POR:MIGUEL BAHACHILLE.
La pretensión de los radicales para implantar un modelo social fundamentado en dádivas y compra de consciencias está llegando a su final. Los hechos han demostrado, luego de diez años, que no hay manera de adaptar esa ordenación destructiva a los distintos grupos tal como se haría con un traje a la medida. Mientras el Presidente malgasta el tiempo para convencer "al pueblo" que los problemas del país, y de muchos otros latinoamericanos, surgen por la imposición de la política imperialista norteamericana, la gente percibe que la República está seriamente enferma por exceso de burocratización. Después de una década de gobierno, comienza a percibirse el contraste entre la antigua ética tan vilipendiada y la ausencia de ella en este régimen. Nunca antes se había sentido la glorificación del individualismo como ahora; tampoco una atmósfera en la que la acción del mutualismo sea tan reducida.
La pretensión de los radicales para implantar un modelo social fundamentado en dádivas y compra de consciencias está llegando a su final. Los hechos han demostrado, luego de diez años, que no hay manera de adaptar esa ordenación destructiva a los distintos grupos tal como se haría con un traje a la medida. Mientras el Presidente malgasta el tiempo para convencer "al pueblo" que los problemas del país, y de muchos otros latinoamericanos, surgen por la imposición de la política imperialista norteamericana, la gente percibe que la República está seriamente enferma por exceso de burocratización. Después de una década de gobierno, comienza a percibirse el contraste entre la antigua ética tan vilipendiada y la ausencia de ella en este régimen. Nunca antes se había sentido la glorificación del individualismo como ahora; tampoco una atmósfera en la que la acción del mutualismo sea tan reducida.
El designio totalitario busca que la vida personal desaparezca y se establezca un modelo corporativo en el que se obligue a la gente a incorporarse al "proyecto" obviando la elección personal. Se gastan ingentes sumas de dinero tratando de instaurar una consciencia dominada por el conformismo. De esa manera se exalta y se endiosa la figura de "el jefe". Afortunadamente el proyecto está literalmente abortado. Los rechazos latentes se han exaltado y la fe ciega en Chávez se ha desvanecido; se han abierto grietas y los conflictos encubiertos se han hecho más visibles. La insuficiencia alimentaria, la precariedad de las escuelas bolivarianas, el abandono del sistema público de salud, el desprecio de las autoridades por la seguridad, así lo evidencian. Los ideólogos que asesoraron a Chávez en un principio tendrán que escribir de nuevo sus panfletos. Lejos de las predicciones gloriosas del proyecto que acabaría con la pobreza, los ghettos se han incrementado y se perciben incontenibles.
Siempre se ha dicho que una sociedad ha de juzgarse de acuerdo con la manera de tratar a sus minorías; en Venezuela podría decirse que también a las mayorías. La familia venezolana es víctima de la grave divergencia creada por una ficción que proclama metas y normas tendientes al equilibrio social y la realidad actual. Ello acarrea enormes peligros pues el sueño revolucionario podría tener un terrible despertar. Las esferas dominantes, cada vez más fragmentadas, no soportarán la tentación de contener las discrepancias a través de la opresión.
La segregación de los grupos, como tanto lo pregona Chávez, por ejemplo entre ricos y pobres, blancos y negros, industria y agricultura, conlleva ingentes riesgos. Cuanto más escindida está una sociedad la influencia de los prejuicios sociales son más catastróficas sobre los grupos diseminados. Los prejuicios presidenciales estimulan la creación de grandes cismas que, si bien estamos en capacidad de superar, requiere de enormes esfuerzos; para mitigarlos necesitaremos, por lo menos, el paso de una generación. Así, pues, el futuro es hoy; no habrá tiempo para mañana.
Fuente: http://opinion.eluniversal.com/2008/03/17/opi_19127_art_caida-de-la-revoluci_17A1438083.shtml
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El Grupo de Río y un patio de colegio a la hora del recreo
El Grupo de Río tiene algo de patio de colegio a la hora del recreo. Los muchachos se insultan, a veces se golpean, suena el timbre, llega el profe, detiene la pelea, les dice que se den la mano, y todos regresan risueños a clase. Lo dice hoy Carlos Alberto Montaner en su columna de “El Nuevo Herald”.
Esta es su columna:
El Grupo de Río tiene algo de patio de colegio a la hora del recreo. Los muchachos se insultan, a veces se golpean, suena el timbre, llega el profe, detiene la pelea, les dice que se den la mano, y todos regresan risueños a clase. A las Cumbres Iberoamericanas les sucede lo mismo.
La ausencia de protocolo, agravada por el desenfado caribeño –una cultura en calzoncillos, sin inhibiciones– facilita los exabruptos verbales y la hiperactividad gestual de Chávez. El tipo se desata, comienza a cantar, grita, amenaza, abraza, pellizca. (¿Por qué no le dan Ritalín, Prozac, un chupete, algo que lo tranquilice?) Hace unos meses el Rey de España, que es una persona educada y sensata, se desesperó y lo mandó callar, pero fue inútil. El coronel no conoce el silencio. Le tiene pánico.
Sucede, sin embargo, que el incidente entre Colombia y Ecuador no puede zanjarse con un apretón de manos. Si INTERPOL determina que las tres computadoras halladas en el campamento de Raúl Reyes, segundo jefe de las FARC, no son una fabricación del gobierno de Uribe, sino, realmente, pertenecían al comandante narcoterrorista muerto por el bombardeo colombiano, la Corte Penal Internacional tiene que actuar de oficio, investigar a fondo los hechos y castigar a los culpables.
o ha dicho con total solvencia Diego Arria, ex presidente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y gran experto en estos asuntos: “El hecho de que el presidente de Colombia […] haya denunciado a los presidentes de Venezuela y Ecuador como cooperadores de los terroristas que mantienen secuestradas a 700 personas no puede desaparecer por más apretones y sonrisas forzadas que se den”.
En efecto: en los documentos hallados en la computadora de Raúl Reyes se habla del financiamiento de las actividades de las FARC con dinero venezolano. Nada menos que 300 millones de petrodólares. Se describe la complicidad del gobierno del presidente Correa, quien le asigna la tarea de enlace con la narcoguerrilla a uno de sus principales ministros y ofrece alejar de la frontera a los militares que entorpezcan la labor de los insurrectos. Aparecen los traficantes árabes dispuestos a vender misiles y los esfuerzos por adquirir uranio para, presumiblemente, construir bombas sucias capaces de contaminar con radioactividad a miles de personas.
Estamos, pues, en presencia de una organización tan letal y siniestra como Al Qaida, sólo que mucho más antigua (40 años), mejor estructurada y más numerosa, cuya esencial diferencia con la que dirige Osama bin Laden es de carácter metafísico. Al Qaida está empeñada en una cruzada religiosa antisemita y antioccidental. Las FARC son una organización comunista construida dentro de la concepción estratégica y política de la guerra fría, que pudo subsistir tras la desaparición de la URSS y del Bloque del Este porque el narcotráfico y los secuestros le proporcionan los recursos que necesita para mantenerse.
Esto último es muy importante entenderlo. De ahí se derivan la lectura de la realidad y los procedimientos que utiliza Hugo Chávez. El venezolano se percibe como el heredero de la tarea y de las responsabilidades que Moscú traicionó. Chávez está convencido de que el eje Caracas-La Habana-Quito-La Paz es el embrión de lo que algún día será una potencia planetaria capaz de destruir al podrido mundo capitalista occidental. Sueña con que a él le tocará el honor de haber sido el fundador de esa gloriosa etapa neocomunista. Por eso pacta, como pactaba Moscú en su fase expansiva, con los elementos más radicales del mundo, sin tener en cuenta la ideología que los sustenta o los métodos que utilizan. El único requisito que se les exige es que sean profunda y virulentamente antiamericanos y antioccidentales.
Quien quiera entender el comportamiento de Hugo Chávez debería asomarse a La epopeya de la insurrección, un libro muy interesante, pulcramente escrito por el general sandinista nicaragüense Humberto Ortega. Ortega cuenta, con absoluta franqueza, mucho orgullo y miles de datos cómo los comunistas nicas, con grandes sacrificios, lograron montar el aparato subversivo e insurreccional que liquidó a la dictadura de los Somoza, pero una segunda lectura del texto también demuestra el intenso grado de colaboración y solidaridad entre las fuerzas ”hermanas” del campo socialista y de todo el vecindario antioccidental. Cubanos, norcoreanos, rusos, terroristas palestinos se volcaron en ayuda de sus camaradas nicaragüenses “hasta la victoria siempre”.
Chávez no sólo es el heredero de la causa soviética. También heredó esa tradición y esa estrategia de ”internacionalismo revolucionario”, lo que incluye la complicidad total con las bandas criminales. Moscú logró evadirse de las consecuencias de ese delito. Chávez, probablemente, tendrá peor suerte y acabará, como Milosevic, tras la reja.
Chávez no puede ocultar sus delitos
Carlos Alberto Montaner
El Nuevo Herald
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