POR:JOSÉ TORO HARDY.
Sólo un pueblo ignorante -que se transformaría en instrumento ciego de su propia destrucción, como afirmaba Bolívar- podría aceptar que este engaño, que lejos de ampliar, cercena sus derechos. Tres fuerzas incontenibles se oponen a este engaño: la historia, el pueblo y la economía.
Este nuevo Rey Sol pretende aprobar leyes sin que sus súbditos puedan apelar a la autoridad.
Eso dijo José Tadeo Monagas en 1848, después de hacer que sus círculos invadieran violentamente al Congreso -que se aprestaba a enjuiciarlo- matando a cuatro diputados, entre los cuales se encontraba Santos Michelena. Después, como si nada hubiera ocurrido, convoca nuevamente al resto de los atemorizados diputados a retomar el hilo constitucional, y pronuncia aquella frase salvaje y cínica que sirve de título a este artículo. A partir de ese momento, Monagas se transformó en un simple dictador que pretendió cubrirse con un manto de aparente legalidad.
Esa es la misma inspiración que sirve de guía a nuestro actual líder, quien cree que puede torcer y retorcer la Constitución para adecuarla a sus antojos; en este caso, su antojo reeleccionista. Al igual que Monagas, el caudillo de hoy cree que la Constitución sirve para todo.
Pero su actitud no es nueva. Recordemos sus palabras cuando por primera vez se juramentó ante el Congreso Nacional:
“Juro sobre esta moribunda Constitución que haré cumplir, impulsaré las transformaciones democráticas necesarias para que la República nueva tenga una Carta Magna adecuada a los nuevos tiempos.”
Ya en aquel momento sus intenciones quedaban al desnudo. Sin embargo, muchos creyeron que con una nueva Carta Magna adecuada a los nuevos tiempos y redactada por una Asamblea Constituyente que dominaba, el líder dispondría de un traje a la medida que le permitiría adelantar las transformaciones que había ofrecido, respetando un nuevo marco constitucional.El tiempo ha demostrado, sin embargo, que a los ojos del líder cualquier Constitución siempre estará moribunda. Para él, la única Constitución viva y válida es la que emane de sus propios deseos. Algo así como Luis XIV, Le Roi Soleil, quien hacia el año 1660 afirmaba: L’Etat c’est moi, el Estado soy yo.
Tanto aquel monarca como el actual caudillo, consideraron sus deseos como inapelables, basándose quizás en los argumentos de Jean Bodin, quien en su obra “Los Seis Libros de la República”, sostenía que quien ejercía la soberanía tenía un poder absoluto y perpetuo, que lo facultaba para dictar y derogar leyes, sin que sus súbditos tuviesen ningún derecho a apelar a una autoridad más alta. El único problema es que aquellas opiniones fueron escritas por Bodin en el ano 1576 y que ya desde los tiempos de la Revolución Francesa la soberanía pasó a residir en el pueblo.
Mostrando su desprecio por los Principios Fundamentales contemplados en el Título Primero de la Constitución, este nuevo Monagas echa por tierra el principio de la alternabilidad establecido en su Artículo 6. Mostrando también su desprecio por decisiones del Tribunal Supremo de Justicia que se oponen a las postulaciones perpetuas, este nuevo Rey Sol pretende aprobar y derogar leyes sin que sus súbditos puedan apelar a autoridad más alta. Y en caso de que lo hagan, para eso cuenta con la actitud genuflexa de los demás Poderes Públicos.
Y es que en Venezuela el equilibrio de los Poderes Públicos ha desaparecido y todos responden serviles a la voluntad del caudillo, no importa lo que éste les exija. “Le pouvoir arrette le pouvoir” -el poder frena el poder- nos decía ya Montesquieu a comienzos del siglo XVIII. Esa máxima elemental, que define en gran medida la vigencia del sistema democrático, ha dejado de existir en nuestro país.
Un ejemplo de esa ausencia de equilibrio lo encontramos en la Asamblea Nacional. La pregunta que ésta aprueba para solicitar un cambio en la Constitución, que según la misma no puede ser realizado vía enmienda, constituye una suerte de galimatías que nadie entiende -redactada así para confundir- y que en el mejor de los casos denota una pobreza de lenguaje inexplicable. Para leerla es conveniente tomar bastante aire y, aún así, se corre el riesgo de que al terminar el lector haya muerto por asfixia ya que ni siquiera utilizan un punto que permita respirar a todo lo largo del texto.
Por su parte, el CNE también inclina adulante la cerviz y en su nombre la rectora que funge de presidenta del Organismo, trata de justificar lo injustificable, con lo cual insulta la inteligencia de los venezolanos.
Tanto aquel monarca como el actual caudillo, consideraron sus deseos como inapelables, basándose quizás en los argumentos de Jean Bodin, quien en su obra “Los Seis Libros de la República”, sostenía que quien ejercía la soberanía tenía un poder absoluto y perpetuo, que lo facultaba para dictar y derogar leyes, sin que sus súbditos tuviesen ningún derecho a apelar a una autoridad más alta. El único problema es que aquellas opiniones fueron escritas por Bodin en el ano 1576 y que ya desde los tiempos de la Revolución Francesa la soberanía pasó a residir en el pueblo.
Mostrando su desprecio por los Principios Fundamentales contemplados en el Título Primero de la Constitución, este nuevo Monagas echa por tierra el principio de la alternabilidad establecido en su Artículo 6. Mostrando también su desprecio por decisiones del Tribunal Supremo de Justicia que se oponen a las postulaciones perpetuas, este nuevo Rey Sol pretende aprobar y derogar leyes sin que sus súbditos puedan apelar a autoridad más alta. Y en caso de que lo hagan, para eso cuenta con la actitud genuflexa de los demás Poderes Públicos.
Y es que en Venezuela el equilibrio de los Poderes Públicos ha desaparecido y todos responden serviles a la voluntad del caudillo, no importa lo que éste les exija. “Le pouvoir arrette le pouvoir” -el poder frena el poder- nos decía ya Montesquieu a comienzos del siglo XVIII. Esa máxima elemental, que define en gran medida la vigencia del sistema democrático, ha dejado de existir en nuestro país.
Un ejemplo de esa ausencia de equilibrio lo encontramos en la Asamblea Nacional. La pregunta que ésta aprueba para solicitar un cambio en la Constitución, que según la misma no puede ser realizado vía enmienda, constituye una suerte de galimatías que nadie entiende -redactada así para confundir- y que en el mejor de los casos denota una pobreza de lenguaje inexplicable. Para leerla es conveniente tomar bastante aire y, aún así, se corre el riesgo de que al terminar el lector haya muerto por asfixia ya que ni siquiera utilizan un punto que permita respirar a todo lo largo del texto.
Por su parte, el CNE también inclina adulante la cerviz y en su nombre la rectora que funge de presidenta del Organismo, trata de justificar lo injustificable, con lo cual insulta la inteligencia de los venezolanos.
Sólo un pueblo ignorante -que se transformaría en instrumento ciego de su propia destrucción, como afirmaba Bolívar- podría aceptar que este engaño, que lejos de ampliar, cercena sus derechos. Tres fuerzas incontenibles se oponen a este engaño: la historia, el pueblo y la economía.
Votando demostraremos que tenemos la razón.
1 comentario:
Roberto Giusti // El psicópata cotidiano
Una vez que está arriba no lo saca nadie. No larga el poder y mucho menos lo delega
No todos los políticos son psicópatas, ni todos los psicópatas son políticos, pero entre estos últimos suelen abundar unos cuantos de los primeros, según apunta el doctor Hugo Marietán, uno de los principales especialistas argentinos en psicopatía, en entrevista publicada por el diario La Nación, de Buenos Aires, el pasado 14 de enero. Marietán encuentra una categoría, entre este tipo de personalidades, los "psicópatas cotidianos", quienes, a su juicio, no son enfermos mentales, "sino una manera de ser" que a menudo llega a la cima política, económica y del reconocimiento social. Si bien el reputado psiquiatra no se refiere a nadie en particular, define una serie de características que deben resultarles familiares no sólo a los habitantes de ese país, sino del nuestro.
Se trata de una variante poco frecuente del ser humano que se caracteriza por sus necesidades especiales. Está animado de un afán desmedido de poder, de protagonismo o de matar. Funciona con códigos distintos de los manejados por la sociedad y suele estar dotado para ser capitán de tormenta por su alto grado de insensibilidad y tolerancia a situaciones extremas. Es mentiroso, pero un mentiroso peculiar. Es un artista. Miente con la palabra, pero también con el cuerpo. Finge sensibilidad. Uno le cree una y otra vez porque es convincente. Un dirigente común sabe que debe cumplir su función en un tiempo determinado. Cumplida su misión, se va. Al psicópata, en cambio, una vez que está arriba, no lo saca nadie. No larga el poder y mucho menos lo delega. Y aquí el doctor se pone casi travieso: "quizás usted recuerde a alguno así&".
Según Marietán alrededor del dirigente psicópata se mueven obsecuentes, gente que, bajo su efecto persuasivo, es capaz de hacer cosas que de otro modo no haría. Gente subyugada que puede ser de alto nivel intelectual. Este tipo de dirigente no toma a los ciudadanos como personas con derechos, sino como cosas. Porque el psicópata siempre trabaja para sí mismo, aunque en su discurso diga lo contrario. La gente es mero instrumento. Este tipo de personalidad resulta incapaz de ponerse en el lugar del otro. Todo debe estar a su servicio: personas, dinero, la famosa caja para comprar voluntades. Utiliza el dinero como elemento de presión. Su preocupación es ¿cómo doblego la voluntad del otro? ¿Con dinero, con un plan, con un subsidio? ¿Cómo divido? Es "un yo te doy, pero vos me devolvés, venís a tal o cual acto." No es un dar desinteresado, sino usar a las personas para construir su poder.
Marietán concluye que el psicópata cotidiano apela a banderas suprapersonales: la salvación en el más allá, la patria, el hombre nuevo. El problema es que el psicópata, advierte, necesita la crisis. Ser reconocido como salvador. En la paz no tiene papel. No la soporta Por eso las sociedades lideradas por él viven de crisis en crisis.
rgiusti@eluniversal.com
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