente la dura roca democrática que yace en su barriga.
Al parecer, muy probablemente a uno de los peces piloto, el pez calvo, el más falaz, que viene de las babosas y truculentas piedras con apariencia eléctrica, quien está montado y aferrado sobre la cabeza de Tiburón Uno, aferrado de la gran aleta dorsal, irá a parar con sus gastados huesos al frente de la cabecera de playa donde llegan todos los murmullos enmarañados del océano, por allá en el escenario costero en donde todas las ondas del mar concluyen en las orejas de los súbditos; sin embargo Tiburón Uno navega en círculos y cavila meditativo si envia al pez calvo a esa orilla o mantenerlo en su lomo, pero ya no soporta el escozor y el pesado fardo.
Al pez chofer, a quien lleva al frente en su hocico para que le conduzca las relaciones con los peces mayores lejanos a su entorno, muestra un mostacho que derrama una viscosa baba cada vez que debe observar o dirigirse a otros océanos distantes, sólo gruñe al ritmo que el Tiburón le indique; podría moverlo hacia su lomo para que tomé la principal aleta, a él, o al pez globo, el jefe de la guarida de todos los peces colorados del mar, quien es el portador del estandarte, también es calvo y viene de las huestes verdes. A su hocico podría ir un pez peleador e importado, probado en mil batallas extranjeras, es el pez corroncho, por su cara árida, con cráteres lunares, y que hoy tiene la vocería de todas las playas del continente, o tal vez, un pez suplente con nombre del fiel sirviente mudo del zorro.
El pez con nombre de discípulo de cristo, el de la “hegemonía”, “el infiltrado hasta los tuétanos” en las cristalinas y luminosas aguas parecidas a espejos de cristal, destinadas a apagarse pronto, será posiblemente quien dirigirá los aleteos de Tiburón Uno hacia el océano, porque el pez canoso cegatón, el de la voz engolosinada, luce errático, perdido y ambiguo. Tiburón Uno calibra la intensidad de las mareas y corrientes, si divisa olas gigantes, maremotos, tsunamis o cualquier otra situación que le hagan olfatear tormentas, se tragará entero al pez cegatón.
El pez poeta, con nombre de profeta bíblico, caído en desgracia, cuentan que se ha ido a las aguas profundas de la zamba, procurando algún consuelo, porque Tiburón lo apartó de su manada, pero le ha rogado al desagradecido e ingrato Tiburón Uno, que lo envié de paseo a un gran caracol en el mar mediterráneo, indeciso no sabe si comer paella o nadar en la costa azul comiendo file de miñón y champaña la viuda, o vino tinto, -“dicen-“ que el pez profeta, teme ser engullido vivo por venganza en algún río fronterizo por las pirañas, o por los feroces peces caribes que abundan en las riberas apureñas, quienes por esas llanas aguas no obedecen a Tiburón Uno, ya que él navega es en el mar caribe y no se arriesgaría a ahogarse en aguas tan poco profundas y cálidas, además, la envergadura de Tiburón Uno -según él dice- está es para los océanos del “mundo mismo”.
Los tiburones de arrecife, isleños, caribeños, cueros duros, comedores de carroña y azúcar, aliados de Tiburón Uno, junto a varios peces hermanos de especie, también escualos pero de menor peso y envergadura, quienes conforman el sequito íntimo constituido por toda clase de criaturas marinas, que viven adulantes en manada recogiendo cuantos pedazos les lanza o les deja el devorador mayor, están muy inquietos, y nadan junto al aturdido Tiburón Uno, le hacen creer, que están incondicionalmente con él, repitiéndole que permanecen con los ojos precavidos, las dentaduras postizas amoladas, muy bien afiladas, abiertas y prestas para morder, quebrar huesos, romper nervios, desgarrar carne cruda y beber sangre si fuera necesario, y así cumplir su misión de proteger al Tiburón Uno; pero realmente están siempre listos para huir cuando vean debilitarse al creído y autoengañado escualo desfasado.
Todo es en virtud de las anunciadas asechanzas de muchos otros peces y escualos enfurecidos, tan pesados y poderosos como aquel, algunos de ellos antiguos compañeros de navegación en el espumoso mar, pero quienes ahora hastiados por tantos mordiscos erráticos de Tiburón Uno, envalentonados lo mantienen muy nervioso, sin conciliar el sueño, haciéndolo tragar grueso e indigestándolo, porque el Tiburón Uno, despiadado, se ha engullido entero sin derramar un lágrima el libro azul que es de acero, y ahora le pesa muchísimo en su vulnerable estómago, y eso no lo dejará jamás volver a nadar tranquilo, tal exceso, pareciera destinarlo indefectible e irremediablemente a hundirlo en el abismo para siempre, más tarde o más temprano, por no saber masticarlo, digerirlo y cometer el grave error de tragárselo entero. Tiburón Uno está indigestado y va rumbo al oscuro abismo antidemocrático, donde nadie podrá auxiliarlo, así podría quedar algún día, si no vomita o defeca oportunamente la dura roca democrática que yace en su barriga.
2 comentarios:
Excelente historia, supongo que cualquier similitud con la vida real es pura coincidencia
Estimado y respetado amigo Lemr40, esta vez me temo que supones mal en mucho tiempo; porque cualquier parecido con la vida real no es pura coincidencia...
Por favor,interpreta las metáforas adecuadamente, identifica correctamente el nombre de los peces y deducirás el nombre real de los personajes, así obtendrás seguramente tus propias conclusiones...y comprenderás los pronósticos.
Un gran saludo.
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