martes, enero 20, 2009

"Chávez le teme al futuro" ("...le asusta la hora de su juicio...")


POR:ASDRÚBAL AGUIAR.

La Venezuela del porvenir debe votar sin miedo, responder a las bombas con los votos

La orden del "pequeño caporal" que secuestró la Casona de Misia Jacinta con el propósito de no abandonarla -¡échenle plan y bombas lacrimógenas a las estudiantes!- y quien intenta esta vez meternos en cintura -¿ahora sí?- luego de una década de francachelas, no hace sino mostrarlo como se encuentra: tembloroso, asustadizo, casi llorón ante el primer triquitraque estudiantil que le revienta a su paso. Hace más de una década, el 27 de febrero de 1989 para ser exactos, desde su madriguera castrense se comprometió con una acción criminal que arrancó en la vecina Guarenas montada sobre otra legítima queja estudiantil y de vecinos por el precio de los pasajes, y que dejó como saldo más de mil muertos en la ciudad de Caracas. ¿Quién lo viera ahora, acallando la protesta popular y juvenil?

Al principio, como responsable intelectual de esta acción suicida se mantuvo en el silencio de la doblez, pero luego, ya en el poder lo que le falta es decretarla como día festivo, nacional y revolucionario. Y es que cuando se revisa la historia del desandar de este émulo de "pequeño caporal", aparece en la cuenta como fecha del arranque de sus acciones conspirativas dicho 27; y no el manido 4 de febrero de 1992, cuando otra vez, mientras lo suyos dejan la sangre en el camino y cargan con la asonada golpista contra Carlos Andrés Pérez, aquél, mondo y lirondo, negocia agazapado desde La Planicie y se entrega en un virtual teatro de utilería, sin disparar un solo tiro.

Pero el cuento viene al caso porque una vez como asume el Gobierno y se rodea de ordenanzas toma aire y truena como los búfalos -¡ahora sí!- para propiciar el desorden y la disolución nacionales. Y no es que pisoteara -que sí lo hizo entonces y sin piedad- al orden constitucional para montar su propia Constitución, sino que, desde la inauguración de su mandato declara a bocajarro que si el pueblo roba no es delito, pues lo hace por hambre; y si el pobre asalta un predio ajeno no es delincuente sino un necesitado de vivienda. Y así comienza la historia del presente, sobre los 1.000 muertos de El Caracazo y de los otros tantos que quedaran a la vera de los golpes de Estado del 4F y del 27 de noviembre siguiente.

Los primeros días de su mandato fueron, entonces, los de la toma de las ciudades por los buhoneros y a manera de enjambres; los de la invasión de terrenos a diestra y siniestra con el amparo de la Guardia Nacional, intimada por el "pequeño caporal"; y los del ingreso al Estado de no pocos funcionarios acreditados por sus antecedentes penales, que no de currícula.

De modo que la regla es la ausencia de reglas. El derecho es el no-derecho, y la justicia es práctica de la injusticia, casi al ritmo del tango Cambalache: "Hoy resulta que es lo mismo/ser derecho que traidor/ ignorante, sabio o chorro/ generoso o estafador... ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! Lo mismo un burro/ que un gran profesor/ No hay aplazaos ni escalafón/ los ignorantes nos han igualao/ Si uno vive en la impostura/ y otro roba en su ambición/ da lo mismo que sea cura/ colchonero, Rey de Bastos/ caradura o polizón".

No de otro modo, pues, se explican los 28 muertos por homicidios y el promedio de diez mil homicidios por año que se suceden desde el comienzo de la década "revolucionaria".

Pero el tiempo pasa y castiga. El ocupante de Miraflores camina con el sol sobre las espaldas y de allí su angustia por ampliar el mismo tiempo y alejar la larga noche que se le viene encima. Le asusta la hora de su juicio.

Cree, con suma estupidez y en la ceguera que afecta a toda presa del pánico, que el humo de una lacrimógena mata los derechos y acaba con la ideas. ¡Qué triste ejemplo para el rezago de la izquierda contestataria que aún permanece a su lado!

En fin, luego de violentar por enésima vez al Derecho de los Derechos -que eso implica una Constitución en democracia- y al insistir en la enmienda de lo que ya no se puede enmendar legítimamente, para quedarse en el poder, hoy, sabiéndose miedoso ante el futuro, le prohibe a la juventud que emerge ejercer el voto. Lo que es peor, como ésta -la "generación Nintendo"- reclama en buena lid, aquél, en su arresto de desesperado por sus miedos, se hace el pendenciero y manda a los otros tirarle ¡lacrimógenas a los muchachos!

El quiebre de ánimo que anida en esta suerte de Cipriano Castro o Cabito o "pequeño caporal" redivivo pero derrumbado, no cederá, a pesar de sus pesares y en virtud de paso inexorable de las horas como del fatal e inevitable relevo de las generaciones. De allí el miedo al futuro de este personaje.

Así que, la Venezuela del porvenir debe votar sin miedo. Debe responder a las bombas con los votos, para que el miedoso ni se salga con la suya ni se cure de espantos.

1 comentario:

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