El mensaje que ofreció ayer en cadena de radio y televisión el Presidente Chávez a la nación, con motivo de la conmemoración de los trágicos sucesos del 11 de abril del 2.002 nos pareció muy inadecuado, inapropiado, por lastimoso y patético. No vimos a un Jefe de estado dirigiéndose a todos los ciudadanos de todo un país, sino que parecía más bien el jefe de una facción, hablándole únicamente a los sectores que lo apoyan, defendiendo su gobierno a todo evento y actuando como si estuviera mostrando un botín de guerra a sus incondicionales y aduladores partidarios, quienes siempre lo acompañan para aplaudirle cuanta idea se le ocurra.
Al principio se dirigió a la nación desde su despacho del palacio de Miraflores, de pie en el centro del salón, flanqueado por los gigantescos cuadros de Simón Bolívar a su derecha, Rafael Urdaneta a su izquierda, Antonio José de Sucre hacia el frente, y una imagen de Jesucristo a su espalda. Nos lució muy histriónico, poco natural, como si estuviera poseído por una suerte de delirio de grandeza; volvió a incurrir en el exceso, la exageración, el melodrama, la sensiblería, el sentimentalismo acomodaticio, el gesto arreglado, parecía con una actitud fingida, muy dramático. Era sin duda una inmejorable ocasión para hacer un acto de constricción, y convocar a todo el país a la anhelada reconciliación, usar ese momento solemne para unir a los conciudadanos, enviando un mensaje incluyente, de paz, de invitación al trabajo colectivo para sacar el país a delante entre todos.
Prefirió el presidente de nuevo emplear su valioso tiempo, para volver a plantear las cosas como si librara una guerra, insiste en su actitud amenazante contra todos aquellos que lo adversan legítimamente, como diciéndonos a todos los venezolanos: “Yo estoy aquí a pesar de todo y de todos quienes no me quieren, y aquí estaré a pesar de todo lo que intenten”. Como si le preocupara únicamente mantenerse en el poder, y no existiera más nada importante que pedirles a sus partidarios, que lo preserven hasta el final de sus días en su cargo presidencial.
El presidente, vuelve a incurrir en excesos injustificables, está poseído aparentemente por una obsesión que lo domina, nos pareció presa de una actitud paranoide, como si fuera víctima de una manía persecutoria. Es muy preocupante, que a estas alturas el jefe del estado no haya logrado drenar su lógica rabia por lo que debió enfrentar ese difícil día del 11 de abril. Es claro que lo invade el rencor, el resentimiento y la sed de venganza contra todos aquellos a quienes considera sus jurados enemigos y no sus adversarios políticos, Tal vez para él en realidad estos episodios lamentables que debió sufrir le hayan golpeado muy fuerte el ego y se le ha convertido en un asunto de vida o muerte, al menos así logró transmitírnoslo; su ira la transpira, se le ve en los ojos y ya no la puede siquiera disimular.
Que un presidente de la república posea como todo el mundo defectos es normal, lo injustificable, lo peligroso es que esos defectos se vuelvan crónicos, y que sean una amenaza para todos. Tenemos en la presidencia de la República a un líder con mucho poder pero también con mucha ira contenida, que ¡Dios nos ayude! a todos los venezolanos, el día en que decida no seguir “tragando arena” como lo ha confesado públicamente, haciendo clara alusión a todo lo que ha debido contenerse cada vez que algo no le gusta, y hacerle caso a quienes según él mismo lo han mal aconsejado a “sacar los tanques” cada vez que una decisión del Tribunal Supremo de Justicia no ha sido de su agrado. “Saque los tanques” -cuenta que le han sugerido- se dice fácil, pero no se miden a veces las consecuencias de sus palabras y acciones, como tampoco las midió el día que iracundo decidió usar el pito para botar de sus cargos ante las cámaras a la alta gerencia petrolera, como tampoco las mide cada vez que se enoja y comienza a amenazar a todo al que considere su enemigo, para garantizarle el uso de las armas de la república si le fuera necesario, para eso tiene aviones, tanques, fusiles, reserva militar, ejercito, pueblo y dólares, allí parece que se le olvida la paz del mundo, nuestro Señor Jesucristo redentor y las rectas intenciones, cada vez que siente que le tocan su sagrado cargo presidencial, comienza a amenazar con emplear los tanques y dejar de "tragar arena", es decir, cuando se le agota su paciencia.
Por eso la intervención del presidente anoche nos pareció muy negativa, y lamentable, sobre todo en el momento en que reinició el programa desde el salón Ayacucho rodeado de los aduladores de siempre. En verdad esperábamos un gesto noble del presidente por el luto de la fecha, por la trascendencia del momento clave que vivimos; pero no, el líder del proceso prefirió regodearse frente al país de lo que él seguramente considera su mejor momento de heroicidad, el día que lo obligaron a renunciar, tal y como lo confesó su General en Jefe Lucas Rincón, el día en que “se le solicitó la renuncia la cual aceptó”, el día más triste de su vida, en el cual debió dejar de "tragar arena" y decidir ordenar por fin sacar los tanques, para aplicar el tristemente célebre “plan Ávila” que no le fue obedecido por el escurridizo General Rosendo y muchos otros que lo desobedecieron, otrora sus incondicionales.
Al principio se dirigió a la nación desde su despacho del palacio de Miraflores, de pie en el centro del salón, flanqueado por los gigantescos cuadros de Simón Bolívar a su derecha, Rafael Urdaneta a su izquierda, Antonio José de Sucre hacia el frente, y una imagen de Jesucristo a su espalda. Nos lució muy histriónico, poco natural, como si estuviera poseído por una suerte de delirio de grandeza; volvió a incurrir en el exceso, la exageración, el melodrama, la sensiblería, el sentimentalismo acomodaticio, el gesto arreglado, parecía con una actitud fingida, muy dramático. Era sin duda una inmejorable ocasión para hacer un acto de constricción, y convocar a todo el país a la anhelada reconciliación, usar ese momento solemne para unir a los conciudadanos, enviando un mensaje incluyente, de paz, de invitación al trabajo colectivo para sacar el país a delante entre todos.
Prefirió el presidente de nuevo emplear su valioso tiempo, para volver a plantear las cosas como si librara una guerra, insiste en su actitud amenazante contra todos aquellos que lo adversan legítimamente, como diciéndonos a todos los venezolanos: “Yo estoy aquí a pesar de todo y de todos quienes no me quieren, y aquí estaré a pesar de todo lo que intenten”. Como si le preocupara únicamente mantenerse en el poder, y no existiera más nada importante que pedirles a sus partidarios, que lo preserven hasta el final de sus días en su cargo presidencial.
El presidente, vuelve a incurrir en excesos injustificables, está poseído aparentemente por una obsesión que lo domina, nos pareció presa de una actitud paranoide, como si fuera víctima de una manía persecutoria. Es muy preocupante, que a estas alturas el jefe del estado no haya logrado drenar su lógica rabia por lo que debió enfrentar ese difícil día del 11 de abril. Es claro que lo invade el rencor, el resentimiento y la sed de venganza contra todos aquellos a quienes considera sus jurados enemigos y no sus adversarios políticos, Tal vez para él en realidad estos episodios lamentables que debió sufrir le hayan golpeado muy fuerte el ego y se le ha convertido en un asunto de vida o muerte, al menos así logró transmitírnoslo; su ira la transpira, se le ve en los ojos y ya no la puede siquiera disimular.
Que un presidente de la república posea como todo el mundo defectos es normal, lo injustificable, lo peligroso es que esos defectos se vuelvan crónicos, y que sean una amenaza para todos. Tenemos en la presidencia de la República a un líder con mucho poder pero también con mucha ira contenida, que ¡Dios nos ayude! a todos los venezolanos, el día en que decida no seguir “tragando arena” como lo ha confesado públicamente, haciendo clara alusión a todo lo que ha debido contenerse cada vez que algo no le gusta, y hacerle caso a quienes según él mismo lo han mal aconsejado a “sacar los tanques” cada vez que una decisión del Tribunal Supremo de Justicia no ha sido de su agrado. “Saque los tanques” -cuenta que le han sugerido- se dice fácil, pero no se miden a veces las consecuencias de sus palabras y acciones, como tampoco las midió el día que iracundo decidió usar el pito para botar de sus cargos ante las cámaras a la alta gerencia petrolera, como tampoco las mide cada vez que se enoja y comienza a amenazar a todo al que considere su enemigo, para garantizarle el uso de las armas de la república si le fuera necesario, para eso tiene aviones, tanques, fusiles, reserva militar, ejercito, pueblo y dólares, allí parece que se le olvida la paz del mundo, nuestro Señor Jesucristo redentor y las rectas intenciones, cada vez que siente que le tocan su sagrado cargo presidencial, comienza a amenazar con emplear los tanques y dejar de "tragar arena", es decir, cuando se le agota su paciencia.
Por eso la intervención del presidente anoche nos pareció muy negativa, y lamentable, sobre todo en el momento en que reinició el programa desde el salón Ayacucho rodeado de los aduladores de siempre. En verdad esperábamos un gesto noble del presidente por el luto de la fecha, por la trascendencia del momento clave que vivimos; pero no, el líder del proceso prefirió regodearse frente al país de lo que él seguramente considera su mejor momento de heroicidad, el día que lo obligaron a renunciar, tal y como lo confesó su General en Jefe Lucas Rincón, el día en que “se le solicitó la renuncia la cual aceptó”, el día más triste de su vida, en el cual debió dejar de "tragar arena" y decidir ordenar por fin sacar los tanques, para aplicar el tristemente célebre “plan Ávila” que no le fue obedecido por el escurridizo General Rosendo y muchos otros que lo desobedecieron, otrora sus incondicionales.
Dios quiera que nunca más sea necesario sacar los tanques, es mejor que siga "tragando mucha arena", según el mismo ha confesado. Paciencia y cordura presidente, mucha calma, tolerancia, reflexión y grandeza de espíritu es lo que esperamos de usted la gran mayoría de los venezolanos, que aún lo reconocemos como nuestro presidente, porque nosotros también sabemos "tragar arena", la diferencia es que no tenemos más armas que nuestra ciudadanía y nuestros legítimos derechos, nosotros no sacamos tanques jamás, ni aunque los tuvieramos disponibles, preferimos siempre el dialogo constructivo y la política de altura.Esa es la democracia, otra cosa distinta, es la guerra fraticida, siempre injustificable e indeseable.
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