lunes, abril 16, 2007

TIBURÓN UNO AL ACECHO

Un aventajado científico venezolano, muy buen amigo, me decía recientemente que al Tiburón Uno había que atenderle no lo que decía y hacía, sino lo que dejaba de decir y hacer, para intentar descubrir sus verdaderas intenciones. Me explicaba que el Tiburón Uno, el mismo que ordenó ejecutar e implementar el tristemente célebre plan con nombre de cerro, no tiene miedo de ser pescado, como quiere hacernos creer y muchos le han creído; sino que intenta es provocar una situación en el seno del barco democrático y de las Instituciones, para seguir purgándolas de desobedientes e insubordinados, en los que no confía, para así colocarles un señuelo y atraerlos cual si fuera un Tiburón Blanco hambriento y morderlos hasta partirlos a la mitad.

El Tiburón Uno de la película inmortal, logró devorar vivo y entero en su propio bote al torpe capitán, porque subestimó al pesado escualo, por provocar que la máquina de su destartalado barco se fundiera. El motor se le dañó por soberbio, y además, por precipitarse ante el acoso de la enfurecida bestia, y no saber escuchar a tiempo consejos, porque hasta rompió el radio trasmisor que era lo único a lo que podía recurrir para pedir auxilio cuando quedó a la deriva a merced del asesino pez. Todos alguna vez en nuestras fantasías posiblemente cambiaríamos el triste final del capitán en aquella extraordinaria película; cuantos nos hemos preguntado: ¿Pero por qué se dejó acosar por el Tiburón, por qué fundió la maquina; y si no la hubiera forzado que ha podido ocurrir? Pero así es la película, y terminamos descendiendo de las absurdas fantasías para aceptarlo, así hizo la película su creador y punto.

El Tiburón Uno, no es un pez, sólo se hizo llamar así en clave, pero acosa al país democrático como si lo fuera. Feroz y ansioso de poder, ahora acorrala a los mismos de su especie en las aguas en las que han nadado juntos, a quienes no lo obedezcan ciegamente conminándolos a irse del océano y dejárselo para él solito, si no aceptan su voluntad de convertir al verde mar en una charca al servicio incondicional de su proyecto político personalista. ¿Qué desea el Tiburón ahora? Me temo que algo muy malo para todos, partirnos a la mitad en dos pedazos irreconciliables, dividir a las instituciones para purgarlas y acelerar un desenlace. Está en su elemento, se cree todo poderoso, y esta seguro que puede tragarse entero al que quiera, y tal vez sea así.

Quienes están a bordo del barco lo saben, seguramente quieren también acudir al desafío del Tiburón Uno, pero no son tan torpes como el capitán de la película, estos no desean fundir la máquina por impacientes, no quieren abandonar el barco buscando pescar al escualo que los reta, ni se tragarán el señuelo que el Tiburón les ha colocado; pero si se dejan vencer por el acoso podrían cometer el imperdonable error de dejar el barco a meced de la bestia hambrienta, y también terminar engullidos entre las fauces del Tiburón Uno.

El científico amigo, me advierte, que lo que el Tiburón teme, no es ser cazado como a un animal feroz como tanto repite, si así hubiera sido, hace ya tiempo que su mandíbula repleta de filosos dientes, colgaría de alguna pared cualquiera, como adorno de museo, porque esos pescadores diestrísimos que tanto denuncia, si es verdad que no pelan ejemplar escualo del cual se antojen enviar para casa de san Pedro, si lo quisieran pescar -me ha dicho- su aleta dorsal sería ya sopa caliente, vertida entera en alguna olla asiática.

Lo que el Tiburón Uno quiere es otra cosa; seguro como está que nadie procura cazarlo como suele denunciar, el cazador es él y más nadie. Anda con la mandíbula abierta buscando culpables, y los encontrará, hará su acoso incesante hasta morder mortalmente a sus víctimas, purgará el bote, hará que muchos brinquen al agua indefensos, los dejará sin sustento, flotarán a la deriva chapoteando, vendrá por ellos y los engullirá fácilmente, después irá cómodo sin defensas que se le opongan por el barco para montársele encima y así engullirse a los pocos que queden sobre la borda indefensos.

La recomendación entonces del científico amigo, es estar claros en que el Tiburón Uno nunca ha dejado de serlo y jamás dejará de serlo por su instinto primitivo, probó el sabor y el olor de sus presas y vendrá por más, está enfermo de venganza; hay de aquellos que no comprendan esto, cuando se den cuenta estarán en sus fauces pataleando en vano y pegando alaridos, los pocos que podrán dar, si es que les da tiempo de hacerlo, porque los gritos serán sordos, no habrá por donde darlos, ni quien los escuche a tiempo, será muy tarde; así que, a no forzar, ni fundir el motor, porque “el cementerio de los políticos está repleto de impacientes”, que el barco se mantenga con rumbo firme, y que la tripulación no coma cuentos, ni fintas, ni trague falsos señuelos de Tiburón Uno, cuando el escualo se canse de nadar en vano tras sus víctimas, sólo entonces el barco le pasará por encima para doblegar su ímpetu, y lo conservará alejado del timón del buque, recordándolo siempre como una malísima experiencia.

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