POR:ARMANDO DURÁN.
El pasado miércoles, Rafael Isea, nueva y arrolladora estrella naciente del régimen, fijó la meta del actual momento estratégico de la revolución.
“Estamos empeñados sostuvo el gobernador de Aragua en impulsar nuevos espacios para avanzar hacia el modelo productivo socialista, con una nueva visión colectiva de la propiedad de los medios de producción… y de todo lo que tiene que ver con la transformación de los productos… posteriormente sobre las cadenas de distribución y finalmente hasta llegar al tema del consumo, cubriendo así las cuatro fases de la etapa (sic) económica”.
“Estamos empeñados sostuvo el gobernador de Aragua en impulsar nuevos espacios para avanzar hacia el modelo productivo socialista, con una nueva visión colectiva de la propiedad de los medios de producción… y de todo lo que tiene que ver con la transformación de los productos… posteriormente sobre las cadenas de distribución y finalmente hasta llegar al tema del consumo, cubriendo así las cuatro fases de la etapa (sic) económica”.
Sin la menor duda, las palabras de Isea resumen con precisión lo esencial de la puesta en marcha, desde el mismo día de la decisiva victoria electoral del Sí el 15 de febrero, de esa ruptura histórica que Hugo Chávez ha anunciado mil veces pero que hasta ahora la realidad del proceso político venezolano no le había permitido sino insinuarla en algunas acciones aisladas. De ahí la sorpresa con que muchos venezolanos se llevan estos días las manos a la cabeza. ¡Qué locura!, exclaman. Como si todo lo que comienza ahora a ocurrir en el país fuera el explosivo resultado de un inesperado y súbito ataque de demencia presidencial.
Lo cierto es, sin embargo, que estas “novedades” siempre han estado ahí, a la vista de quien tuviera ojos para verlas. Un propósito cuyo fundamento jurídico lo construyó Chávez con la Constitución de 1999 y cuya primera expresión material fueron los 47 decretos leyes de la Ley Habilitante, promulgados en noviembre del 2001 y nunca aplicados, porque aquella pretensión de transformar a fondo las estructuras del Estado y la sociedad de un día para otro y sin el uso de la violencia revolucionaria, resultó en la práctica una decisión precipitada en exceso. Tanto, que desde el llamado paro cívico del 10 de enero y las manifestaciones de calle que fueron ocupando las calles de Venezuela durante los meses siguientes, la protesta de la sociedad civil desembocó en el sobresalto histórico del 11 de abril, y en su secuela, la huelga petrolera insurreccional de diciembre 2002-enero 2003.
Paciencia. Esa fue la reacción obligada de Chávez. Unas veces con el crucifijo en la mano, otras con las maniobras por el flanco. La Mesa de Negociación y Acuerdos, el referéndum del 15 de agosto, la gran victoria roja en las elecciones de diciembre de 2004 y la progresiva conversión de la Fuerza Armada Nacional en milicia al servicio de la revolución y el socialismo. Así, paso a paso, comenzó a consolidar todo el poder en sus manos. Por último, su reelección en diciembre del 2006 le hizo creer que al fin había llegado el momento. Sólo que su fracaso electoral del 2 de diciembre apagó bruscamente el rugido amenazador de aquellos cinco motores que acababa de poner en marcha.
Quedó claro que una cosa era su popularidad carismática y otra muy distinta el insondable dilema del socialismo o la muerte. Un duro revés que se prolongó hasta el 23 de noviembre, cuando la oposición logró derrotar a chavistas de la envergadura de Aristóbulo Istúriz, Diosdado Cabello y Jesse Chacón. Esa fue la causa eficiente del referéndum del 15 de febrero sobre el espinoso asunto de la reelección presidencial indefinida: recuperar a toda costa un liderazgo que a diez años de su presidencia comenzaba a tambalearse peligrosamente.
Esta vez Chávez se jugaba, pues, el todo por el todo y no dejó nada al azar. Y, como era de esperarse, ganó. Una victoria tan importante que al fin le ha permitido romper las amarras y dirigirse en línea recta hacia los tres objetivos esenciales de la nueva Venezuela: desaparición de la propiedad privada de la tierra y de los medios de producción, sustitución del mercado y del concepto capitalista de mercancía por la teoría del valor según la definición de Heinz Dieterich del socialismo del siglo XXI y rígida organización vertical del poder político y económico.
Desde esta perspectiva radical, los venezolanos no tienen por qué sorprenderse ante la tormenta que comienza a estremecer los cimientos de la sociedad venezolana. Los retrocesos ocasionales y las retiradas tácticas de estos años nunca significaron, como muchos han querido creer, que Chávez hubiera perdido de vista ese punto que descubrió en el horizonte hace más de 20 años. Todo lo contrario. Adormecido, ese punto ahora brota con fuerza al parecer indetenible. Y hacia allí vamos a no ser que en estos momentos decisivos la dirigencia política de la oposición salga de las sombras de su laberinto y finalmente asuma la naturaleza y magnitud del proceso.
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