Los latinos son la minoría más grande de Estados Unidos, con 45 millones de habitantes. Foto: AP
CARLOS ES UN LATINO de segunda generación que llegó de México a Estados Unidos cuando apenas tenía 3 años. Hace más de una década logró la nacionalidad y sus dos hijos, de 5 y 7 años, nacieron en ese país y casi ni hablan español, la lengua materna de sus abuelos. Pero desde hace varios meses llegan del colegio al que asisten en Portland, Óregon, llorando y confundidos por los constantes ataques y mofas de sus compañeros. "¿Papi, por qué nos llaman "salta muros"? preguntan, sin saber que se trata de un apodo de moda para los ilegales que a diario cruzan la frontera.
Este colegio es un microcosmos de una tendencia que ha ido ganando terreno: la "latinofobia". Así dicen algunos, al describir el ambiente de hostilidad que enfrenta esta comunidad de más de 45 millones de habitantes.
Insultos que se han traducido en hechos. De acuerdo con un informe del Centro Legal para la Pobreza, y corroborado por estadísticas del FBI, los "crímenes de odio" contra hispanos en Estados Unidos se han disparado en más de un 60% desde el año 2003. Creció de 500 incidentes violentos atribuidos a la discriminación en ese año, a 830 en 2006.
Según el Centro, también se ha registrado un crecimiento en el número de grupos con tendencias anti hispanas o anti inmigrantes: de 600 a comienzos del milenio a 844 el año pasado. Buena parte del problema está descrito en un libro que acaba de publicar el periodista de origen latino Geraldo Rivera bajo el título His PANIC, (que en inglés traduce: 'su miedo') en alusión al temor irracional que existe frente a la comunidad. "Los hispanos se han convertido en los negros de antaño. Se les ataca por el color de su piel sin siquiera diferenciar entre los legales o ilegales", dice Rivera, quien atribuye la culpa a los políticos y a la actual campaña presidencial.
Aunque los hispanos y la ilegalidad son un tema que lleva años presente en el debate estadounidense, pasó a la primera página hace tres cuando se trató de aprobar en el Congreso una ley que buscaba legalizar a los 12 millones de indocumentados que hay en el país.
En su esfuerzo por derrotarla -y pese a que contaba con el apoyo del presidente George W. Bush- muchos legisladores del Partido Republicano agitaron las banderas anti inmigrantes, pidiendo la construcción de muros y el envío de "federales" a la frontera con México.
La ley nunca pasó. Pero como consecuencia hoy abundan los grupos de "vigilantes" que patrullan la frontera y aplican la ley a su albedrío. Muchos estados han aprobado medidas abusivas. En Maryland, por ejemplo, la Policía tiene autoridad para solicitar la identificación de cualquier persona que se sospeche pueda ser ilegal. Como sucedió con los árabes tras los ataques del 9/11, tener rasgos hispanos es causal suficiente para ser detenido e interrogado. El ambiente se ha hecho aún más complejo por la campaña presidencial. Los candidatos, en su esfuerzo por complacer a la base del Partido durante las primarias, endurecieron discursos frente a la ilegalidad.
Incluso el senador John McCain, uno de los proponentes originales de la ley para legalizar a los inmigrantes, dio marcha atrás y hoy es uno de sus críticos. McCain ya ganó la candidatura republicana y es probable que ahora modere su beligerancia. Quizá los latinos, que han ido creciendo como fuerza electoral, tengan la clave para neutralizar la tendencia: su voto en las presidenciales y legislativas del 6 de noviembre.
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